viernes, febrero 22, 2008

“Y al que asome la cabeza ¡duro con él!”


Ingenuo sería pensar que no habrá cambios en Cuba luego de la “jubilación
institucional” de Fidel Castro. Tampoco es serio afirmar que “ahora todo será distinto porque no está Fidel”. Pero desde luego la ingenuidad es una de las
“virtudes” que más abundan en este mundo loco que supimos conseguir.
Por supuesto, ni tanto ni tan poco es lo que el sentido común indica, apoyado –a veces- en la historia y otras en la racionalidad que explica paciente y reiteradamente – desde hace décadas- a quien quiera escuchar que ningún gobernante/compañero se mantiene en el poder por tanto tiempo si no tiene la mayoría del respaldo de sus compañeros/gobernados.

En fin, lo cierto es que el Comandante ha dicho basta, no a la política, que en ciertos humanos suele ser una infección endémica y en ocasiones mortal pero siempre obligatoria, sino a su rol preeminente en la revolución cubana.
Miami derrocha champán barato, algunos “revolucionarios” del mundo se preocupan, y yo me detengo –una vez más- a pensar en ese viejo de barba cana con errores y aciertos al que tanto puteamos y apreciamos tanto.

Reconozco que nunca pude soportar la dilatación de sus discursos, y que una de las bromas que aún me hace sonreír abiertamente es ese chiste viejísimo que termina con cientos de miles de cubanos cantando: “No, Fidel, no nos gusta la pachanga”.
Para los peronistas de los 70 (y todos saben a qué “lado” de los 70 me refiero), ese anciano hoy encorvado era como un cuadro de Picasso: en ocasiones no lo entendés, pero sabés que igual estás frente a algo que el mundo no olvidará, le guste o no le guste.

La labor de adaptación neuronal que debimos realizar para conciliar los preconceptos peronistas con los presupuestos marxistas fue, no sé si memorable, pero en ocasiones ciclópea (veníamos acostumbrados a mirar con un ojo solo, y descubrimos que teníamos dos). Me dirán que a nosotros, argentinos de pura cepa, nos “tiraba” más el Che, pero en realidad todos sabíamos en secreto que nuestro Ernesto era un apéndice, necesario si, pero no imprescindible. Tal vez, si otro gallo hubiera cantado, se hubiera revelado como indispensable el Camilo, con su sombrerote absurdo y su facha de galán de telenovela latinoamericana.

Si alguno de nosotros no se soñó con melena desgreñada y barba, acompañándolos en la Sierra Maestra, puedo garantizar que Los Tres Mosqueteros y El Conde de Montecristo no se encontraban entre sus libros de cabecera.

¿Será demasiado catalogar de “epopeya” el accionar de los 82 locos que se bajaron de un ridículo barquichuelo llamado “abuelita” para tomar el poder?
Se me cruza ahora (y era muy chico, de manera que la impresión ha sido fuerte) esa imagen de Krushev apaleando su curul con el zapato en plena ONU, y no puedo menos que coincidir con Fernando de Felipe cuando cita a Bourdon y afirma que con el tiempo “quedan menos opiniones y problemas que hombres e imágenes”.
Creo que si, que llega un momento histórico en que cada persona va más allá de lo que fue para convertirse en lo que los otros ven, y sus acciones dejan de integrar el “balance de lo correcto” para sumarse definitivamente a la imagen final que quedará no en las retinas, sino en la memoria de un mundo.

Fidel se ha equivocado en muchas cosas. No me cabe duda que con su carácter obsesivo varios de esos errores deben rondar por estas noches que sin duda, siente como últimas, y piensa inútilmente como nosotros “¿y qué hubiera pasado, si…?”. Supongo que al igual que yo (salvando las distancias, claro) soluciona simplemente el dilema con una sonrisa irónica y recóndita que reservamos para castigar el ego cuando se pone idiota y comenzamos a creer que efectivamente (como individuos) formamos parte de la historia.

Por supuesto, su caso es diferente. La historia ya lo ha absuelto, como vaticinaba, y en ese trayecto inverso ha logrado, privilegio de pocos, una justificación de su existencia.

