jueves, marzo 31, 2011

¿Chicos de la guerra o héroes de Malvinas?

Por Aritz Recalde

Los argentinos, especialmente no han podido olvidar que se trata de una parte importante de territorio nacional, usurpada a merced de circunstancias desfavorables, en una época indecisa, en que la nacionalidad luchaba aún con escollos opuestos a su definitiva organización (…) El precedente de la injusticia es siempre el temor de la injusticia, pues si la conformidad o indiferencia del pueblo agraviado consolida la conquista de la fuerza, ¿quién le defenderá mañana contra una nueva tentativa de despojo o de usurpación? (José Hernández sobre Malvinas, año 1869)

La división mundial del trabajo establece que las naciones periféricas deben ser una granja de producción agropecuaria y que tienen que importar la manufactura para dar trabajo a los habitantes de las metrópolis. La división mundial de la ciencia y de la cultura, condena a los Estados del tercer mundo al subdesarrollo y a la importación de patentes e innovaciones, cerrando la posibilidad de producción autónoma de conocimiento y más aun, de saber articulado a la industria nacional. Claramente, las dos divisiones mencionadas consolidan una tercera, que es la social y que establece que los Estados del sur del planeta padezcan la desigualdad e inestabilidad social crónica y permanente, para alimentar el nivel de vida del primer mundo. Finalmente, hay una división mundial de la vida y de la muerte que permite que algunos Estados tengan el derecho a asesinar a los habitantes de otros pueblos. Las manos de Europa y de Estados Unidos están bañadas de sangre y dichas potencias se caracterizaron por la ocupación e intervención violenta en todo el planeta en guerras “ofensivas y defensivas” contra el “fascismo, el comunismo, el terrorismo, la droga o por la democracia”. Nuestro país fue víctima de esa división mundial de la guerra y la política y el mismo día que tomamos posesión de nuestro territorio en Malvinas, las potencias declararon el bloqueo económico, político y cultural al país y organizaron la agresión y el asesinato de nuestros soldados. La ONU, la OTAN, la Comunidad Económica Europea, los capitalistas y los comunistas, justificaron públicamente y ante el mundo, por acción o por omisión, la agresión a la Argentina por parte de Inglaterra. En la división mundial de la guerra que se refleja y por ejemplo, en el cine de EUA, se puede matar a un supuesto terrorista árabe, a un supuesto comunista latinoamericano, a un supuesto narcotraficante latinoamericano, nunca a un supuesto demócrata europeo.

Perdimos la guerra en el año 1982 y la peor derrota no fue la militar, sino que fue la cultural. La derrota cultural frente a la agresión europea, fue producto del neocolonialismo y de la tarea de persuasión ideológica sobre nuestras clases medias y altas, ejecutada por los países centrales. Esa dirigencia neocolonial y sus intelectuales, fueron los que ocultaron en el patio trasero del país a los soldados cuando regresaron de la guerra en el año 1982. Actualmente, se continúa subestimando la acción de los combatientes que impidieron desembarcar y tomar posesión en tierra a los británicos y a la OTAN por casi 3 semanas, que destruyeron o averiaron 31 buques y 45 aeronaves y que ocasionaron, según fuentes oficiales británicas, la muerte de 255 agentes enemigos, hiriendo más de 700 de ellos[1]. Nuestros patriotas y pese a esa importante resistencia al enemigo ingles y a las potencias aliadas, son denominados “chicos de la guerra” por los intelectuales protagonistas de la desmalvinización.

En la reconstrucción oficial que impulsó el alfonsinismo, solamente se menciona a Galtieri como el causante fundamental del conflicto y se subestiman importantes elementos históricos para comprender la guerra del Atlántico Sur, como fueron las acciones diplomáticas iniciadas desde 1833 por Manuel Moreno, la resistencia del gaucho malvinense Antonio Rivero en 1833, las opiniones de figuras como José Hernández, las gestiones del gobierno de Perón iniciadas en 1946, el vuelo del Operativo Cóndor en 1966, los reclamos en la ONU o las innumerables negociaciones frente a Inglaterra y las naciones del mundo.

La guerra y siguiendo a los promotores de la desmalvinización, fue solamente una especulación política de Galtieri. Según estos, no existió un ejército combatiente ni un pueblo que le dio apoyo, ni tampoco acciones militares de envergadura por parte de nuestro país, más allá del maltrato de los oficiales a los “chicos de la guerra”. Se esconde a las nuevas generaciones, el sentimiento de apoyo popular en el país que implicó y entre otras cuestiones, el soporte público de la CGT y una movilización de más de 50 mil personas en las calles. Poco y nada se dice a los jóvenes, que se produjeron masivas manifestaciones en el continente latinoamericano durante la guerra y que y por ejemplo, el 2 de abril de 1984 y pese a que Alfonsín sostuvo que la guerra “fue una aventura incalificable”, se reunieron 4 mil ex soldados y 15 mil civiles que arrancaron la estatua de George Canning y la tiraron al Rio de La Plata[2].

