jueves, enero 31, 2008

La oposición ciega y la discapacidad empática


“El siglo XXI nos encontrará unidos o dominados”. Hace muchos años, un conductor político latinoamericano pronunció esta frase refiriéndose a América Latina y –hay que reconocerlo- para la mayoría de sus oyentes pareció un pronóstico aventurado. No obstante, hoy podría imaginarse un futuro no tan lejano en que esa opción se decantara para el lado de la unidad, contradiciendo los pronósticos de hace pocos años, cuanto todo parecía indicar que nos sería casi imposible superar los lazos de la dependencia.

Esta nueva realidad (o visión de la misma), parece haber resucitado en todo nuestro subcontinente antiguos enfrentamientos que parecían superados por los avances sociales y tecnológicos. Racismo, descalificaciones “culturales”, odios de clase, han recrudecido en estos primeros años del siglo.

Podría suponerse que la globalización, que tanto mal ha traído a nuestros países en lo que se refiere a las desigualdades sociales, por lo menos debería haber contribuido, al “mundializar” la información y el acceso a nuestras disímiles realidades, a una mejor comprensión de nuestros pueblos, no sólo externa, sino internamente.

Lejos de ello, lo que está sucediendo, y que ocasionaría sin duda a Marx y Engels una enorme satisfacción, es que las naciones latinoamericanas están “horizontalizando” diferencias que anteriormente eran verticales.

Quiero decir que las sociedades se parten por una línea invisible que separa, no ricos de pobres (posición de clase), sino sectores internacionales que acuerdan con el cambio que se avizora y duros opositores al mismo (actitud de clase).

En varios países (Venezuela, Bolivia, Argentina, Brasil, Ecuador, etc.) y respetando los distintos niveles de avance, se ha generado la conciencia de que modificar la realidad resulta indispensable si no se quiere reingresar en un período de violencia inmanejable e imprevisible, que pensábamos superada hace algunas décadas. Por ello es que en este siglo XXI la iniciativa del cambio está surgiendo desde los gobiernos y no desde los pueblos, en la medida que esos gobiernos comprenden que, de no actuar, no lograrían controlar ese cambio, y posiblemente sobrevendría una modificación súbita y drástica del sistema imperante. Por lo tanto, han surgido en nuestros países, con una simultaneidad causal, líderes o conductores carismáticos que se han puesto al frente de los procesos innovadores, asumiendo (en mayor o menor grado) la responsabilidad de establecer los límites de acuerdo a sus propios objetivos estratégicos.

Como es lógico, esta nueva manera de encarar la tarea del Estado, que se caracteriza por una mayor solidaridad social, preocupación por empleo, salud y vivienda, protección y puesta en valor de los recursos naturales, mayor conciencia ecológica, ha concitado de inmediato apoyos populares que hacía tiempo no disfrutaban nuestras clases políticas.

Pero, simultáneamente, ha provocado en grandes sectores de la sociedad rechazos viscerales, que asumen en su manifestación viejos conceptos que considerábamos perimidos. En Argentina, en Bolivia, en Venezuela, han rebrotado los antiguos epítetos: “gorilas”, “cabecitas”, “peronachos”; “zurdos”, “trasnochados”, “fascistas”, que se aplican indiscriminadamente ambos sectores, que parecen hallarse imposibilitados de encontrar puntos en común para coincidir en –como mínimo- las reglas de la transición.

Se dirá, desde ambos lados: “no hay nada que debatir con ellos”. Y es éste, sin duda, el problema. Porque si una mitad de los pobladores del continente no encuentra ningún punto de contacto con la otra mitad, vamos camino a la debacle.

Que se entienda. Sabemos que los que se oponen al cambio están errados. Pero también sabemos que es sociológicamente imposible que tantos millones de individuos elijan conscientemente como camino el hambre, la infelicidad, la miseria, la enfermedad, la sumisión de tantos otros millones de compatriotas.

Los comerciantes, los intelectuales, los pequeños empresarios, no son los enemigos. Es más, posiblemente serían los que, en una primera etapa, más tendrían a ganar de estos procesos de cambio en los que podrían insertarse en condiciones de privilegio.

Pero eligen, como si integraran la clase dominante, una oposición ciega. ¿Qué es lo que hace que esa clase media (y no nos referimos a los grandes oligarcas, a los terratenientes, a los grupos empresarios multinacionales) se nieguen a colocarse del lado de la justicia, de la honradez, de la solidaridad, de sus propios vecinos?

¿Puede suponerse entonces que el fenómeno que observamos se debe a una disfunción, una discapacidad empática? ¿Se encuentran imposibilitados para comprender el cambio por simple “temor” al cambio o porque ya no pueden ver la realidad como “el otro”, ponerse “en el lugar” del otro?

Intentando no caer en abstrusas disquisiciones sicológicas para las que este cronista no está capacitado, lo cierto es que nuestras oligarquías, demostrando su inteligencia y capacidad de manipulación, han coincidido siempre en todos nuestros países en utilizar a las clases medias como “punta de lanza” para una oposición ciega y cerril, que agita en los medios los remanidos fantasmas del comunismo, el cercenamiento de la libertad, la dictadura del populacho y el abandono de los valores morales que “toda sociedad bien constituida” debe defender.

Por supuesto, con planteamientos de esa índole, no hay discusión posible. Porque inevitablemente las respuestas posibles (por nuestra parte) son el denuesto, el reproche sobre los años sufridos por los pueblos bajo sangrientas dictaduras, y la miseria a la que aún nuestros pueblos se ven enfrentados como resultado forzoso e inexcusable.