Quedará, como siempre, la visión dual inevitable de la execración y el mito, la antinomia dudosa “dictador/libertario” de aquel que pregona irracionalmente la objetividad y que, francamente, a mí me importa tan poco como la opinión de Bush.
Todavía me descubro a veces tarareando el fraseo del título que, pensándolo bien, no es más que la expresión de la confianza que, ya entonces, teníamos en ese milagro de una revolución imposible para el planeta, generada por el genio irreductible de un orate que pudo evaluar el desastre del Moncada como la primera experiencia victoriosa de la lucha de liberación cubana.

Los gusanos maiameros –decía-, brindan tontamente. Esa “jubilación política” que tantos ilusos vaticinan no arribará hasta que llegue su último (iba a escribir “cigarro”, pero ya no fuma) paseo meditativo, luego de repasar las líneas de despedida y de futuro para un pueblo que ya imagina cómo conservarlo vivo eternamente.
Porque, como todos sabemos, Fidel se va a morir cuando se le dé la gana a él, y haya puesto su punto final y necesario en el artículo del Granma.

Que en última instancia, las vidas no se opacan con las muertes si se ha ayudado a nacer a tanta gente que descubrió una razón para seguir cantando desde que, hace cincuenta años, “…llegó el Comandante y mandó a parar”.

Enrique Gil Ibarra – febrero del 2008

martes, febrero 19, 2008

A confesión de parte, relevo de prueba (artículo para ingenuos)

Vamos a ser simples, porque en ocasiones siento que continuamos debatiendo (complicando) cosas tan evidentes que ya no merecen ni análisis ni confrontación.
Supongamos que todos somos honestos. Supongamos que los defensores acérrimos del capitalismo salvaje no son sujetos demoníacos y malvados, a los que les interesa un cuerno el sufrimiento ajeno. Supongamos (haciendo un esfuerzo) que además se preocupan genuinamente, dentro de sus convicciones individualistas, por la calidad de vida de “los pobres” y están auténticamente convencidos de que ellos propugnan un mundo de libres oportunidades para todos.
Dejemos de lado por un minuto las convicciones ideológicas, y basémonos exclusivamente en el empirismo pragmático.
El Siglo XX fue sin duda alguna el siglo de la confrontación ideológica. El capitalismo floreciente y el socialismo (aparentemente derrotado) mantuvieron un enfrentamiento en el que los países socialistas debían dar pruebas de libertad, y los capitalistas de justicia social. Digamos que ambos fracasaron.
Puede afirmarse que a los países supuestamente socialistas les sucedió por no aplicar correctamente el marxismo, y esta premisa no se alejaría demasiado de la verdad.
Pero podemos decir también que el fracaso del capitalismo se debe –paradojalmente- a su correcta aplicación.
Desde las ultimas décadas del siglo pasado quedó claro que el problema base del capitalismo es su insostenible acumulación y concentración. No hay forma de que un sistema se sostenga indefinidamente multiplicando la producción pero limitando el consumo a sectores privilegiados.
La teoría del “derrame” tan apreciada por el neoliberalismo consiste en el convencimiento de que, en un punto determinado, la riqueza producida comienza indefectiblemente a “derramarse” sobre los menos favorecidos generando, no la igualdad, pero sí condiciones dignas de vida para todos. Esta teoría ha constituido la única justificación moral para la explotación establecida como sistema, ya que planteaba un momento futuro durante el que, si bien seguiría existiendo plusvalía, la prosperidad (en mayor o menor grado) alcanzaría a la totalidad de los individuos.
Por supuesto, este planteo teórico se reveló incorrecto luego de casi un siglo de su puesta en práctica. El derrame no se produce porque nadie está dispuesto a repartir parte de su ganancia si esto no es requerido por una exigencia productiva que posibilite una acumulación posterior (beneficio) mayor.
Simultáneamente, el crecimiento de la mano de obra disponible debido al avance tecnológico quitó sustancia y contenido a esa premisa, dado que las exigencias productivas se solventaron con nuevas y mejores maquinarias.
La realidad indica hoy un planeta con casi 200 millones de desempleados (sobre una población económicamente activa de 2.800 millones – Organización Internacional del Trabajo) y 850 millones de subempleados (misma fuente). De los 2.800 millones de empleados, el 50% (1.400 millones) gana menos de 2 dólares diarios (por debajo de la línea de pobreza internacional) y de ellos el 35% (500 millones) menos de un dólar (situación de miseria extrema).
En los países centrales la situación no es distinta: Las tasas de desempleo en los Estados Unidos continúan creciendo: 6,8 millones de desempleados en diciembre del 2006, y 7,7 millones en diciembre del 2007 (5% de la población económicamente activa). En Francia ese índice alcanza al 8,9% y en Alemania al 10,5 (datos diciembre 2006).
Todas las previsiones de los organismos internacionales prevén un incremento del problema. El Banco Mundial advierte, refiriéndose a los países europeos y asiáticos: "En aquellos países que han ingresado en forma reciente a la Unión Europea y los países en vías de adhesión, el problema en el mercado laboral es realmente la desocupación y el desempleo a largo plazo. (…) En estos países, la tasa de desempleo alcanza los dos dígitos y cerca del 50% de los desempleados pasa más de un año en busca de trabajo". (Enhancing Job Opportunities in Eastern Europe and the Former Soviet Union, - Aumentar las oportunidades de trabajo en Europa oriental y la antigua Unión Soviética - Stefano Scarpetta, economista, Vicepresidencia de Desarrollo Humano y Protección Social del Banco Mundial).
Por su parte, el Banco Interamericano de Desarrollo no es más optimista: “…en Latinoamérica aproximadamente el 20% de los empleados vive en hogares con un ingreso per-capita inferior a 2 US$ PPA al día y, por lo tanto, son considerados como pobres. Dos tercios de estos trabajadores perciben salarios bajos, es decir un salario por hora inferior a 0.87US$ PPA”
Paridad en Poder Adquisitivo (PPA), significa que se utilizan dólares estandarizados, de manera que la gente puede comprar la misma canasta de bienes por determinada suma de dinero en cualquier país.