Otro rasgo característico de los debates sobre la guerra, es que la severidad para cuestionar a los mandos argentinos, no se aplica para criticar las atrocidades de los ingleses en los fusilamientos a soldados y poco se dice de los maltratos que recibieron de los colonialistas que y por ejemplo, los enviaban a sacar minas que explotaban el camino. Frente a la agresión colonialista, no es frecuente mencionar que el desembarco nacional se ejecutó sin cometer atropellos contra los habitantes y con la perspectiva de forzar una negociación, que había sido negada por décadas por Inglaterra. No es frecuente escuchar entre tanta “mea culpa por el atrevimiento argentino”, de que los ingleses mataron, torturaron y constituyeron crímenes de guerra hundiendo al General Belgrano en la zona de exclusión. La intelectualidad protagonista de la desmalvinización, se siente cómoda denunciando los abusos de poder de los militares argentinos y poco dice de las atrocidades del enemigo y de su decisión de no negociar causando la muerte de los soldados.

Analizando las opiniones sobre la guerra, debemos decir que no son los más de 600 muertos los que escandalizaron al alfonsinismo en 1983 y a los promotores de la desmalvinización. Por el contrario, el problema profundo que tienen estos actores con la guerra y aunque no lo digan públicamente, fue la existencia de un sentimiento de hostilidad al europeo por parte del pueblo. Por el contrario, es interesante remarcar que la historia del país se caracteriza por un constante derramamiento de sangre y que los símbolos de importantes grupos de clase media, son la Batalla de Caseros y el golpe militar 1955. Todo el aparato cultural liberal hace apología de la violencia y los asesinatos de los caudillos federales y los trabajadores peronistas y lo hace en nombre de la civilización europea y la democracia. ¿Por qué no hay una mención a los “chicos de la guerra” que participaron conjuntamente al imperio del Brasil, Inglaterra y a Urquiza en Caseros?, ¿por qué no existió una crítica a los comandos civiles y a los “chicos de la guerra” llevados por sus superiores para bombardear o asesinar niños y trabajadores en 1955?. Los intelectuales de la desmalvinización, sienten vergüenza de la existencia de un sentimiento popular nacionalista que niega la posibilidad de que el país se subordine a la “civilización” y que está dispuesto a combatir si es necesario. A partir de aquí, que dicho sector es más permeable a apoyar los asesinatos de trabajadores inocentes, que a reivindicar un combate contra los agresores de un imperio europeo. La vergüenza y la negación que sienten de la guerra de Malvinas muchos intelectuales, no se deducen ni de los muertos, ni la derrota de la guerra, sino del hecho de atacar a representantes de la “inmigración europea” que y tal cual sostiene el racista artículo 25 de la Constitución nacional, nos proponemos fomentar. La constitución en su artículo 25 y haciendo justicia con la historia, debería promover la inmigración de Perú, de Cuba, de los Países No Alineados o de los miembros de la UNASUR, que lucharon o que repudian actualmente, la acción de los ingleses en Malvinas.

La historiografía que se escribió sobre la universidad argentina, es un claro ejemplo del tratamiento de las muertes y los conflictos militares que realizó el alfonsinismo en 1983. Actualmente, se continúa resaltando de manera positiva desde las casas de altos estudios, el golpe militar de 1955 y se denomina “edad de oro de la universidad”, a una institución que se organizó a partir de una cifra cercana a los 400 asesinatos[3] entre el bombardeo y los fusilamientos de 1956. Algunos intelectuales universitarios, parecieran ser más proclives a justificar una intervención militar contra civiles para defender la autonomía de la institución, que para enfrentar al agresor extranjero en nuestros suelo. Incluso, con la agravante diferencia, que en 1982 se buscó forzar una negociación con una ocupación militar que no mató ni bombardeó a la población civil y que luego, por la negativa británica a negociar, culminó en la guerra. La hipocresía historiográfica de los alfonsinistas que impulsaron la desmalvinización, es un síntoma del neocolonialismo y del sentimiento de inferioridad que siguen padeciendo muchos argentinos.