Pero también es evidente que, si bien los procesos “revolucionarios” en nuestras naciones no podrán ser detenidos pacíficamente -dado que, aunque es posible que los hombres retrocedan, la historia no lo hace-, lo ideal sería que pudiésemos, esta vez, implementarlos pacíficamente. Por ello se impone hallar una solución al problema, ya que es impensable un proceso que profundice la Soberanía Política, Independencia Económica y Justicia Social Latinoamericana si no logramos rescatar a esa mitad de nuestras poblaciones del lavado de cerebro impuesto por el Imperio y sus socios menores durante estas últimas décadas.

Deberemos entonces compensar, de alguna manera, esa “discapacidad empática” de la que hablábamos exacerbando (lat: exacerbare 3ª: Intensificar, extremar, exagerar) nuestra propia empatía. Recordemos que necesitamos a nuestras clases medias. Sólo los ingenuos o los desorbitados pueden creer que de un solo salto podremos arribar a sociedades justas y/o cuasi perfectas. Si nuestras revoluciones deben ser pacíficas, forzoso es analizar, aceptar y preparar las etapas inevitables.

Hablábamos de “oposición ciega”, y no nos referíamos a la oligarquía cipaya, porque la oligarquía nunca es ciega, y no hace oposición: La oligarquía no debate, no convence, no discute. La oligarquía golpea. Los ciegos en nuestros países, lo son porque tienen una venda sobre los ojos, que les ha sido impuesta y no saben quitársela solos.

Si queremos triunfar pacíficamente, la venda deberá caer. De lo contrario, repetiremos errores.

Enrique Gil Ibarra


martes, enero 29, 2008

Sin comentarios

PUERTO PRINCIPE, Haití (AP) - Era la hora del desayuno en uno de los barrios de tugurios más miserables de Haití y Charlene Dumas comía lodo.
Con el aumento de los precios de los alimentos en el mundo, muchos de los más pobres no pueden comprar siquiera un plato de arroz por día. Y algunos apelan a medidas desesperadas para engañar el hambre.
Charlene, que a los 16 años tiene un hijito de un mes, ha acudido a un tradicional remedio haitiano para el hambre acuciante: galletitas confeccionadas con tierra seca de la planicie central del país.
El lodo ha sido favorecido desde hace mucho tiempo por las mujeres embarazadas y los niños como fuente de calcio y como antiácido. Pero en lugares como Cite Soleil, el atestado barrio misérrimo junto al océano donde Charlene comparte una vivienda de dos cuartos con sus cinco hermanos y dos padres desempleados, las galletitas hechas con tierra, sal y mantequilla vegetal se han convertido en una fuente regular de sustento.
"Cuando mi madre no cocina nada, tengo que comerlas tres veces por día", dijo Charlene. Su bebé, llamado Woodson, se veía ligeramente más delgado de los 2,8 kilogramos (6 libras y 3 onzas) que pesó al nacer.
Aunque dice que "me agrada el gusto porque sabe a mantequilla y sal", aclaró que las galletitas también le dan dolores de estómago. "Y cuando amamanto, el bebé también parece a veces con cólicos".
La muchacha estaba descalza, vestía un vestido sucio, y su cabello negro moteado de vetas rojas era indicio de una desnutrición crónica.
Algunos días, dice, no come nada más que esas galletitas de lodo.
La agencia de alimentos de las Naciones Unidas está cada vez más preocupada por los precios de los alimentos, que están subiendo fuertemente debido a varios factores. El cambio climático provoca más tormentas que destruyen los cultivos, y el petróleo más costoso encarece los fertilizantes y el costo del transporte de los alimentos. La mayor demanda de biocombustibles significa que se dedican menos terrenos a los cultivos alimenticios, lo que a su vez provoca una disminución de suministros y mayores precios.
La Organización de Alimentos y Agricultura de la ONU lanzó un plan para combatir los aumentos de precios de los comestibles que incluye la distribución de vales a los agricultores para comprar semillas y fertilizantes en países pobres.
En el Caribe, las inundaciones y los daños a los cultivos en la temporada de huracanes del 2007 hicieron que la Organización de la ONU declarase estado de emergencia en Haití y otros países. Los precios de los alimentos subieron hasta un 40% en algunas islas, y líderes caribeños efectuaron una cumbre de emergencia en diciembre para debatir la reducción de los impuestos a los alimentos y la creación de grandes fincas agrícolas regionales para reducir la dependencia de las importaciones.
En Haití, los aumentos de precios y la escasez de alimentos amenazan la frágil estabilidad del país, y las galletitas de lodo son una de las poquísimas opciones que tienen los más pobres para no morirse de hambre.
Los mercaderes llevan el lodo del pueblo central de Hinche a un mercado en el barrio de tugurios La Salines, de Puerto Príncipe. Dentro del laberinto de mesas con carne y vegetales sobre las que rondan enjambres de moscas, las mujeres compran el lodo y luego hacen las galletitas en lugares como Fort Dimanche, otro barrio misérrimo, para venderlas en la calle o en mercados.
En ese mercado, dos tazas de arroz se venden ahora a 60 centavos de dólar, 10 centavos más que en diciembre y 50% más que hace un año. Los frijoles, la leche condensada y la fruta han subido a una tasa similar, e incluso el precio de la arcilla comestible ha aumentado en el último año en casi 1,50 dólar. El barro para cocinar 100 galletitas cuesta 5 dólares, dijeron quienes las confeccionan.
Marie Noel vende las galletitas en un mercado para alimentar a sus siete hijos. Su familia también las come.
"Espero tener algún día lo suficiente para alimentarme, así dejo de comer esto", dijo. "Sé que no es bueno para mí".
Un reportero probó una de las galletitas de lodo y halló que tenía cierta consistencia, y que absorbía toda la humedad de la boca en cuanto tocaba la lengua. Durante horas le quedó un gusto desagradable a tierra.
Los expertos dicen que los efectos sobre la salud son variados. La tierra puede contener parásitos mortíferos o toxinas industriales, pero también puede suministrar calcio a las mujeres embarazadas, escribió en el 2003 Gerald Callaghan, de la Universidad Estatal de Colorado, en el Centro de Control y Prevención de las Enfermedades.
Pero los médicos haitianos dicen que depender de las galletitas para sobrevivir conlleva el riesgo de desnutrición.
"Si veo a alguien comiéndolas, trataré de disuadirlo", dijo el Dr. Gabriel Thimothee, director ejecutivo del ministerio de salud.

