jueves, noviembre 08, 2007

¿Por qué fracasa la izquierda argentina y el peronismo sobrevive?

Aclaración: El objeto de este análisis NO ES denostar a los compañeros de la izquierda marxista nacional, sino ver hasta qué punto el motivo de sus fracasos reiterados en nuestro país no se produce por su ideología, sino por una errónea aplicación práctica. Siempre subsiste en los planteos y cuestionamientos el propósito honesto de dilucidar las instancias político-organizativas para el desarrollo de una herramienta popular que tienda a la Liberación Nacional y Social de nuestro país. Creo que este es un debate necesario y, por lo que sé, se está produciendo en todos los ámbitos, en todas las agrupaciones, partidos y organizaciones de todo el país, peronistas y no peronistas, se desprenderá la concepción revolucionaria que (seamos optimistas) podrá llevar adelante esa construcción.

1. El esquema marxista ortodoxo

Dentro de la estructura doctrinaria del marxismo-leninismo ortodoxo, la herramienta central es el Partido Revolucionario: Una organización de cuadros altamente preparados, con un total conocimiento de la ideología, organizados en células estancas, con una jerarquía preestablecida y basada en el grado de identificación con la línea estratégica fijada por el Comité Central.
El Partido Revolucionario constituye una pirámide con su vértice conformado por los miembros de la conducción (Comité Central) y una base estrecha constituida por los “camaradas” de menor nivel (células de base). Entre ambos niveles suele haber entre cuatro y seis instancias jerárquicas.
Inmediatamente debajo de la estructura partidaria, y conducidas por los camaradas de base, se sitúan las células de “amigos” o “simpatizantes” del Partido, conformadas por aquellos “compañeros” cuyo nivel de compromiso militante o su conocimiento de la línea y –fundamentalmente- la aceptación de la disciplina partidaria aún no alcanzan el nivel mínimo establecido para una completa integración.
Estos “amigos” del Partido suelen ser referentes barriales, dirigentes de estructuras de superficie del Partido, dirigentes de agrupaciones estudiantiles, intelectuales, comerciantes, empresarios, etc. Estos sectores conforman lo que el Partido Revolucionario marxista ortodoxo denomina “Movimiento de Masas”.
A partir de aquí, la estructura se torna difusa. Idealmente, ese “Movimiento de masas” debería conducir el embrión de lo que el marxismo ortodoxo denomina “Frente popular revolucionario”, estructura bastante amorfa que supuestamente realizará la revolución. Esta revolución puede darse de dos maneras (siempre según el marxismo ortodoxo):

a) A través de una huelga general revolucionaria por tiempo indefinido, que provocará la crisis terminal del sistema y obligará al traspaso del poder al pueblo.

b) A través de una insurrección popular que desemboque en una guerra civil (que puede ser prolongada o no, de acuerdo a las variables conceptuales: leninistas, trotskistas, maoístas, stalinistas).

En ambas variantes se establece una condición indispensable, que es la fractura de las fuerzas armadas y que un sector importante de éstas se vuelque al campo popular.
La alternativa electoral no es considerada por los Partidos Revolucionarios marxistas como una opción de acceso al poder, ni tampoco al gobierno. Su participación en elecciones (si confiamos en la honestidad moral de sus dirigentes, por supuesto), tiene como único objetivo la “denuncia” del fraude que representa el régimen democrático, y obtener si es posible una tribuna (cargos legislativos) desde la cual hacer escuchar sus propuestas y críticas.

1.1. Ventajas de la estructura marxista ortodoxa

a) La centralización. La construcción piramidal les permite lograr una cohesión de sus fuerzas muy elevada, así como una muy buena disciplina militante.

b) La línea estratégica es conocida y admitida por todos sus cuadros en su totalidad. Las instancias tácticas y coyunturales no representan así problemas organizativos, ya que se enmarcan dentro de un plan general.

c) Las disidencias internas son inmediatamente detectadas y expurgadas, conservando el Partido el control absoluto de sus cuadros leales (ascensos, promociones).

