jueves, agosto 08, 2013

Lo urgente y lo importante

Toda ciudad tiene una historia. Normalmente, está constituida por miles de historias menores, personales, que cada uno de sus habitantes fue diseñando a través de los años. Algunas minúsculas, comunes la mayoría de ellas. Otras un poco más grandes, más destacadas, las de aquellos escasos hombres y mujeres que, preocupados por su presente y por el futuro, fueron reconociendo las carencias e imaginando las soluciones necesarias, las que marcaban su época y las que surgirían en las vidas de sus hijos.

Mientras la generalidad de las personas ponen sus ojos y su atención en las demandas urgentes de la vida diaria, esos otros raros individuos, tal vez con una integración más amplia con su comunidad y sus prójimos, dedican también parte de su atención a lo que hoy no se ve, pero será evidente mañana. “La esencia del genio – decía un pensador alemán- es descubrir lo que falta”.

Los argentinos decimos de nosotros mismos que somos capaces de arreglar todo con alambre. Y lo cierto es que en muchos países del mundo la creatividad argentina es valorada – quizás en demasía- y eso ha quedado comprobado por nuestros compatriotas en sucesivos y no deseados exilios. Pero esa creatividad supuesta nos ha generado una soberbia que a lo largo de los años derivó en inconsistencia de objetivos e inconstancia para concretar los fines que nos proponemos. En general, nuestra historia demuestra que abrimos rumbos, empezamos caminos que luego prosiguen otros, tal vez menos brillantes, pero más consecuentes, más concienzudos.

Volviendo a las ciudades, que no son otra cosa que un reflejo distorsionado de sus naciones, ellas también sufren de la disociación mencionada. En todo pueblo existen aquellos ciudadanos que “descubren lo que falta” y proyectan el cambio necesario, lo elaboran, lo plantean e impulsan entre sus vecinos y amigos, y merced a ese empuje y decisión el proyecto crece y parece estar a un paso de su realización. Y de pronto, por alguna razón desconocida, la motivación se va diluyendo, se desvanece en el tiempo, y la idea brillante, que sin duda modificaría la realidad futura, muere olvidada por todos.

Haciendo un pequeño esfuerzo de memoria, seguramente cada uno de nosotros puede hallar en la vida de sus pueblos natales –y hasta de sus familias- ejemplos que verifican esto.

Y aquí viene a cuento lo expresado más arriba sobre la inconstancia. De alguna manera, aquellos pocos individuos brillantes que son capaces de pensar el futuro de sus comunidades, también adolecen de un defecto primordial: ellos ven el bosque, complejo y diverso, pero no pueden mantener su atención en un simple árbol. Saltan así de idea en idea, de proyecto en proyecto, y olvidan que, sin ellos y su empuje, los que los rodean volverán a ocuparse del árbol, de la urgencia diaria.

Y la moraleja que toda historia debe tener, es por supuesto que las ciudades y pueblos que crecen y se desarrollan coherentemente, son aquellas en las que todos sus habitantes logran una sinergia solidaria, y pueden compartir sus objetivos resignando en parte sus individualidades e intereses, para aportar al éxito del conjunto. De esta forma, muchos aprenderán que es posible elevar la mirada hacia otros horizontes más lejanos, y algunos pocos comprenderán también que para sus hermanos menos favorecidos lo urgente siempre es importante.

Enrique Gil Ibarra/Agosto 2013

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