viernes, enero 25, 2008

“La revolución hace a los revolucionarios” (Antonio Gramsci)

Por Enrique Gil Ibarra

Gramsci decía que “la revolución hace a los revolucionarios”. Por supuesto, una frase sacada del contexto correspondiente pierde parte de su sentido, pero si la analizamos dialécticamente (desde luego los revolucionarios resultantes terminan “haciendo” a la revolución), comprendemos que la proposición de Gramsci tiene que ver con el nivel de comprensión de aquellos que, comprometidos con un proceso evolutivo determinado, eligen modificar las condiciones imperantes en su nación.

Efectivamente, cada circunstancia histórica condiciona (si no determina) la acción posible en un momento y lugar. Es tan limitado el pensamiento de aquel que pretende trasplantar esquemáticamente experiencias pasadas y lejanas, como el del otro que las niega y desecha por “obsoletas” o “extranjerizantes”.

Nuestras revoluciones latinoamericanas, con honrosas excepciones, han caído en ambas desviaciones en muchas oportunidades. Desviaciones producidas en parte, por falta de conocimiento de la realidad y de la historia, y en parte por la ansiedad generacional de ver concretarse en el “objetivo del poder” proyectos que, razonablemente (y aquí Cuba es la excepción que confirma la regla), requieren muchas décadas de esfuerzo, sacrificio, luchas, avances y retrocesos.

Loa años 70 fueron, en nuestros países, la última oportunidad durante la cual, globalmente, pudimos encarar una modificación profunda del sistema. La realidad indicó que no estábamos preparados. Ninguno de nuestros intentos alcanzó una victoria clara, que perdurara en el tiempo. En algunos casos, el baño de sangre consiguiente provocó en nuestros pueblos un retroceso tan marcado que, aún hoy, estamos pagando sus costos.

Los que en aquellos años pretendimos revolucionar el mundo, debimos comprender –obligados por la realidad- que el principal secreto para una revolución triunfante es interpretar a cada paso, permanentemente, el nivel de conciencia y compromiso del pueblo con un proyecto nacional. El mismo proceso de la revolución es la que construye, a cada instante, a los revolucionarios. Si este (obvio) secreto se pierde de vista, nos convertimos, como decía un viejo conductor de mi país, en “apresurados o retardatarios”.

Si las propuestas van mucho más allá de lo que la mayoría del pueblo logra aceptar/comprender como necesario y conveniente (para ese pueblo/nación) en ese preciso momento de la coyuntura histórica, la vanguardia imprescindible que empuja la revolución se convierte -como le gusta ejemplificar a un amigo-, en “una patrulla perdida”.

Si por el contrario, la mesura y la prudencia ineludibles en todo conductor adquieren proporciones inmoderadas que lo induzcan a la inacción y a la preservación de lo obtenido, el reformismo gana la batalla, y la “revolución inconclusa” es la consecuencia forzosa: no se tocan los resortes reales del poder, ni se accede a otra cosa que no sea “mayor libertad”, “más justicia”, “mejor ingreso”, pero siempre con esos adjetivos comparativos que nos indicarán, sin posibilidad de duda, que lo único que habremos logrado es negociar las condiciones de la derrota.

Son entonces el equilibrio y el conocimiento los aliados necesarios de la revolución. Pero es la acción la que los ubica y revalida en el contexto histórico y territorial. Sin la acción que comprueba los presupuestos, estos “aliados” sólo posibilitan disquisiciones estériles y diletantes, autojustificaciones que permiten disimular la inoperancia o, en el peor de los casos, la cobardía.

Debe reconocerse –con la vergüenza adecuada para nuestra soberbia argentina- que son en esta etapa Venezuela y Bolivia las que están liderando en América Latina el nuevo “momento” de la liberación sudamericana. Miles de militantes de todo el mundo miramos hacia esos países. A la espera algunos, colaborando en la medida de lo posible otros, ninguno indiferente.

Sin embargo, el aporte posible desde la lejanía se limita, -lamentablemente- al análisis que hayamos logrado sintetizar de nuestros fracasos pasados. Al recordatorio “veterano” del que no debe ya ser protagonista, sino acompañante voluntario de compañeros inmersos en otra experiencia, en otra instancia, en otro contexto.

No obstante, aún ese mínimo apoyo, si es aceptado, debería servir. En nuestro propio instante de la historia, nuestra generación modificó, para bien o para mal, el mundo. Y aunque fuimos – como generación- derrotados, no nos han vencido.

Seguimos aquí. Y también allí. En todas las “provincias” de esta Patria Grande Latinoamericana que, aunque a nosotros se nos escapó entre los dedos, tal vez quede –esta vez- aprehendida en los puños de los nuevos compañeros, si entre todos logramos que, como recordaba en el comienzo, la revolución “haga” a los revolucionarios.