Fuente: Banco Interamericano de Desarrollo

Entonces ¿sobre qué estamos argumentando? ¿Cuál es el sentido de continuar un debate sobre las ventajas comparativas entre ambos sistemas?
Lo cierto es que nadie pretende que en nuestros países latinoamericanos se adopten socialismos stalinistas, ni se trasplanten esquemáticamente fórmulas del siglo XIX.
Sin embargo, los mismos organismos que defienden a capa y espada el capitalismo, reconocen su impotencia para mejorar el nivel de vida de la inmensa mayoría de los habitantes del planeta.
¿Por qué seguimos deliberando sobre ideologías, cuando la realidad indica que no existen opciones?
Es obvio que –sea cual fuere la ideología que defienda cada uno- estamos empeñados en una disputa sin sentido y sin objetivo. Esto suponiendo, como lo hacíamos al principio, que todos los participantes del debate somos honestos.
El sistema capitalista ha demostrado (y lo reconoce) que no ha logrado ni puede lograr una formulación mínimamente equitativa en la distribución de la riqueza.
Si todos fuéramos honestos, no sería preciso discutir más.

miércoles, febrero 06, 2008

- ¿Y el Movimiento Peronista? -"De eso no se habla"


“Se habla del Partido Justicialista”, me rebatía hace un par de días un joven compañero recientemente elegido Concejal en mi ciudad, que no alcanzaba a comprender la diferencia que yo perseveraba en destacar.
“Pero ¿no son la misma cosa? –Preguntaba el compañero- Si Kirchner habla del Partido”.

Infelizmente esta confusión, que antes sólo afectaba a los no peronistas, hoy forma parte del desconcierto político de muchos compañeros llegados a la militancia luego del retorno de la democracia, en ese lejano 1983 de la derrota. Compañeros que, como jamás tuvieron la oportunidad de ver al Movimiento en acción, sólo tienen como ejemplo práctico de “militancia” la escasa participación partidaria, una pegatina sin riesgo alguno, una prolija pintada con paredón blanqueado a la cal o, en el peor de los casos, alguna reunión pública en la que se les explica cómo ser fiscales de mesa.

