jueves, enero 17, 2008

El que duda, pierde


No debe confundirse el aserto del título con la negación de la sana –y necesaria- duda intelectual que denota reflexión y –a veces- cierta sabiduría. Me refiero a la duda al borde del precipicio. Esa que nos ofusca durante el segundo crucial en que la única rama y sostén disponible queda fuera de nuestro alcance, y sólo resta evaluar las consecuencias de nuestra irresolución.

Los que somos mayores por estos años, arrastramos con nosotros la memoria de un mundo más lento, pausado, hasta cachazudo. Un planeta donde una decisión podía posponerse, aunque no indefinidamente, por horas, días y hasta semanas.

Sin computadoras ni televisión de cable, los otros países eran, precisamente, “otros”. Sus hechos, si no lejanos, llegaban cuando menos demorados hasta nuestra percepción y nuestro análisis. Los medios sonaban diferentes porque lo eran, ya que sus titulares no compartían la inmediatez de la red, aunque sin duda pudieran conllevar una hermandad política o económica. Sin embargo, existía la certeza de que si algo no se decidía hoy, el mundo no terminaría mañana.

Políticos y dirigentes actuales siguen remolcando consigo esa certeza, que hoy es tan vetusta como la “cocina económica” que –por otros motivos- continúan usando muchas abuelas de nuestro país. La realidad impone otros mecanismos. Un planeta en que las Bolsas de valores se impelen unas a otras en unos minutos; donde vemos derrumbarse literalmente el centro financiero de un imperio en el preciso momento en que sucede; donde un señor, ex funcionario de la CIA y hoy el “terrorista” más buscado del mundo puede hacernos llegar su palabra a todos y cada uno de nosotros sin más intermediarios que una web y un módem; donde el simple hecho del amor o el odio entre dos adolescentes puede resolverse con un mensaje mal deletreado en una pantallita de celular.

En ese (este) planeta, decía, no hay ya tiempo para medias tintas. Lamentablemente, la única posibilidad para un dirigente que desee ejercer como tal es poseer la capacidad de prever lo que sucederá, en lugar de limitarse a razonar lo que sucedió. Así como en periodismo, la frase “el diario del lunes” tiene un contenido despectivo, que se origina en el caballero que explica con pelos y señales los evidentes motivos por los que el equipo invencible (o la “fija”, para los burreros), fue bochornosamente derrotado el domingo, de igual manera el político que espera el acontecimiento para deducir sus potenciales consecuencias, pierde irremisiblemente el tren del impacto, porque el mundo espera profetas.

Este larguísimo “introito” tiene como excluyente objetivo colaborar en la desestimación definitiva de esa política pusilánime y “correcta” que nos ha invadido los genitales como lo haría –dijera Stevens- el Emperador de los Helados.

El momento es crucial. Hace pocos días me tocaba afirmar que el contraataque del Imperio estaba en marcha, y cuestionaba a algunos dirigentes que acariciaban sus laureles (algunos hasta honestamente conseguidos) soñando con pasar de la carne al bronce sin solución de continuidad.

Me pregunto hoy: ¿y qué pasa con los dirigidos? Leo proclamas y manifiestos, declaraciones de principios y nobles objetivos. Se multiplican los foros, los debates, nos escuchamos todos.

¿Y cuál es el problema? -Me retrucará usted, no sin asombro-

¿Acaso la participación no es necesaria en el avance de los pueblos?

Por supuesto que si, mientras la discusión necesaria no se prolongue en babel interminable y bizantina.

El problema es que la discusión no fructifica. Que veo por allí, por aquí y por allá las mismas respuestas sin acción, reiteradas miles y miles de veces. Que cada grupito, cada partidito, cada sectorcito, lanza su opinión al mundo, y por el mundo revolotean entonces millones de mariposas, heraldos de potenciales liberaciones que, en tanto pajaritas de papel, seguirán inconclusas. Porque tristemente, cada mariposa bien intencionada retorna a hacer noche a la finca privada del emisor, y regresa sola, sin pareja ni prole.

Decenas de miles de compañeros en Argentina, Bolivia, Venezuela, Brasil, Colombia, nos repetimos permanentemente que hay un único camino para la América Latina y que éste, respetando las particularidades de nuestros pueblos, transita por la liberación continental.

Extraña me resulta nuestra impotencia, ya no para prever, sino por lo menos leer en qué se basa el ataque del enemigo: recrudecen las inquinas entre compañeros colombianos y venezolanos por el tema de las FARC. Las papeleras siguen dividiendo a Argentina y Uruguay, en un conflicto que, en el marco de la dependencia, se me ocurre irresoluble. Perú lleva a Chile hasta La Haya (sin entrar a discutir la justicia del reclamo). Mientras tanto, Bolivia baila sola, y no hay apoyo tampoco hacia Ecuador, que está dando una silenciosa pelea interna.

Pensamos el ataque como si fuera hacia nuestros gobiernos, olvidando que éstos mantienen contradicciones y vacilaciones diferentes, que sin duda constituyen parte de la base de sustentación del Imperio. Pero la agresión que nos importa es a los pueblos.

Son los pueblos, entonces, los que deben prever y reaccionar.

No obstante ¿cómo fantasear con un Movimiento de Liberación Latinoamericana si no logramos recuperar el nuestro propio? Pues tal vez ese “armado desde abajo” deba ser, en este nuevo mundo tan cercano, aún más amplio de lo que hemos imaginado siempre. Quizás el juego pase por obligarnos a nosotros mismos a pensar en grande, y a encontrar en nuestros hermanos –que ya no son “de afuera”- la fuerza y el empuje para construir Latinoamérica desde los pueblos, y no desde los gobiernos. Posiblemente esa construcción contribuiría, en cada uno de nuestros países, a sacudirle el polvo a la desesperanza y el descreimiento de tantos compatriotas que se limitan a espectar el partido y a hojear el diario del lunes para ver quién ganó.

No sé. Es sólo una idea.

Enrique Gil Ibarra

1 Comentarios:

A la/s 10:34 a. m., abril 25, 2011, Anonymous irene dijo...

No entendí nada. Demasiadas palabras, cuando escriba tanto, le convendria al final decir:
RESUMEN: lo que quiero decir es esto xxxxxxxxxxxxx
y que ésto ocupe 5 o 6 renglones.
desde Merlo, San Luis con afecto, Irene

 

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