Enrique Gil Ibarra

lunes, enero 21, 2008

Por un maní

por Carola Chávez

Una vez vi un documental sobre los elefantes del circo, en el que explicaban cómo hacían los domadores para lograr que tan majestuosos animales dejaran a un lado su dignidad paquidérmica e hicieran estupideces para un puñado de humanos idiotas a cambio de aplausos y maní.

El domador explicaba orgullosísimo que el secreto estaba en quebrar el espíritu del animal. Una vez hecho esto, un elefante, olvidando que era un elefante y todo lo que eso implica, haría lo que fuera con maní o sin él.

El espíritu, descubrí minutos más tarde, se quiebra a palazos, a fuerza de hambre, torturas, humillaciones de todo tipo hasta que el elefante se da cuenta que ser un payaso es mas seguro que seguir siendo lo que es.

Algunas veces ha pasado que el elefante no puede contenerse más. Algo le hace clic en su cabezota y se vuelve mas elefante que nunca. Es entonces cuando agarra al domador con su trompa y lo lanza con toda la rabia acumulada en su memoria elefantiásica por años de torturas y humillaciones.

Un tiempo después de haber visto a los elefantes del circo tuve la oportunidad de asistir a un circo peor porque es mas grande, los domadores más crueles y los elefantes son personas.

Me refiero al circo de la ‘’civilización’’ entendiendo que ésta solo es civilizada si viene de Mayami o Nueva York.

La cosa funciona de esta manera: Nos presentan un modelo ideal de civilización, nos dicen que necesitamos pertenecer a ella y nos ponen un maní frente a los ojos. A cambio solo tenemos que dejar que nos quiebren el espíritu, que nos amputen los instintos, pero tranquilos, que el maní es grande y encandila como un diamante.

Debemos deshumanizarnos para ser civilizados.

Todo empieza durante el embarazo: Una madre mayamera debe aprender temprano a enterrar el instinto mas poderoso de todos. Las madres mayameras asisten a cursos prenatales en donde les enseñan, entre otras cosas, a parir acostadas en una cama, conectada a mil cables, a mil máquinas que hacen unos ruiditos que les recuerdan que parir no es cosa fácil, que sin doctor ni maquinitas no hay manera de hacerlo, que no son animales sino mujeres civilizadas y gracias al cielo que están en el primer mundo para que puedan parir en paz.

También aprenden en el cursillo que la leche materna no es mala, pero es inconveniente porque te ata al bebé día y noche, porque pierdes tu individualidad, porque no puedes trabajar si estás amamantando, porque hay fórmulas para lactantes que superan a la leche materna, eso, gracias al cielo y a la, ya saben, civilización. Así que enfermeras que visten de alegres colores, enseñan a las madres a secar su leche, vendando, de manera muy moderna, las tetas cargadas de alimento. Duele, pero vale la pena…

Así llega un humanito al mundo, buscando la teta y encontrando una tetina de látex, buscando el calor de su mamá y encontrando una almohadita a pilas, que no solo lo calienta sino que además le reproduce el ‘’ sonido uterino’’ según dice en la caja.

El humanito tiene una mamá moderna y civilizada que lo adora. Ella se promete a si misma que hará todo lo que esté en sus manos para que a su retoñito no le falte nada durante los próximos dieciocho años. Si, oyó bien, en la clase de parto le recordaron algo que ella sabía por experiencia propia: Los hijos se van del nido al terminar el bachillerato y tu puedes volver a ser feliz con tu pareja, eso si antes no se han divorciado civilizadamente.

Para darle todo lo que necesita el bebé, la madre le quita lo único que realmente necesitaba y lo inscribe en una guardería de 8 a.m a 6 p.m. Así se queda el pequeño en una cuna comunitaria mirando al techo, mientras ‘’mommy’’ trabaja para comprarle un cochecito precioso, ropitas de patatús, y, claro, depositar desde ya en el fondo universitario porque ‘’baby’’ será doctor.

Baby tiene abuelos que viven lejos, gracias a Dios. Toda persona civilizada sabe que los viejos molestan con sus achaques y sus manías. Así que tenemos a un bebé en una guardería y unos abuelos en otra, cuando sería mucho más sano, más feliz y más económico tenerlos a todos en casa. Los abuelos no se sentirían como bagazos inútiles y el bebé tendría unos brazos amorosos donde pasar el día.

Pero tenemos un bebé civilizado, independiente, que no tiene apego hacia su madre por lo que el salir de bachillerato se irá de su casa, y llegará el día que, sin mayor problema, ejecutará su mayor venganza: meter a sus padres desvalidos en una guardería.

La familia humana, la ancestral, la verdadera, no tiene cabida en el mundo civilizado, no es productivo tener personas que dejen de trabajar por cuidar una gripe de un hijo, o al abuelo con tos, no es productivo dejar de pagar guarderías llenitas de empleados que a su vez pagan otras guarderías llenitas de empleados que a su vez…

Si soportamos esta dolorosísima amputación del instinto maternal, los siguientes instintos podrán ser extirpados sin anestesia. Al desbaratar los vínculos mas fuertes entre los seres humanos, nos quiebran el espíritu como a los elefantes.

¿Pero por qué llegamos a hacer tales estupideces?

Lo hacemos por el maní.

Un maní de cuatro habitaciones, cocina minimalista, y terraza con vistas. Maní 4X4 con DVD y portavasos, maní en clase turista con orejas de ratón, un maní lleno de logotipos que muestren que no es un maní cualquiera aunque cualquiera pueda tenerlo. Un maní privado bilingüe con actividades extra-curriculares, un maní con campo de golf solo para socios selectos…En fin el codiciado maní del éxito.