La interpretación neocolonial del conflicto de Malvinas, reniega del derecho del país sobre su suelo, desconoce la larga historia anterior al conflicto y esconde la voluntad férrea y valerosa de nuestros combatientes contra el agresor. El ocultamiento de dicho sentimiento nacional antiimperialista, no es el primero y tiene importantes antecedentes. En 1845 ganamos la guerra pese a la derrota militar de la Vuelta de Obligado y finalmente, fuimos vencidos cuando a partir de 1852 aplicamos el programa liberal británico y francés en el Rio de La Plata. Los patriotas muertos al mando de Santiago de Liniers en las primeras invasiones inglesas o tras el comando de Lucio Mansilla en Obligado, fueron humillados por nuestro sometimiento al proyecto dependiente que le entrego la económica y el Estado al extranjero. Lo que no pudieron hacer los cañones, lo realizó el neocolonialismo cultural europeo y sus operadores que escribieron la historia oficial y que manejaron la prensa. Los soldados murieron luchando contra el imperialismo, mientras los intelectuales afrancesados y pro ingleses, entregaban nuestra economía al extranjero y escribían a favor del agresor en las plumas de Esteban Echeverría o de Juan Bautista Alberdi.

La sanción del feriado en homenaje a la batalla de la Vuelta de Obligado, le va a permitir a las nuevas generaciones recuperar un hecho falseado por la historiografía liberal, afirmando nuestra conciencia histórica. Serán estas nuevas generaciones, las protagonistas de una revalorización del conflicto de Malvinas que muestre que al Atlántico Sur no viajaron solamente “chicos”, sino que fueron y principalmente, soldados armados en defensa de la patria empujados por el sentimiento popular histórico. La recuperación de la gesta de Malvinas no tiene por qué desconocer los errores de preparación y de desarrollo de la guerra o todo lo nefasto que fue el gobierno militar. Ahora bien y pese a eso, los caídos en la guerra no son meras victimas, son héroes de Malvinas que lucharon por terminar con una posición colonial británica dando cause a un sentimiento profundo e histórico. La sangre derramada y la prepotencia imperial, demostró la importancia estratégica de Malvinas que es una plataforma de la OTAN en Atlántico Sur y una fuente de petróleo y de riquezas pesqueras para el extranjero.

Malvinas es y seguirá siendo, una causa nacional contra el imperialismo europeo que agredió al país en 1806, en 1838, en 1845 o en 1982. Vaya nuestro homenaje a los civiles y a los soldados que lucharon con la pluma y con el fusil, defendiendo nuestra soberanía contra la prepotencia inglesa.

[1] www.malvinense.com.ar
[2] Ana Jaramillo (2010), Las Malvinas y la Unión Latinoamericana, EDUNLA, Lanús.
[3] Gonzalo L. Chávez (2005), La Masacre de Plaza de Mayo, La Campana, La Plata.


Marzo 2011

miércoles, marzo 23, 2011

A 35 años del asesinato de Bernardo Alberte

Mayor Bernardo Alberte


por Bernardo Alberte (h)

La Argentina tiene el triste privilegio de haber introducido la categoría sociológica y política del desaparecido. La dictadura cívico militar ejecutó un plan sistemático de exterminio de seres, de los cuales solo debía saberse que desaparecieron. Ello pertenece a esa necesidad de que el vencido no tenga memoria, no tenga historia, no haya existido.

La rememorizacion de estos arquetipos no es solamente una vuelta al pasado, sin memoria, sin rememoración el sujeto no existe. Por eso es tan importante la memoria, si no se ejercita desaparecemos, es por ello que los vencidos no tienen historia.

Y es por eso que no nos sentimos derrotados, Bernardo Alberte mi padre, junto a miles de compañeros no fueron derrotados, fueron asesinados por fuerzas antinacionales. Alberte murió por ser impulsor y participe activo de una revolución, lo asesinaron porque comprendió la realidad e intentó modificarla. Hoy estos arquetipos aparecen como símbolos presentes a los que hay que imitar.

Bernardo Alberte fue un militante revolucionario que supo combinar la teoría política con la dignidad de una práctica revolucionaria que no dudó en sostener con su propia vida, a pesar de que tanto la amaba.

Cada vez que se mata a un militante hay un mensaje que se silencia, cuando estos asesinatos son los primeros de una etapa, cuando las organizaciones criminales eligen a su primera víctima, buscan en ella el sentido simbólico de aquello que quieren destruir. Por eso no puede sorprender que el entonces Mayor Bernardo Alberte haya sido la primera victima del proceso militar.