¿Cómo explicarles que “eso” no es militancia peronista, sino campaña electoral? ¿Cómo decirles que la militancia es el trabajo barrial constante (que no consiste en llevar volantes de campaña), el permanente debate con los vecinos (que no es llevar la ficha de afiliación o la boleta), o la reconstrucción de las redes solidarias (que no significa solamente ir a trasmitir un pedido de colchones o de chapas).

¿Cómo decirles que, si sólo confían en una reestructuración partidaria, lo único que estarán garantizando (en el mejor de los casos) es un triunfo electoral, pero de ninguna manera asegurando el respaldo popular necesario para un cambio estructural en un nuevo proyecto de país?

¿Es posible, sin ser acusado de “traidor”, recordarles que el General Perón definía correctamente al Partido Justicialista como una simple “herramienta electoral”, utilizable sólo mientras fuera necesaria y que, cuando dejara de serlo, sería convenientemente enterrada “en un cortejo con cuatro caballos negros”?

No sólo es posible, sino necesario. Porque mientras una buena parte de la dirigencia del centro político nacional (léase Buenos Aires) está encantada con este “resurgimiento” de la estructura partidaria, existen sin duda otros compañeros dirigentes, en varias provincias argentinas, que comprenden perfectamente que no será el partido justicialista “per se” el que pueda abonar y respaldar un “Proyecto Nacional” para implementar la revolución inconclusa del peronismo.

Mientras los dirigentes de “allá” sueñan con el manejo de la superestructura partidaria, otros, sin duda con más percepción y mayor conocimiento político, reiteran –y no siempre son comprendidos por sus seguidores o aliados- que la única forma de construir poder real es acrecentar el contacto con la gente, restablecer los lazos de comunicación horizontales, incrementar la participación, alentar el recambio generacional, estimular la formación de cuadros; en pocas palabras: organizar al pueblo detrás de un objetivo común. Son los que no han perdido de vista que la única justificación para ocupar un cargo público -representar al pueblo- es trabajar por la felicidad y el bienestar de los representados.

Esa tarea es la que reconstruye al Movimiento Peronista. Por supuesto que muchos –demasiados- compañeros en todo el país afirman que es una tarea vana e ilusoria. Que el movimiento ya no existe, que ha sido destruido y que no retornará. Esto ha sido anunciado demasiadas veces en las últimas décadas, y nadie puede negar que es una posibilidad concreta. Sin embargo, si aceptamos esto deberemos asumir que lo que ha desaparecido es el Peronismo. Porque pensar que los ideales y objetivos políticos del Peronismo de Perón y Evita pueden ser encarados y llevados adelante por el Partido Justicialista es más irreal todavía.

Y si los jóvenes no comprenden porqué, habrá que explicarles la diferencia: sin el Movimiento, el Partido Justicialista no se diferencia en nada de la UCR, o de la Democracia Cristiana. Sin el Movimiento, el partido sólo sirve para consolidar la dependencia. Porque sin el Movimiento organizado defendiendo y empujando, el partido no tiene poder ni voluntad política para implementar los cambios necesarios. Es, como todos los partidos, una institución burocrática, rosquera, apta para impulsar ambiciones personales, pero jamás proyectos colectivos.

Enfocar el peronismo desde una perspectiva exclusivamente electoralista es renunciar al proyecto de país mejor que perseguimos desde hace tanto tiempo y que tanto nos ha costado. Es resignar el concepto de la práctica peronista como forma de vida en una comunidad organizada. Proyectar un “Partido” sin “Movimiento” es considerar al pueblo como “objeto” de la política y no como “sujeto” de la transformación social por la que luchamos tantos años.

Limitar el peronismo al Partido es abandonar el peronismo.

Enrique Gil Ibarra – 6 de febrero del 2008