Creo que es la primera vez que utilizo este formato (una “carta abierta”) de comunicación. Probablemente porque siempre evalué que sólo es un método lógico y práctico cuando lo usa una personalidad reconocida, cuya firma garantiza la lectura del tema que fuere y, por consiguiente, cumple con la finalidad esperada.
Lo empleo hoy porque me encuentro en una encrucijada informativa, donde la pulsión periodística de “comunicar” un pensamiento o una idea (sea o no válida) se ve superada por la urgencia de aportar algo al embrollo institucional en que nos hemos metido y del que, ciertamente, cada vez se hace más comprometido salir.
Ya no es conducente el debate sobre si “el campo” tiene o no derecho a la protesta. Igualmente es inútil el análisis acerca de la justicia o no de las retenciones. Y por supuesto también lo es la crítica sobre la torpeza del sistema utilizado por el gobierno para trasmitir su postura a la población.
Hemos llegado bastante más allá. Una medida económica coyuntural que a muchos nos pareció correcta, ha llevado al pueblo argentino a un nivel de enfrentamiento que logró unir a los sectores conservadores con grupos de izquierda, a reflotar conceptos que creíamos olvidados, a regenerar debates sobre la conveniencia o inconveniencia de la continuidad de un gobierno elegido democráticamente. La tozudez no da para más.
Lo real es que, según todas las evaluaciones, una abundante mayoría de los habitantes de nuestro país, (creo que equivocadamente) se oponen a esa medida, y están dispuestos a demostrar esa oposición. Lo cierto es que, aunque en mi criterio se conjugan aquí una errónea información y un desconocimiento del funcionamiento de la economía, se le ha sumado al conflicto un inteligente aprovechamiento por los medios periodísticos de la enorme ineficacia comunicacional por parte del gobierno, y de un discurso opositor que ha utilizado hábilmente el componente emocional del “chacarero indefenso” para favorecer subrepticiamente los intereses de la concentración capitalista y de la entrega de recursos.
Es cierto también que la estructura de la “inteligentzia” gubernamental se ha demostrado absolutamente incapaz de controlar el debate, de aportar alternativas contenedoras que lograran acercar a la comunidad algo de tranquilidad y certeza, elaborando un discurso racional, mesurado y coherente que estableciera un “rango” cualitativo táctico a una medida que, por inoperancia e incapacidad de varios funcionarios (incluida la presidenta) se ha transformado en una crisis estratégica de gobernabilidad.
Tal como augurábamos hace un par de meses, esa insolvencia para retomar el control político (que en el peronismo denominamos “capacidad de conducción”) ha impulsado el conflicto al límite de tolerancia de la sociedad: ha surgido ya la fatídica frase “si no pueden, que se vayan”. Pero lo grave es que no ha brotado solamente de los labios de mesiánicos “líderes” de la “oposición gorila”, sino de integrantes del pueblo, del “grupo de los pobres”, de aquellos que en el 2001 la pronunciaban con bronca, pero con esperanza, y que aplaudieron y apoyaron estos duros años durante los cuales nuestro país pareció retomar un camino, si no de justicia social e independencia económica como nos hubiera gustado, por lo menos de estabilidad y crecimiento.
Es patético observar a un gobierno que en sus primeros cuatro años se ganó partiendo de la nada el más importante nivel de apoyo popular después de Perón, desbarrancarse en seis meses por la incapacidad de sus dirigentes para presentar una opción superadora de una situación menor de conflicto. La pregunta es: ¿qué cambió? ¿La habilidad de negociación privada que demostró Néstor Kirchner durante su gobierno (diferenciándose de sus declamaciones públicas) se agotó? ¿Estamos frente a una reedición de la “maldición de los segundos gobiernos” que el imaginario popular carga sobre las espaldas del peronismo? ¿Es la necedad un virus recidivante que acecha a los dirigentes argentinos y los infecta solapadamente cada seis años?
Lo único que puedo asegurar en verdad es que este cronista de cuarta ya no entiende el problema. Pero estoy obligado a destacar que, si luego de décadas de ganarme el pan en este trabajo, parloteando sobre sociedad, política y economía, yo he dejado de comprenderlo, posiblemente –y pido humildemente disculpas por la soberbia- un gran porcentaje de mis compatriotas ya no lo comprenda tampoco. Y mi relativa experiencia en política me indica que, si una medida debe ser explicada una y otra vez sin convencer; si los medios periodísticos (como grupos de presión) se oponen y no logramos desarticular su accionar; si las fuerzas políticas de oposición ganan terreno gracias a nuestra incapacidad operativa; si importantes sectores populares que deberían apoyarnos se manifiestan en contra (aún equivocados); entonces, compañeros dirigentes, ha llegado la hora de abrir los ojos y cambiar de estrategia, porque la realidad indica que se están produciendo alguno (o todos) de tres fenómenos:
a) Somos inhábiles para comunicar lo que queremos y, por lo tanto, todos nuestros esfuerzos para imponer nuestro razonamiento serán inútiles.
b) No tenemos claro lo que queremos hacer y por lo tanto el pueblo argentino observa una incoherencia resbaladiza en nuestro accionar.
c) No insistimos en defender la medida por su importancia estratégica, sino por un ombliguismo necio que nos impide aceptar nuestras limitaciones ideológicas, al tiempo que nos induce a persistir en una actitud autista sin considerar que un gobierno que aspira a ser popular sólo puede serlo junto al pueblo.