A 35 años de su asesinato nosotros, militantes del campo popular, rendimos nuestro homenaje, no en un sentido restrictivo, partidista, sino en un sentido amplio abarcativo. Es decir no se rinde homenaje a Alberte porque fue peronista, sí se rinde homenaje a Alberte porque siendo militar combatió al golpismo y a las dictaduras militares y se rinde homenaje a Alberte porque siendo peronista se opuso al participacionismo y se opuso a la domesticación del Peronismo y se opuso al liberalismo económico en el Peronismo, que ya actuaba en vida de Alberte, bajo el gobierno de Isabel Martínez y López Rega. Porque siendo peronista se opuso a la Triple A. Se rinde homenaje a un hombre integro que no dudo en arriesgar el bien supremo, la vida, sin claudicaciones, siendo coherente con lo que pensaba, decía y amaba.

Hoy con esperanza vemos que somos una de las pocas sociedades que ha llevado adelante una política intensa de juzgamientos a los responsables de crímenes de lesa humanidad, consolidando la idea de que el Estado debe ser el garante de los derechos fundamentales de sus ciudadanos y no su principal violador.

A partir del 2003 el gobierno ejercido por el compañero Néstor Kirchner, tuvo la voluntad política de culminar con las leyes y símbolos de la impunidad del terrorismo de estado, ejemplo de ello fue la derogación de las leyes de impunidad y del indulto a los genocidas de la dictadura, eso hizo posible el reinicio de los juicios que se han realizado y se están realizando. Otro acto que debemos valorar, y a no dudar significó todo un símbolo, es el haber descolgado los cuadros de los genocidas Videla y Bignone de las galerías del Colegio Militar, lugar donde estudian los futuros oficiales de las Fuerzas Armadas, así como el de convertir a la ESMA en un centro de la memoria, hechos que cristalizan la lucha que emprendieron las Madres, las Abuelas, los Hijos y todas las demás organizaciones de D.D.H.H., sociales y políticas comprometidas con la lucha por la verdad y la justicia.

Sin embargo aún nos queda un largo camino por andar.

En el caso particular del asesinato de Bernardo Alberte, a fines del año 2003 su familia solicitó al Juzgado Federal Nº 3 a cargo del Dr. Daniel Rafecas la reapertura del juicio iniciado en el mes de Abril de 1976 que investigaba el homicidio, donde oportunamente se habían dado infinidad de detalles del operativo militar, como también los nombres de dos generales retirados, que ocuparon puestos de relevancia en la División Inteligencia y Operaciones del Estado Mayor del Ejercito, cuando el golpe del 24 de marzo de 1976, y que participaron en el operativo, uno como jefe de la patota el hoy General ® Oscar Guerrero y el General ® Jorge O’ Higgins al que se le encontró parte de la correspondencia de Perón a Alberte que fue robada del domicilio de Alberte por los efectivos militares que consumaron su asesinato.

Bernardo Alberte (h).



Nota de hendrix: En momentos de producirse el golpe militar, efectivos uniformados del Ejército y la Policía Federal irrumpieron en el domicilio de Alberte, derribando la puerta con sus armas y profiriendo insultos y amenazas. Sin poder ejercer defensa alguna, ante el despliegue desmesurado de efectivos y armas utilizadas, don Bernardo fue arrojado al vacío desde una de las ventanas de su departamento. Al caer a un patio de la vivienda del primer piso, su morador, el Dr. Herrera, ex juez y otros testigos que presenciaron el hecho, fueron amenazados con armas largas para que silenciaran lo visto. En tanto el cuerpo de Bernardo Alberte yacía exánime, su casa era saqueada, intimidándose a sus familiares con armas de fuego. Ver biografía completa del compañero Mayor Bernardo Alberte en Investigaciones Rodolfo Walsh

viernes, marzo 18, 2011

El “imperialismo humanitario”

Por Enrique Lacolla

Se aceleran los tiempos en el mundo árabe y se agudiza la tendencia intervencionista occidental. Ventana al Apocalipsis: el sismo en Japón y su secuela nuclear.

George Orwell, en su novela 1984, forjó un neolenguaje en el cual el sentido de las palabras se invertía para que estas implicasen lo inverso de lo que originalmente querían significar. De este modo lo bueno equivalía a malo, lo frío era lo caliente y así sucesivamente. Hoy estamos en pleno universo orwelliano. El imperialismo acomete sus guerras y sus empresas de dominación en nombre de la paz y de los derechos humanos. Nos encontramos frente al auge del “imperialismo humanitario”.

Orwell vivía en la época de Goebbels y de Stalin, de modo que le sobraron modelos en los cuales inspirarse. Pero nunca hubiera imaginado los extremos a los que se podría llegar en la distorsión de la realidad a través de la propaganda y de la saturación informativa. El mefistofélico doctor Goebbels fue un maestro, pero era un nene de pecho al lado de quienes instrumentan las técnicas de la propaganda actual. Los nazis después de todo impregnaban el éter y las pantallas con su verborrea sobre la raza dominante, pero no disimulaban su brutalidad. Sus discípulos han incorporado en cambio el valor de la hipocresía como expediente supremo para engrasar y hacer más fácil de deglutir las ruedas de molino que produce el discurso sistémico.