Como los pobres elefantes del circo, perdemos nuestra esencia, funcionamos por impulsos externos por lo que somos vulnerables y susceptibles a ser manejados. Pero como los elefantes, podemos hacer clic a arrojar al domador con la trompa y cagarnos en el sistema, en el éxito, en el maní y, desde lo mejor de nuestra humanidad, hacer una revolución.

Tanta miseria por un medio e'maní…

jueves, enero 17, 2008

El que duda, pierde


No debe confundirse el aserto del título con la negación de la sana –y necesaria- duda intelectual que denota reflexión y –a veces- cierta sabiduría. Me refiero a la duda al borde del precipicio. Esa que nos ofusca durante el segundo crucial en que la única rama y sostén disponible queda fuera de nuestro alcance, y sólo resta evaluar las consecuencias de nuestra irresolución.

Los que somos mayores por estos años, arrastramos con nosotros la memoria de un mundo más lento, pausado, hasta cachazudo. Un planeta donde una decisión podía posponerse, aunque no indefinidamente, por horas, días y hasta semanas.

Sin computadoras ni televisión de cable, los otros países eran, precisamente, “otros”. Sus hechos, si no lejanos, llegaban cuando menos demorados hasta nuestra percepción y nuestro análisis. Los medios sonaban diferentes porque lo eran, ya que sus titulares no compartían la inmediatez de la red, aunque sin duda pudieran conllevar una hermandad política o económica. Sin embargo, existía la certeza de que si algo no se decidía hoy, el mundo no terminaría mañana.

Políticos y dirigentes actuales siguen remolcando consigo esa certeza, que hoy es tan vetusta como la “cocina económica” que –por otros motivos- continúan usando muchas abuelas de nuestro país. La realidad impone otros mecanismos. Un planeta en que las Bolsas de valores se impelen unas a otras en unos minutos; donde vemos derrumbarse literalmente el centro financiero de un imperio en el preciso momento en que sucede; donde un señor, ex funcionario de la CIA y hoy el “terrorista” más buscado del mundo puede hacernos llegar su palabra a todos y cada uno de nosotros sin más intermediarios que una web y un módem; donde el simple hecho del amor o el odio entre dos adolescentes puede resolverse con un mensaje mal deletreado en una pantallita de celular.

En ese (este) planeta, decía, no hay ya tiempo para medias tintas. Lamentablemente, la única posibilidad para un dirigente que desee ejercer como tal es poseer la capacidad de prever lo que sucederá, en lugar de limitarse a razonar lo que sucedió. Así como en periodismo, la frase “el diario del lunes” tiene un contenido despectivo, que se origina en el caballero que explica con pelos y señales los evidentes motivos por los que el equipo invencible (o la “fija”, para los burreros), fue bochornosamente derrotado el domingo, de igual manera el político que espera el acontecimiento para deducir sus potenciales consecuencias, pierde irremisiblemente el tren del impacto, porque el mundo espera profetas.

Este larguísimo “introito” tiene como excluyente objetivo colaborar en la desestimación definitiva de esa política pusilánime y “correcta” que nos ha invadido los genitales como lo haría –dijera Stevens- el Emperador de los Helados.

El momento es crucial. Hace pocos días me tocaba afirmar que el contraataque del Imperio estaba en marcha, y cuestionaba a algunos dirigentes que acariciaban sus laureles (algunos hasta honestamente conseguidos) soñando con pasar de la carne al bronce sin solución de continuidad.

Me pregunto hoy: ¿y qué pasa con los dirigidos? Leo proclamas y manifiestos, declaraciones de principios y nobles objetivos. Se multiplican los foros, los debates, nos escuchamos todos.

¿Y cuál es el problema? -Me retrucará usted, no sin asombro-

¿Acaso la participación no es necesaria en el avance de los pueblos?

Por supuesto que si, mientras la discusión necesaria no se prolongue en babel interminable y bizantina.

El problema es que la discusión no fructifica. Que veo por allí, por aquí y por allá las mismas respuestas sin acción, reiteradas miles y miles de veces. Que cada grupito, cada partidito, cada sectorcito, lanza su opinión al mundo, y por el mundo revolotean entonces millones de mariposas, heraldos de potenciales liberaciones que, en tanto pajaritas de papel, seguirán inconclusas. Porque tristemente, cada mariposa bien intencionada retorna a hacer noche a la finca privada del emisor, y regresa sola, sin pareja ni prole.

Decenas de miles de compañeros en Argentina, Bolivia, Venezuela, Brasil, Colombia, nos repetimos permanentemente que hay un único camino para la América Latina y que éste, respetando las particularidades de nuestros pueblos, transita por la liberación continental.

Extraña me resulta nuestra impotencia, ya no para prever, sino por lo menos leer en qué se basa el ataque del enemigo: recrudecen las inquinas entre compañeros colombianos y venezolanos por el tema de las FARC. Las papeleras siguen dividiendo a Argentina y Uruguay, en un conflicto que, en el marco de la dependencia, se me ocurre irresoluble. Perú lleva a Chile hasta La Haya (sin entrar a discutir la justicia del reclamo). Mientras tanto, Bolivia baila sola, y no hay apoyo tampoco hacia Ecuador, que está dando una silenciosa pelea interna.

Pensamos el ataque como si fuera hacia nuestros gobiernos, olvidando que éstos mantienen contradicciones y vacilaciones diferentes, que sin duda constituyen parte de la base de sustentación del Imperio. Pero la agresión que nos importa es a los pueblos.