1.2. Desventajas de la estructura marxista ortodoxa

a) La centralización. La estructura del Partido Revolucionario marxista ortodoxo y sus organizaciones representan una pirámide en la cúspide de otra pirámide. El control absoluto sobre sus integrantes, si bien garantiza la cohesión, elimina la creatividad de sus cuadros, limita totalmente la improvisación y todo desarrollo político que no sea el previsto.

b) La ortodoxia marxista -debida a que los Partidos Revolucionarios en la Argentina han reemplazado de hecho la ideología (materialismo dialéctico) por el dogma (determinismo histórico)-, les impide considerar y evaluar alternativas que se aparten de los preconceptos teóricos fijados. (Ejemplo: la incapacidad de comprender el fenómeno peronista). Por lo tanto, su ligazón con el pueblo siempre ha estado condicionada al concepto teórico de lo “revolucionariamente correcto”, desechando totalmente la teoría de “lo posible”.

c) Su concepción partidaria es a final de cuentas elitista en lo político, y conduce obligatoriamente a la deformación de “vanguardia esclarecida”, lo que provoca la declamación permanente del carácter marxista-leninista de su estructura y les impide convertirse en referentes reales de las masas populares.

d) Su apego a la ortodoxia les produce permanentes disidencias que, al no poder saldarse internamente debido a la férrea y necia conducción, se resuelven en escisiones y fracturas, con la consiguiente creación de nuevos y minúsculos “Partidos Revolucionarios”, que indefectiblemente recorren el mismo camino una y otra vez.
(Nota: debe reconocerse que este error fue cometido también por la organización Montoneros al asumirse como Partido Montonero, incorporando todos los errores de concepción del marxismo dogmático).


2. El esquema peronista


Desde su aparición en la escena política nacional, el peronismo fue definido por Perón como un Movimiento Nacional, que englobaba un sector social denominado “clase trabajadora”. Este apelativo, que inicialmente fue un eufemismo utilizado por el General para distinguir su concepción “nacional y popular” de los criterios marxistas “proletarios”, se convirtió en un breve lapso en una definición doctrinaria que afirmaba para el peronismo la oposición a la lucha de clases. En ese marco, el Movimiento Peronista comprendía (idealmente) a todos aquellos que podían coincidir con los conceptos de Justicia Social, Soberanía Política e Independencia Económica. Esta interpretación de Perón posibilitó el inesperado crecimiento de su estructura política y la llevó a niveles de representatividad popular que jamás se habían alcanzado en América Latina.
Sin embargo, para mantener esa situación era necesario concentrar permanentemente la posibilidad de generar doctrina, ya que la masividad del movimiento exigía contentar y contener a sectores con intereses contradictorios. La interpretación de la realidad no podía entonces quedar en manos de una estructura colegiada, que obligatoriamente hubiera generado conflictos y disidencias internas y externas reduciendo a mediano plazo el caudal de poder del Movimiento. Perón concentra sobre sí esa tarea con exclusividad, generando un Consejo Superior del cual era, en la práctica, el único integrante con voz y voto. Asimismo, si entre el Consejo Superior y las bases del Movimiento existieran intermediarios, la doctrina sería mediatizada por ellos y adecuada a sus intereses sectoriales, lo que terminaría encorsetando al propio Perón. Se adopta entonces el modelo de comunicación directa entre el líder y las masas: un movimiento absolutamente horizontal, con un único emergente.
Para confirmar este análisis, surge claramente el ejemplo de Evita, que en poco tiempo comienza a cumplir ese rol de intermediaria entre el conductor y el pueblo. El discurso y el accionar de Evita mediatizan la doctrina hasta tal punto que el movimiento se sectoriza rápidamente. Comienza a generarse la división de intereses que Perón procuraba evitar. La absoluta inclinación de Evita hacia “los grasitas”, “los descamisados”, genera resquemores, miedo e indignación entre los militares, la iglesia y la clase media, que inicialmente aceptaban al General, en tanto su proyecto fuera difusamente humanitario y “justicialista”.