Tal vez seria distinta la realidad de hoy si en lugar de un tembloroso, vacilante y jovencísimo Ministro de Economía, hubiera comunicado las medidas compensatorias una presidenta calmada, segura de sí, leyendo un discurso meditado y serio, sin exabruptos ni improvisaciones.
Tal vez hubiera podido compensarse la tarea disociadora de los gigantes periodísticos si, en lugar de cadenas nacionales, ocupaciones de plazas y actos espasmódicos, el Estado hubiera obligado a esos medios –contratación de espacios publicitarios mediante- a transmitir cinco, diez, quince veces por día a esa misma presidenta con papeles en la mano, explicando didácticamente la verdad de los números, con nombres y apellidos, sin responder cuestionamientos ni agresiones, pero sin evitar la denuncia de los intereses que se esconden tras la oposición política organizada.
Tal vez debería haberse aceptado a tiempo que algunos de los funcionarios de mayor nivel del Poder Ejecutivo definitivamente no son los cuadros políticos que el país necesita en esta etapa. Que su capacidad de aporte es nula si se limita a un elogio incondicional, y que la función de un asesor no es coincidir con su jefe político, sino ser ese insecto antipático y molesto que zumba en la oreja del jefe noche y día repitiéndole, como a Julio César: “recuerda que eres humano”.
Pero no es la “pasadología” la que nos sacará del atolladero. Bastantes miles de litros de leche se han derramado ya en estos días a la vera de nuestras rutas para agregar más lamentos en esta nota.
Señora Presidenta: tome conciencia de que esta batalla ya la hemos perdido en la opinión pública. “Por ahora” (como diría el presidente Chávez), la única medida prudente es recoger los heridos, aceptar el costo político que de todas formas ya ha sido pagado, y aprender del error. Persistir sería poner en riesgo no ya una posición económica, sino la supervivencia de su gobierno. Aunque usted no desee verlo, esto es lo que está en juego hoy.
Señora Presidenta: la rectificación es necesaria, pero aunque sea dolorosa, no tiene porqué ser indigna ni vergonzante.
Por el contrario, el gobierno debe anunciar que, aún convencido de la corrección de las medidas, acepta retrotraerlas parcialmente dado que está claro que la mayor parte de la sociedad no comparte la justeza de las mismas.
Que las retenciones se retrotraen al mes de marzo, para todos aquellos propietarios cuyos campos no superen las 2.000 hectáreas sembradas.
Que siguen vigentes para los pooles de siembra, y que se analizarán durante este año -en conjunto con las organizaciones agropecuarias y con la adecuada difusión pública- las medidas a implementar a partir del año próximo.
Que dado que estas últimas medidas gubernamentales no han recibido el apoyo popular esperado, el gobierno considera necesario y conveniente rectificar también la propuesta del Tren Bala, que es otro importante punto de conflicto.
Que el gobierno ha comprendido que el progreso de un país no se mide en la “modernidad de la globalización” sino en el bienestar de sus habitantes, y que, por lo tanto, la inversión estimada para ese Tren Bala se redestinará a la financiación y reactivación de la red ferroviaria nacional, dando prioridad a las localidades y destinos productivos, con el objeto de que los pequeños y medianos productores del interior puedan abaratar sustancialmente el transporte de su producción exportable.
Que el gobierno analizará en este año el restablecimiento de la Junta Nacional de Granos y de la Junta Nacional de Carnes, que supervisen y controlen la política exportadora nacional.
Señora Presidente: Es preferible afrontar con dignidad este “retroceso político” circunstancial, que insistir en una postura que –por mal manejada- está siendo visualizada por la mayoría como soberbia e intolerante. Esta aceptación y reconocimiento, si bien no calmará a la oposición (nada lo hará), posiblemente reciba el apoyo de la mayoría del pueblo argentino y quedarán en evidencia los verdaderos intereses de aquellos que aún se opongan.
Habrá, por supuesto, otro costo político inevitable: los Macri, los Carrió, los Duhalde, insistirán frente a la población en que habrá sido su crítica “republicana” la causante del retroceso del gobierno, al que harán aparecer como “derrotado”. Pues deberemos aprender entonces –de una vez y para siempre- que, en política, subestimar al adversario es un lujo que el peronismo no puede ni debe volver a permitirse.
Deberemos aprender también que las apelaciones “de corazón” al gran capital (léase industrial, agropecuario o mediático), siempre serán respondidas –como dijera aquel ministro de Economía- con el bolsillo. Se gobierna con la razón y con el poder. Con una, se persuade y convence. Con el otro, se generan las condiciones previas que garanticen que una medida política pueda implementarse, y sostenerse en el tiempo.
Como usted bien dice, Señora Presidenta, gobernar siendo mujer es más difícil, pero se convertirá en imposible si usted misma convierte la dificultad en una muleta de género.
Y finalmente, deberemos aprender que el más peligroso hándicap que los gobernantes peronistas han concedido históricamente a la oposición antinacional es la propia complacencia. Que el “bastón de mariscal” peronista no puede comprarse, sino que se porta en préstamo, y que no tiene ningún parecido con el bastoncito que a uno le regalan cuando le ponen la banda presidencial.
Enrique Gil Ibarra - 16 de junio del 2008