Son los pueblos, entonces, los que deben prever y reaccionar.

No obstante ¿cómo fantasear con un Movimiento de Liberación Latinoamericana si no logramos recuperar el nuestro propio? Pues tal vez ese “armado desde abajo” deba ser, en este nuevo mundo tan cercano, aún más amplio de lo que hemos imaginado siempre. Quizás el juego pase por obligarnos a nosotros mismos a pensar en grande, y a encontrar en nuestros hermanos –que ya no son “de afuera”- la fuerza y el empuje para construir Latinoamérica desde los pueblos, y no desde los gobiernos. Posiblemente esa construcción contribuiría, en cada uno de nuestros países, a sacudirle el polvo a la desesperanza y el descreimiento de tantos compatriotas que se limitan a espectar el partido y a hojear el diario del lunes para ver quién ganó.

No sé. Es sólo una idea.

Enrique Gil Ibarra

lunes, enero 14, 2008

Con un neumático en el cerebro

Confieso que no encuentro otra explicación para la cantidad increíble de muertes en accidentes de tránsito en nuestro país. Unas 20 personas mueren por día, cerca de 7.000 muertos por año (8.104 en el 2007), y más de 120.000 heridos anuales de distinto grado.

Tampoco encuentro explicación para la inercia que nos aqueja. Año tras año, seguimos horrorizándonos por las estadísticas. Año tras año, seguimos insistiendo en que la “educación vial” es necesaria, cuando los argentinos estamos demostrando que dicha educación nos importa poco o nada, y que la irresponsabilidad prima por sobre la cordura que debería imperar cuando nos ponemos al volante de un aparato de 2.000 kilogramos que puede circular a 180 kilómetros por hora.

Quizás cuando trepamos a nuestros automóviles, los argentinos saturamos nuestra materia gris con una serie de románticas imágenes de películas de Fórmula 1. Tal vez soñamos con esas señoritas pulposas semi cubiertas con mamelucos ajustados que acompañan a los pilotos los domingos en los autódromos del país.

Acaso fantaseamos –a falta de heroísmos más sustanciosos- con un podio bañado en champagne y el aplauso de las multitudes enfervorizadas.

O simplemente nos metemos un neumático en el cerebro y dejamos de pensar.

“14/01/08- Córdoba. Trece personas murieron al chocar de frente dos automóviles cerca de la localidad cordobesa de La Francia, informaron fuentes policiales. El número de víctimas aumentó al conocerse el fallecimiento esta madrugada de una de las dos niñas que se...”

“14/01/08 San Juan. Dos ciclistas, presumiblemente un hombre y su hija, fueron embestidos por un camión. Presentan pérdida de conocimiento, politraumatismos varios y fracturas de cráneo. Un niño también resultó herido…”

“13/01/08 La Plata. Al menos once personas resultaron heridas ayer en distintos accidentes de tránsito ocurridos en la Región. En lo que va de 2008, éstos han sido una de las principales causas de muerte en La Plata y alrededores, acentuando así una peligrosa tendencia que va en aumento año tras año.”

Hoy ya son más de 80 los ciudadanos argentinos que perdieron la vida en los 14 días que lleva el 2008. ¿Vamos a continuar mirándonos el ombligo? Veamos los datos para ubicar el problema:

Las principales arterias del país están colapsadas. Las rutas nacionales están diseñadas desde la década del 50 y siguen siendo las mismas(Gustavo Brambati – Jefe de Departamento del Centro de Experimentación y Seguridad Vial).

Una red de caminos nacional de 38.000 kilómetros, 191.000 kilómetros de rutas provinciales, de las cuales sólo 36.000 están asfaltados. El 52% de los accidentes ocurre en rutas nacionales. Un 25% en rutas provinciales. 10% en autopistas. 7% en avenidas. 6% en calles de ciudades.

El 90% de los accidentes se atribuye al error humano. Por supuesto, podemos hablar de que las rutas son viejas, y pueden estar mal mantenidas. Que algunas tienen un ancho de 6,70 metros, cuando deberían tener más de 7,30 metros, por las dimensiones de los vehículos nuevos, según afirma Miguel Angel Salvia, presidente de la Asociación Argentina de Carreteras.

Pero no podemos modificar decenas de miles de kilómetros de rutas. Por lo menos, no enseguida, ni en pocos años.

¿Podremos “modificar” a los conductores? ¿Cambiar su actitud?

“Durante todo 2007, y hasta los primeros tres días de este año, 113 personas murieron en Chubut como consecuencia de accidentes de tránsito.

La cifra representa un 20 por ciento más que la producida en 2006, cuando los fallecimientos por esa causa fueron 94” (diario Jornada – Chubut)

Los datos parecen indicar que, pese a todas las campañas de seguridad y concientización vial, muchos conductores no quieren ser “modificados”. Las fallas humanas más comunes son: invasión de carril, distracciones, velocidad inadecuada, maniobras abruptas, cansancio…

Creo que debemos tomar conciencia que muchos de nosotros estamos manejando vehículos pensados para carreteras que no son las nuestras. Que alcanzan velocidades que, en nuestros caminos, son siempre inadecuadas. Que si no podemos solucionar el problema cambiando las carreteras y no queremos seguir matándonos entre nosotros, pero no podemos “obligarnos” por las buenas a “sacarnos el neumático de la cabeza”, debemos aceptar una imposición por la Ley.

Concretamente, en la provincia del Chubut vamos a proponer un proyecto de Ley que establezca que los vehículos particulares que se patenten y/o radiquen en la provincia, deban incorporar un dispositivo limitador de la velocidad máxima, independiente de la voluntad del conductor y que no pueda ser modificado por éste. De acuerdo a la legislación vigente, el máximo debería ser de 130 km/h.