Es así que, enancándose en los disturbios y la incipiente guerra civil de Libia, las potencias occidentales han descubierto la necesidad de proteger a la población de ese país de los excesos represivos del déspota que la domina. No se precisa de qué población se trata; si es mayoritaria o no, ni si expresa o no a un tribalismo que se opone a otro. La cuestión es que EE.UU. y la Unión Europea han decretado que Gaddafi es inviable y que debe ser condenado y expulsado o liquidado si antes no decide irse por cuenta propia. Es un tirano repugnante, aunque hasta ayer el presidente francés lo recibía en el Elíseo y Estados Unidos estimaba que había sido recuperado, tras muchos años de figurar entre los réprobos, para el clan de los mandatarios responsables. En su lugar debe brotar una democracia representativa al estilo occidental y con el mayor número de participantes que expresen la peculiaridad de cada una de las etnias o tribus que componen al país. Democracia y tribalismo son una contradicción en los términos, pero no importa. Todo sea en nombre de la libre expresión de los pueblos y de los derechos humanos. Como excusa, es inmejorable.

Este procedimiento no es muy diferente al aplicado al caso de la ex Yugoslavia, ni a los expedientes empleados para acusar a Saddam Hussein antes de desmembrar a Irak. En todas esas ocasiones gobernantes con los cuales Occidente había contemporizado o conspirado, fueron de pronto revestidos de los peores defectos. Fomentando las divisiones intestinas de las sociedades que esos gobernantes dominaban y recurriendo al expediente del bloqueo, el bombardeo y la agresión militar lisa y llana, a Yugoslavia se la partió en una miríada de mini estados y a Irak se lo convirtió en un país inviable, provisto de una soberanía ficticia que se distribuye entre tres grupos confesionales y étnicos, y aherrojado por la presencia militar norteamericana (50.000 soldados todavía al día de hoy, más un ejército de mercenarios equivalente).

Dos opciones para una misma oportunidad

La insurrección popular que recorre desde hace un par de meses a los países árabes supone para el imperialismo una amenaza, pero también una oportunidad. Una amenaza porque desde luego ese movimiento puede no sólo derrocar a los monarcas o gobernantes que colaboran con Occidente para perpetuar la explotación social y el predominio económico extranjero, sino porque también puede crecer y consolidarse para terminar rompiendo esa hegemonía. Y es también una oportunidad porque, en el remolino de los acontecimientos que vienen y van, Occidente puede engranar una cuña que actúe a modo de contramarcha, permitiendo desplazar a una casta envejecida y corrupta de colaboracionistas para reemplazarla por un grupo más presentable de explotadores. Pero sobre todo porque los desórdenes en curso pueden brindarle una oportunidad de oro para poner en práctica, bajo el palio de la intervención humanitaria, una intervención militar que actúe las premisas del “Nuevo Siglo Americano”, cuyas bases fueron echadas en la época posterior a la caída del Muro y que han sido seguidas con aplicación durante todos estos años. La agenda militar de ese proyecto se denomina “Reconstruyendo las Defensas Americanas”, y su objetivo proclamado es como “Luchar y ganar de forma decisiva en múltiples y simultáneos escenarios bélicos”.

Hoy por hoy las reservas energéticas y acuíferas son, junto al posicionamiento geoestratégico con miras a un choque eventual con un enemigo global, el dato esencial de un casus belli para el Imperio. “Reordenar o reconstruir las defensas americanas” equivale a rediseñar el mapa del mundo, en especial en África, el Medio Oriente y el Asia central. Es dentro de este marco conceptual que el caso libio cobra su sentido para la potencia rectora de Occidente.

Libia es un importante reservorio petrolífero y gasífero. Dispone del 3,5 por ciento de las reservas mundiales comprobadas, el doble de lo que tiene Estados Unidos, con el agregado de que se trata de un crudo de alta calidad. Se encuentra a un tiro de piedra de la Unión Europea y suple a sus países a través de un oleoducto que atraviesa el Mediterráneo y hace tierra en el puerto siciliano de Gela. Es también la puerta de acceso al África subsahariana, cosa que importa mucho a Francia pues allí reivindica su zona de influencia. Lo cual puede explicar la diligencia de su presidente Sarkozy en reclamar la creación de una zona de exclusión aérea. Libia cuenta asimismo con un gran acuífero subterráneo que podría ser de importancia en el futuro, si se decide colonizar el desierto. En la medida en que se trata de un país muy poco poblado resulta más fácil de controlar para una eventual fuerza ocupante, que no tendría que lidiar con los hormigueros humanos que existen en otras zonas susceptibles de ser invadidas.

