A confesión de parte, relevo de prueba (artículo para ingenuos)
Vamos a ser simples, porque en ocasiones siento que continuamos debatiendo (complicando) cosas tan evidentes que ya no merecen ni análisis ni confrontación.
Supongamos que todos somos honestos. Supongamos que los defensores acérrimos del capitalismo salvaje no son sujetos demoníacos y malvados, a los que les interesa un cuerno el sufrimiento ajeno. Supongamos (haciendo un esfuerzo) que además se preocupan genuinamente, dentro de sus convicciones individualistas, por la calidad de vida de “los pobres” y están auténticamente convencidos de que ellos propugnan un mundo de libres oportunidades para todos.
Dejemos de lado por un minuto las convicciones ideológicas, y basémonos exclusivamente en el empirismo pragmático.
El Siglo XX fue sin duda alguna el siglo de la confrontación ideológica. El capitalismo floreciente y el socialismo (aparentemente derrotado) mantuvieron un enfrentamiento en el que los países socialistas debían dar pruebas de libertad, y los capitalistas de justicia social. Digamos que ambos fracasaron.
Puede afirmarse que a los países supuestamente socialistas les sucedió por no aplicar correctamente el marxismo, y esta premisa no se alejaría demasiado de la verdad.
Pero podemos decir también que el fracaso del capitalismo se debe –paradojalmente- a su correcta aplicación.
Desde las ultimas décadas del siglo pasado quedó claro que el problema base del capitalismo es su insostenible acumulación y concentración. No hay forma de que un sistema se sostenga indefinidamente multiplicando la producción pero limitando el consumo a sectores privilegiados.
La teoría del “derrame” tan apreciada por el neoliberalismo consiste en el convencimiento de que, en un punto determinado, la riqueza producida comienza indefectiblemente a “derramarse” sobre los menos favorecidos generando, no la igualdad, pero sí condiciones dignas de vida para todos. Esta teoría ha constituido la única justificación moral para la explotación establecida como sistema, ya que planteaba un momento futuro durante el que, si bien seguiría existiendo plusvalía, la prosperidad (en mayor o menor grado) alcanzaría a la totalidad de los individuos.
Por supuesto, este planteo teórico se reveló incorrecto luego de casi un siglo de su puesta en práctica. El derrame no se produce porque nadie está dispuesto a repartir parte de su ganancia si esto no es requerido por una exigencia productiva que posibilite una acumulación posterior (beneficio) mayor.
Simultáneamente, el crecimiento de la mano de obra disponible debido al avance tecnológico quitó sustancia y contenido a esa premisa, dado que las exigencias productivas se solventaron con nuevas y mejores maquinarias.
La realidad indica hoy un planeta con casi 200 millones de desempleados (sobre una población económicamente activa de 2.800 millones – Organización Internacional del Trabajo) y 850 millones de subempleados (misma fuente). De los 2.800 millones de empleados, el 50% (1.400 millones) gana menos de 2 dólares diarios (por debajo de la línea de pobreza internacional) y de ellos el 35% (500 millones) menos de un dólar (situación de miseria extrema).
En los países centrales la situación no es distinta: Las tasas de desempleo en los Estados Unidos continúan creciendo: 6,8 millones de desempleados en diciembre del 2006, y 7,7 millones en diciembre del 2007 (5% de la población económicamente activa). En Francia ese índice alcanza al 8,9% y en Alemania al 10,5 (datos diciembre 2006).
Todas las previsiones de los organismos internacionales prevén un incremento del problema. El Banco Mundial advierte, refiriéndose a los países europeos y asiáticos: "En aquellos países que han ingresado en forma reciente a la Unión Europea y los países en vías de adhesión, el problema en el mercado laboral es realmente la desocupación y el desempleo a largo plazo. (…) En estos países, la tasa de desempleo alcanza los dos dígitos y cerca del 50% de los desempleados pasa más de un año en busca de trabajo". (Enhancing Job Opportunities in Eastern Europe and the Former Soviet Union, - Aumentar las oportunidades de trabajo en Europa oriental y la antigua Unión Soviética - Stefano Scarpetta, economista, Vicepresidencia de Desarrollo Humano y Protección Social del Banco Mundial).
Por su parte, el Banco Interamericano de Desarrollo no es más optimista: “…en Latinoamérica aproximadamente el 20% de los empleados vive en hogares con un ingreso per-capita inferior a 2 US$ PPA al día y, por lo tanto, son considerados como pobres. Dos tercios de estos trabajadores perciben salarios bajos, es decir un salario por hora inferior a 0.87US$ PPA”
Paridad en Poder Adquisitivo (PPA), significa que se utilizan dólares estandarizados, de manera que la gente puede comprar la misma canasta de bienes por determinada suma de dinero en cualquier país.
Fuente: Banco Interamericano de Desarrollo
Entonces ¿sobre qué estamos argumentando? ¿Cuál es el sentido de continuar un debate sobre las ventajas comparativas entre ambos sistemas?
Lo cierto es que nadie pretende que en nuestros países latinoamericanos se adopten socialismos stalinistas, ni se trasplanten esquemáticamente fórmulas del siglo XIX.
Sin embargo, los mismos organismos que defienden a capa y espada el capitalismo, reconocen su impotencia para mejorar el nivel de vida de la inmensa mayoría de los habitantes del planeta.
¿Por qué seguimos deliberando sobre ideologías, cuando la realidad indica que no existen opciones?
Es obvio que –sea cual fuere la ideología que defienda cada uno- estamos empeñados en una disputa sin sentido y sin objetivo. Esto suponiendo, como lo hacíamos al principio, que todos los participantes del debate somos honestos.
El sistema capitalista ha demostrado (y lo reconoce) que no ha logrado ni puede lograr una formulación mínimamente equitativa en la distribución de la riqueza.
Si todos fuéramos honestos, no sería preciso discutir más.
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