Se nos dirá, como ha sucedido en otras provincias para frenar la iniciativa, que un accidente es fatal “tanto a 170 km/h como a 120 km/h”, por lo que limitar la velocidad no sirve para nada.

Sin embargo, eso es una falacia bastante elemental. En principio no toma en cuenta que a mayores velocidades, las posibilidades de error humano se multiplican.

Que las distancias recorridas para el frenado hasta y desde que los reflejos se activan son proporcionalmente mayores cuanta más velocidad.

Que si bien los motores y la estructura de los automóviles modernos están preparados para desarrollar esas velocidades, no siempre los conductores mantienen otros aspectos técnicos en condiciones ideales, por ejemplo los neumáticos, que no reaccionan igual dependiendo de su estado de desgaste, de la velocidad o de la maniobra ejecutada, disminuyendo su “agarre”.

La oposición a esta medida no tiene sustento lógico ni legal: si la velocidad máxima permitida en rutas y en todo el país es de 130 kilómetros horarios, los que se opongan ¿estarán reclamando el “derecho” a infringir la ley? ¿Reclamarán el “derecho” a ser irresponsables? ¿El “derecho” de accidentarse a la velocidad que deseen?

Por último, el Estado tiene la obligación y –aquí si- el derecho de proteger a los ciudadanos que sí cumplen la ley, y que muchas veces se ven involucrados en accidentes múltiples en los que su única participación activa fue conducir correctamente, a la velocidad adecuada, y que no tienen porqué ser víctimas de aquellos que por impericia, negligencia o simple inconsciencia, deciden apostar sus vidas en una ruta.

Enrique Gil Ibarra

Fuentes:

Asociación Argentina de Carreteras

Centro de Experimentación y Seguridad Vial

Revista Rumbos

Diario Jornada

Luchemos por la Vida

lunes, enero 07, 2008

"Contra la estupidez, los mismos dioses luchan en vano"

(Juana de Arco/ Friedrich von Schiller)

Probablemente la principal demostración de estulticia de los seres humanos es nuestra persistente negación de la realidad. Todos nosotros pretendemos que ésta se comporte de acuerdo a nuestras necesidades (necedades) particulares, mientras oponemos nuestro débil pecho a los embates de las circunstancias que no nos dependen.

Estamos viendo en varios países latinoamericanos cómo el Imperio ha organizado un sutil contraataque en distintos frentes, destinado a detener a esta horda de dirigentes y dirigidos que nos hemos atrevido a imaginar que finalmente el siglo XXI nos encontraría unidos, no dominados.

En Bolivia, Evo Morales se ha visto obligado a oficializar el referéndum que posiblemente está destinado a perder estrepitosamente. Ya hemos dicho en otra nota que esto no es obligatoriamente negativo, ya que si bien el presidente boliviano “pone así en peligro su continuidad como presidente, esta jugada que parece arriesgada tiene una lógica profunda: ¿puede gobernarse Bolivia en el actual estado cuasi insurreccional en que se encuentra? Al concluir que no, el Presidente boliviano decide jugar a todo o nada, sabiendo que en determinados momentos históricos es la única movida posible.
Si gana, es obvio que los prefectos que se le oponen perderán, y por lo tanto el gobierno tendrá no sólo un renovado aval del pueblo, sino la seguridad de normalizar el país. Si pierde, habrá evitado lo que se preanuncia como una guerra civil en ciernes o un potencial golpe de Estado sangriento, y podrá volver al llano a seguir trabajando desde las bases sin pagar el costo político del desgobierno, que de todas formas le impediría aplicar su proyecto nacional”.

Pero atención: ya algunos compañeros bolivianos están afirmando que “esto es lo mejor que podía pasar”, ya que “lo habilita a Evo para seguir impulsando el proyecto revolucionario sin las obligaciones que corresponden al presidente del país”.

¿Se habrá escuchado antes en La Paz gansada semejante? Según estos lúcidos compañeros, es preferible perder el poder antes que tener suficiente poder para mantenerlo.

A ver: “la única movida posible”, significa exactamente esto: el enemigo nos está acorralando, y hemos sacado una jugada de la galera para evitar una derrota. Ergo: hemos retrocedido un paso. ¿Se entiende? Nadie discute que es mejor retroceder un paso a que te llenen la cara de dedos, pero de allí a afirmar: ¡Estamos ganando! hay una seria diferencia.

En Ecuador ya han surgido los primeros obstáculos que preveíamos con el objeto de trabar la Asamblea Constituyente. La oposición, -era obvio- ha olvidado sus diferencias tácticas y empuja un proyecto de desestabilización que incluye desabastecimiento, inflación desenfrenada y sondeos falsos ¿Se parece a Venezuela? Pues si. Y tampoco es original; suponemos que Correa no pensaría que eliminar los monopolios o crear un “Ecuador socialista del Siglo XXI” sería soplar y hacer botellas. Pero alguno de sus ministros, -optimista él- ya ha salido a declarar que esto es bueno, porque de esa manera se identificará claramente a “los conspiradores” y el pueblo sabrá a qué atenerse. Claro, esperemos que no llegue el momento del referéndum para aprobar la constituyente y nos llevemos una sorpresita.