El control militar o corporativo de las reservas naturales es uno de los pilares de la política imperial. Nadie está exento, en los países del tercer mundo, de convertirse en un objetivo, si ello conviene a las miras del Imperio. Michael Chossudovsky trascribe, en una nota publicada en Global Research, una conversación que el general Wesley Clark, ex comandante supremo de la Otan, sostuvo con otro alto mando del Pentágono en Noviembre de 2001, poco después del 11/S. “Sí, estamos en camino para atacar a Irak. Pero hay más. Eso se lo está discutiendo como parte de una campaña de cinco años, que afectará a un total de siete países: Irak, luego Siria, Líbano, Libia, Sudán, Somalia e Irán.”

Las contingencias de la política prolongaron los tiempos de ese proyecto, pero la estrategia subsiste. La conmoción que recorre a los países árabes en este momento es un factor que lo complica, pero que también le brinda oportunidades. El caso libio lo ejemplifica. Pero además, en Bahrein, sin que a nadie en Occidente se le haya movido un pelo, el ejército saudita ha operado una virtual invasión de ese enclave insular para sofocar las protestas populares que se hacen eco de la conmoción que recorre al mundo árabe. No es improbable que en el futuro inmediato la monarquía saudita actúe oficiosamente en otros escenarios, jugando un papel parecido al que desempeñó en la época de la guerra afgana contra los soviéticos, cuando suministró armamento y liderazgo para las tribus que se rebelaban contra el poder central. ¿Se acuerdan de Osama bin Laden y de los “mujaidines de la libertad”, como los bautizaba Ronald Reagan? ¿Será el canal saudita por el que se cuelen los misiles antiaéreos y antitanques con que se podría aprovisionar a los insurgentes anti Gaddafi? Si es así los saudíes y la CIA tendrán que apurarse mucho, porque a los rebeldes parece quedarles poco aire.

Ventana al Apocalipsis

En este cuadro general ha venido a impactar el terremoto y el tsunami que asolaron a Japón. Desde luego que una catástrofe natural no es susceptible de consideración política alguna. Los desastres de ese tipo suceden, simplemente, cuando tienen que suceder. Se puede destacar el grado de preparación o impreparación en que el país o la zona afectados pueden encontrarse y el grado de responsabilidad que respecto a esto puede imputarse a las autoridades, pero nada más. En el caso japonés, la preparación era alta en lo referido a las estructuras edilicias de las grandes ciudades y por eso el número de víctimas del terremoto, con ser aterrador, no ha llegado a ser apabullante.

Pero el tema de la energía nuclear y el enorme riesgo en que se encuentran las plantas afectadas por el tsunami es otro asunto y muy complicado. No queremos hablar a tontas y locas sobre un tema que requiere el examen de los especialistas, pero incluso el lego puede formularse algunos interrogantes. ¿Por qué se apuesta en semejante escala a la alternativa energética nuclear en un país que se encuentra en la zona de mayor riesgo sísmico del mundo? ¿Cuál es el compromiso económico que puede existir detrás de un presunto intento de disminuir el nivel de alarma ante la propagación de la radioactividad? ¿Qué clase de impacto puede tener la casi segura reducción de la apuesta en la energía nuclear que va a producirse después de este desastre, en el precio del petróleo?

Parece bastante obvio que el precio del crudo va a subir. La energía nuclear es barata y limpia en lo referido al impacto ambiental, siempre y cuando no se produzca una catástrofe de características parecidas a esta. Pero por un tiempo es creíble que el choque psicológico y la evidencia de los riesgos que ella supone van a frenar el avance en ese campo. Esto va a incidir a la suba en el precio del petróleo y en consecuencia acentuará la reacción en cadena que viene produciéndose desde el comienzo de las revueltas populares árabes. Si el imperialismo occidental estaba decidido a no dejar que se le escape el control de las reservas petroleras de mayor valor estratégico, lo sucedido en Japón va a estimular la tendencia a bajar la mano sobre ellas. Es decir, a arrebatarlas militarmente.

Nos encontramos entonces frente al “amanecer de un día agitado”. ¿Quién dijo que la Historia se había acabado?

lunes, marzo 07, 2011

¿Una ley de responsabilidad socioambiental?

por Leonardo Boff

Ya existe la ley de responsabilidad fiscal. Un gobernante no puede gastar más de lo que le permite el importe de los impuestos recogidos. Esto ha mejorado significativamente la gestión pública.