2.1. Partido y movimiento

El movimiento, en tanto masivo, garantiza el poder. Pero ese poder se formaliza en el gobierno y, por consiguiente, en una estructura capaz de ganar elecciones. Esa estructura no puede ser un partido tradicional -en la medida que sus integrantes (generalmente de clase media) empezarían a definir políticas-, ni un partido revolucionario, porque obligaría a adoptar una ideología obrera (y el abandono de la “tercera posición”). Surge así la concepción peronista del partido como “herramienta electoral”. En la práctica, un engendro informe que no conduce a nadie, que no genera cuadros, que sólo existe para presentar una lista de candidatos, todos ellos integrantes del Movimiento, todos ellos leales a Perón. Se limita de esta forma la posibilidad de que el “partido” genere conflictos internos, o intente determinar la estrategia de poder.
Pero, si el movimiento (que garantiza el poder) está conducido sólo por un individuo, y el partido (que garantiza las elecciones) no conduce a nadie, es suficiente eliminar al individuo (o que este traicione al pueblo) para descabezar al movimiento y al partido.
¿Y porqué sobrevive el movimiento luego de la Revolución Libertadora? Pues simplemente porque para mantenerlo vivo Perón se vio obligado a aceptar esos “intermediarios” que antes rechazaba. Se crea así un Comando Táctico, que conduce la política en el territorio, y que es encabezado por un “Delegado Personal” de Perón. La mediatización de la doctrina es inevitable y el movimiento se sectoriza: Combativos, Dialoguistas, Participacionistas, todos “interpretan” a Perón.
Si “la organización vence al tiempo”, esta modificación debiera haber cambiado sustancialmente la realidad horizontal del movimiento. Pero ocurre que todos los “intermediarios” carecen, desde el punto de vista del pueblo, de poder personal. Su poder es ejercido por “delegación”, y es otorgado o retirado de acuerdo al parecer exclusivo del “Comando Superior”. Y cuando existe un conato de oposición, se produce la intervención sumaria (Vandor-Isabel/1965).
Es así que el Movimiento Peronista llega al 73 sin estructura organizativa global. Existen, si, sectores internos que luchan por el poder delegado suponiendo que “su” interpretación de las intenciones del conductor es la correcta. Desde luego, esto no es posible. Perón no era “interpretable” y su muerte en el 74 deja al movimiento peronista sin estructuras, sin proyecto de poder y en manos de un partido político manejado por esos sectores de “clase media” cuyo único objetivo es mantener sus privilegios personales.
El resultado es que el Movimiento se fractura en la práctica, convirtiéndose en un agrupamiento de sectores que, con diferentes concepciones estratégicas de país, comparten una identificación política táctica: el Partido Justicialista.
Mantener viva esta identificación fue un objetivo central para el conjunto del justicialismo (no para el peronismo), ya que al haberse perdido el objetivo común de poder del Movimiento Peronista, lo único que resta es el proyecto partidario de alcanzar el gobierno. La clase media partidaria se lanza entonces a la lucha interna para reducir el poder de los “movimientistas” civilizando al partido, haciéndolo “aceptable” para el establishment.
Con la derrota electoral del 83 (Luder/Bittel) termina de quebrarse el movimiento. El partido, desde la “Renovación”, asume definitivamente el control político (y los métodos de conducción liberales) y esta situación desemboca en 1989 con el triunfo de Carlos Menem como emergente de una situación interna en la que las declamaciones supuestamente justicialistas han reemplazado al peronismo revolucionario.
Luego de la desaparición orgánica del Movimiento, el partido puede cumplir finalmente con su mayor aspiración: convertirse en un reducto rentable para sus dirigentes. Se implanta definitivamente el clientelismo, la compra de punteros y se “alambran” los territorios convirtiéndolos en feudos de propiedad indiscutida. El que maneja el dinero, controla el partido. Los dirigentes intermedios, para crecer, deben corromperse a su vez. A través de Grosso, Cafiero, Menem, Duhalde y todos los dirigentes partidarios que hemos sufrido y soportado, llegamos al día de hoy.


2.1.1. Ventajas del movimientismo peronista

a) La ventaja principal del esquema peronista es la acumulación cuantitativa. Es evidente que la construcción de un movimiento de masas está basada en el “mínimo común denominador” del nivel de conciencia. Pero cualquier intento de elevación de ese mínimo, que no esté respaldado por un proyecto de poder aceptable para esas masas, disminuirá las posibilidades de acumulación.

b) La concepción del partido como “herramienta electoral” permite mantener bajo control político a los sectores vacilantes del movimiento (la burguesía nacional reformista) y proporciona una fachada aceptable a la construcción revolucionaria. Este esquema ha dado buenos resultados en otras experiencias (Ejemplo: el Sinn Fein y el IRA en Irlanda) pero para que funcione es imprescindible una correcta evaluación de las diferencias entre “gobierno” y “poder”.