¿Y en Colombia? Ninguno de nosotros puede discutir que Uribe es un hijo de perra, pero con este asunto de los rehenes nos hemos pasado de idiotas. Es decir: él nos ha pasado, y los idiotas nos quedamos mirando el aire. Pero lo triste es que mientras tanto insistimos en que no somos idiotas, sino que él es un hijo de perra, cosa que ya sabíamos, y que jugó sucio (ídem), y que no pudimos por ahora (ídem, ídem).

No vale la pena considerar la estupidez de las FARC que ofrecieron lo que no tenían (y no me digan que lo que pasa es que ellos pensaban recuperar al chico, porque una negociación de ese calibre no se ofrece sin todas las cartas en la mano). Quiero reconocer que a mi me pareció una excelente jugada la del canje sin condiciones. La propuse en una nota del 7 de diciembre, pero con Ingrid Betancourt como protagonista:

La única opción lógica (y correcta desde el punto de vista marxista) es arrebatarle la iniciativa al enemigo: las FARC deben liberar YA a Ingrid Betancourt (y sólo a ella) sin ningún canje.(…) Una acción como ésta recibirá inmediato respaldo internacional (puedo garantizarlo), volcará a la opinión pública en su favor, y arrinconará a Álvaro Uribe, quien no tendrá más remedio que avanzar en las negociaciones para el canje humanitario de todos los demás secuestrados y detenidos. Si Uribe se niega quedará en descubierto ante el mundo. Es simple”.

Pero parece que el simple soy yo. Del salto en una pata que me produjo la propuesta de liberación de los tres rehenes, pasé a la incredulidad absoluta cuando el narcopresidente colombiano jugó su carta maestra y nos hizo quedar a todos (Chávez y Kirchner incluidos) como pelotudos.
Aunque, también hay que decirlo, tanto Chávez como Kirchner asumieron esta pelotudez coyuntural con dignidad y mesura y se limitaron a un “no se pudo” humilde y susurrado.
¿Es un retroceso? Si, definitivamente, aunque algunos compañeros colombianos no parecen comprenderlo:

Hoy sabemos que la monstruosa criatura que se conoce como Álvaro Uribe Vélez, secuestró al niño, lo zarandeó como un muñeco, le violó sus derechos de niño, lo usó para evitar la liberación de las dos retenidas, sólo con la malévola intención de sacar dividendo político. Las FARC han actuado correctamente. Tenían ubicado al niño en Bogotá, alejándolo de la peligrosa confrontación bélica, a la espera de un momento adecuado para su entrega. Era lo que esperábamos. Primero el niño, segundo el niño, tercero el niño. Siempre el niño. Y en esto, siempre la verdad. La verdad dicha claramente, sin dilaciones, rápidamente. De frente a todos.

La verdad, muchachos, es que son unos pelotudos. Pero el verdadero problema es que parecen orgullosos de serlo. La explicación pública del papelón en el comunicado de las FARC es para retrasados mentales. Hace agua por donde la lean y no se sostiene en los tiempos: si el niño estaba resguardado y controlado en Bogotá, ¿por qué no lo recuperaron antes del ofrecimiento de canje? ¿Tan resguardado estaba que las FARC no se enteran que Uribe “lo secuestró” hasta que Uribe denuncia que no lo tienen? No jodamos.

Vamos a Venezuela, donde ayer en “Aló presidente” Chávez debió reconocer públicamente que los tiempos hasta el 2013 no le dan para el socialismo y ofreció un pacto con la burguesía nacional. No puedo negar que me gusta más Chávez cuando deja de lado las boludeces del “rojo, rojito” y plantea políticas y estrategias en serio. Golpeado en dos oportunidades consecutivas, Chávez ha tomado –creo- conocimiento de que la Venezuela socialista no depende de su voluntad ni de sus discursos, sino de la conciencia de su pueblo. Conciencia bastante oscilante, si debemos juzgar por los comentarios posteados en los foros venezolanos como “Aporrea” o “Revolución al día”, en los que exceptuando a algunos foristas que saben de lo que hablan, lo demás se reduce a vergonzantes y bastante ingenuas declamaciones supuestamente “socialistas” mezcladas con un seudo anarquismo elemental. Eso si, casi todos los comentarios son firmados “socialismo o muerte”, si bien varios de los firmantes se quejan porque han sido “individualizados” con nombre y apellido por los “escuálidos” y sienten temor a las represalias por el “ostracismo social” que podría significarles. ¿Socialismo o…. qué?
Y se manifiestan totalmente en contra de “pactar con la burguesía” sin comprender que la única salida posible para la Revolución Bolivariana es un Frente Nacional y Popular que declame menos el socialismo y trabaje más por la organización y el poder popular.

¿Me volví reaccionario esta semana? No. Lo que quiero decir es que cuando retrocedemos, retrocedemos. Son inevitables los retrocesos en el avance por la liberación continental. Los enfrentamientos no son lineales, y la política no es matemática. Lo que no es racional es mentirnos a nosotros mismos, en pos de un optimismo triunfalista imbécil. Si hiciéramos todo bien, si fuéramos tan inteligentes, no estaríamos discutiendo estas cosas, porque ya hubiéramos ganado.

Pretender que cada derrota coyuntural es en realidad un triunfo, es estúpido e ineficiente, porque nos impide aprender.

Suponer que si repetimos varias veces “es lo mejor que podía pasar”, la frase se convertirá en verdad, tiene que ver con el pensamiento mágico y la ilusión de que las revoluciones se harán porque “son inevitables”, y no por el sacrificio y la lucha de los pueblos.

Creer que el accionar de los dirigentes, por más honestos y dedicados que sean, puede suplantar el compromiso organizado de la clase trabajadora, es abandonar no sólo nuestra ideología, sino nuestra posibilidad de futuro.


Enrique Gil Ibarra