La acumulación de desastres socioambientales ocurridos últimamente, con derrumbe de laderas, crecidas devastadoras y centenares de víctimas fatales, unido a la destrucción de paisajes enteros nos obligan a pensar en la instauración de una ley nacional de responsabilidad socioambiental, con penas severas para quienes no la respeten.

Ya se ha dado un paso con la conciencia de la responsabilidad social de las empresas. Ellas no pueden pensar solamente en sí mismas y en los beneficios de sus accionistas. Deben asumir una clara responsabilidad social, pues no viven en un mundo aparte: están en una determinada sociedad, con un Estado que dicta leyes, se sitúan en un determinado ecosistema y están siendo presionadas por una conciencia ciudadana que reclama cada vez más el derecho a una buena calidad de vida.

Que quede claro que responsabilidad social no es lo mismo que la obligación social prevista por la ley referente al pago de impuestos, encargos y salarios; ni puede ser confundida con la respuesta social, que es la capacidad de las empresas de adecuarse a los cambios en el campo social, económico y técnico. La responsabilidad social es la obligación que asumen las empresas de buscar metas que, a medio y largo plazo, sean buenas para ellas y también para el conjunto de la sociedad en la cual están ubicadas.

No se trata de hacer para la sociedad, lo que sería filantropía, sino con la sociedad, involucrándose en proyectos elaborados en común con los municipios, ONGs y otras entidades.

Pero seamos realistas: en un régimen neoliberal como el nuestro, siempre que los negocios no son rentables, disminuye o hasta desaparece la responsabilidad social. El mayor enemigo de la responsabilidad social es el capital especulativo. Su objetivo es maximizar los beneficios de las carteras y portafolios que controla. No ve otra responsabilidad, sino la de garantizar ganancias.

Pero la responsabilidad social no es suficiente, pues no incluye lo ambiental. Son pocos los que se han dado cuenta de la relación de lo social con lo ambiental. Es una relación intrínseca. Todas las empresas y cada uno de nosotros vivimos en la tierra, no en las nubes: respiramos, comemos, bebemos, pisamos los suelos, estamos expuestos a los cambios de clima, inmersos en la naturaleza con su biodiversidad, habitados por miles de millones de bacterias y otros microorganismos. Es decir, estamos dentro de la naturaleza y somos parte de ella. La naturaleza puede vivir sin nosotros como lo hizo durante miles de millones de años, pero nosotros no podemos vivir sin ella. Por lo tanto, lo social sin lo ambiental es irreal. Los dos nos llegan siempre juntos.

Esto que parece obvio, no lo es para gran parte de la gente. ¿Por qué excluimos a la naturaleza? Porque somos todos antropocéntricos, es decir, pensamos solamente en nosotros mismos. La naturaleza es algo externo, para nuestro disfrute.

Somos irresponsables con la naturaleza, cuando derribamos árboles, cuando vertemos miles de millones de litros de pesticidas en el suelo, cuando lanzamos a la atmósfera anualmente cerca de 21 mil millones de toneladas de gases de efecto invernadero, cuando contaminamos las aguas, destruimos la vegetación ribereña, no respetamos el declive de las montañas que pueden desmoronarse y matar a la gente, ni observamos el curso de los ríos que, si crecen, pueden llevarse todo por delante.

No interiorizamos los datos que biólogos y astrofísicos nos proporcionan: Todos tenemos el mismo alfabeto genético de base, por eso somos todos primos y hermanos y hermanas, y formamos así la comunidad de vida. Cada ser posee valor intrínseco y por eso tiene derechos. Nuestra democracia no puede incluir solamente a los seres humanos. Sin los otros miembros de la comunidad de vida no somos nada. Ellos valen como nuevos ciudadanos que deben ser incluidos en nuestra concepto de democracia, que pasa entonces a ser una democracia socioambiental. La naturaleza y las cosas nos dan señales. Nos llaman la atención sobre los eventuales riesgos que podemos evitar.

No basta la responsabilidad social, debe ser socioambiental. Es urgente que el Parlamento vote una ley de responsabilidad socioambiental para imponerla a todos los gestores de la cosa pública. Sólo así evitaremos tragedias y muertes.

sábado, marzo 05, 2011

La Ley del hambre

Por Guillermo Marín*

Comer de la basura es aberrante. Treparse a una montaña de desechos industriales dentro de la planta procesadora del Ceamse (se calcula que más de quinientas personas, entre ellas mujeres embarazadas y niños, comen diariamente de esos despojos –informe de Clarín en su edición del domingo 13 de febrero-), para obtener desperdicios de supermercados o de fábricas procesadoras de alimentos, es irracional. Comer de la carroña es una condena brutal.

Y no sólo a la salud: lo es a la condición humana. Lo que a los ojos de muchos es repugnancia, para unos cuantos es almuerzo o cena o viceversa.

En 2001 hubo un atisbo de luz sobre esa realidad que carcome cualquier lógica (paradoja si las hay): el hambre de miles de argentinos. El entonces diputado José Luis Fernández Valoni, de Acción por la República, presentó un proyecto de ley donal (o del buen samaritano) que favorecía las condiciones necesarias para que las mercaderías excluidas del mercado de consumo pudieran ser donadas a bancos de alimentos.

Pero la política, esa desprejuiciada que muchas veces se deglute a sus propios hijos, conspiró contra la norma: en 2004, el Poder Ejecutivo Nacional vetó su artículo 9, que eximía a las empresas donantes de toda responsabilidad ante posibles daños como consecuencia de sus donaciones. Pero sin duda, lo que avergüenza de todo este sin sentido es que muchas de esas voces que propusieron modificaciones a la ley, siguen engordando su patrimonio a través de sus dietas legislativas, y acaso jamás hayan pisado el inmenso basural ubicado en el municipio de San Martín. Lo que choca, es que países como México, Italia o Estados Unidos cuentan con leyes que incentivan las concesiones, es decir, sus ayuntamientos disponen de un marco legal que posibilita sistematizar los donativos. Y entonces no es obvio asumir que todo lo que se diga sobre el hambre en la Argentina sea en vano. Definitivamente no.

De sólo pensar que toneladas de comestibles (unas 500.000 raciones diarias, según la Red de Bancos de Alimentos) son desechados por fallas en los envases o porque están próximos a las fechas de vencimiento, duele. Lastima la segregación tácita a la que son sometidos cientos de niños que mueren irremediablemente de desnutrición en un país (se ha dicho hasta el hartazgo) experto en abundancias y derroches.

Si bien en 2004 las donaciones provenientes de más de 60 empresas del rubro alimenticio superaron las mil toneladas de comestibles entregados a diversas instituciones y ONG´s, siete años después, todo indicaría que más de la mitad de las compañías dejarían de donar por la falta de un cerco reglamentario y efectivo que las proteja. Sin embargo, según la Red Internacional Solidaria en Argentina (RIS) “Con o sin resguardo legal, y más allá de la responsabilidad social, para las empresas resulta de utilidad la entrega de esos alimentos que ya no pueden comercializar. No sólo porque evitan asumir los costos de la destrucción de los productos, sino que además pueden deducir esas donaciones del impuesto a las ganancias”. En ese sentido, las reglamentaciones son claras: toda sociedad comercial que realice donaciones en dinero o en alimentos puede reducir las obligaciones tributarias hasta en un cinco por ciento. Por supuesto, siempre y cuando las contribuciones beneficien a entidades civiles o a fundaciones reconocidas por el fisco. De todos modos, el veto del artículo noveno de la Ley 25.989, deja trunca una de las patas fundamentales de la norma, cuyo espíritu se centra en incentivar la ayuda a los que menos tienen. Lo que en un principio se pensó como una medida tutelar, trocó en un código herido de muerte que arrastra el grillete del hambre.

Hipótesis periodística: las donaciones sistemáticas y reglamentadas de comida a las familias aborígenes de la provincia de Salta, hubiesen evitado la muerte reciente de ocho bebés. Tal vez. Lanzada así de golpe, la conjetura parece dar en el blanco, pero hurgando mejor en los múltiples factores que recaen sobre esa crudísima realidad, no hace más que afianzar la asombrosa liviandad con la que serpentea la voz oficial: la culpa es de los padres de las víctimas que no las llevan al hospital. Arrojada así de golpe, la sentencia gubernamental no es más que restos de comida botada a la basura. Con todo, sigue pareciendo absurdo que en un país donde la desnutrición infantil aun no tiene estribo (según la consultora Equis, tres de cada diez niños argentinos viven bajo el nivel de indigencia, es decir, no reciben las calorías necesarias para realizar "movimientos moderados"), tanto comestible recuperable siga engordando las inmediaciones del Ceamse. Y el mal menor, ante un Estado ausente, se presenta como una diáfana alternativa, una bisagra chirriante ante tanta calamidad. Como sea, es preferible alimento donado en bolsas sin leyendas, que depositado sobre un fango orgánico pestilente, en ese pomposo banquete para roedores donde lo único que importa es que sobren las sobras. Porque el miedo de esa gente que vive de la escoria de una ciudad indiferente se centra en algo que a primera vista resulta inverosímil: la clausura de esa cloaca a cielo abierto. Por suerte, o por mera fatalidad, el veneno de aquella bastedad multicolor, seguirá destilando chorreadas de podredumbre para los menos aptos, para los sin nada, para los sin nombre.

*Periodista y escritor

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