2.2. Desventajas del esquema peronista

a) La horizontalidad no permite la generación de conductores que puedan remplazar al conductor único, y mucho menos permite la creación de una conducción colegiada. No hay de esta forma “organización que venza al tiempo”, ya que en verdad este supuesto “horizontalismo” no es otra cosa que un verticalismo extremo.

b) La construcción de un movimiento basado en el “mínimo común denominador” solo es rentable cuando la conducción es capaz de generar un proyecto de poder viable en el tiempo y transmisible a sus cuadros. De esta forma, puede elevarse el mínimo y llevar al movimiento a la “masa crítica”. De lo contrario, las tensiones internas terminan por desguazarlo o, lo que es peor, el movimiento transfiere sus esperanzas de poder al proyecto electoral, perdiendo su objetivo principal.

c) No existe una ideología estable. Al basarse en doctrina, las “verdades programáticas” varían de acuerdo a las realidades coyunturales. (Ejemplo: “para un peronista no existe nada mejor que otro peronista” vs. “para un argentino.....”). Esto se produce porque siendo la realidad la única verdad, la manera de modificarla varía según los objetivos del “interpretante” de esa realidad. Si el objetivo es el acceso al poder con un propósito revolucionario, las acciones a introducir (aún pudiendo ser reformistas en el corto plazo) adquirirán una categoría cualitativa. Si por el contrario el objetivo es sólo el gobierno, las acciones serán sólo cuantitativas y coyunturales.


3. ¿Por qué reconstruir el Movimiento de Liberación Nacional?


Tomamos como indiscutible la identificación de la Liberación Nacional y Social argentina como un proceso revolucionario, por lo que la expresión “revolución” debe entenderse en ese sentido.
Debería ser posible, para la construcción de una herramienta popular y revolucionaria en la Argentina, conjugar las ventajas de los distintos sistemas organizativos analizados, obviando sus desventajas. Insistimos en la identificación peronista (más allá del sentimiento personal) por una concepción racional de lo que actualmente puede ser aceptado por el pueblo argentino, manteniendo al mismo tiempo nuestro objetivo estratégico, que es, indudablemente, que el pueblo acceda al poder. Tener claras las diferencias entre las instancias de gobierno y poder es imprescindible.

3.1.

Las estructuras de un Movimiento de Liberación deben ser englobadoras, no segmentadas, y ser coherentes con el criterio conceptual de representatividad popular. Sabemos que no podemos construir un partido revolucionario con el esquema marxista porque no corresponde a las necesidades ni a la identificación política de nuestro pueblo. Sabemos también que no debemos repetir los errores del esquema peronista porque no nos permitirán trasponer el umbral entre el reformismo y la revolución.
Por esto, deberemos crear estructuras que nos posibiliten las siguientes condiciones:

a) La preservación del objetivo estratégico (el acceso del poder).
b) La acumulación de fuerzas cualitativas.
c) La acumulación de fuerzas cuantitativas.
d) La alianza estratégica con sectores que defiendan los intereses nacionales.
e) La alianza táctica con sectores que mantengan contradicciones con el imperio.


hendrix (septiembre del 2007)

1 Comentarios:

A la/s 7:41 p. m., noviembre 28, 2008, Blogger Ruben Ariel Alarcón dijo...

Soy un hombre de 63 años de edad,uruguayo.Desde 1982 a 1990 viví en Argentina, donde nació mi hijo varón.Soy apasionado por los temas sociales y el peronismo forma parte de mis pasiones,aunque,reconozco la dificultad para comprender ciertas concepciones.Amigos argentinos me hicieron notar que,los uruguayos tuvimos historias distintas,con un tinte general de "izquierda"(no precisamente marxista) que impide una fácil aprehensión de las ideas peronistas.A pesar de mi edad sigo intentando una aproximación a la verdad del peronismo(si es que existe una sola verdad) e incluso admito que apenas llegado a la Argentina me ofrecieron unirme al Partido Justicialista.De todas formas,sigo preocupado por los destinos de Uruguay y Argentina que, no sólo comprenden la búsqueda de éxitos económicos,sino que es un total de superaciones socio-culturales y siempre detrás de una clara existencia de la LIBERTAD, sin ceder a las presiones de grupos económicos, políticos, militares ,sindicales o religiosos.Gracias por dejarme participar.

 

Publicar un comentario

Suscribirse a Comentarios de la entrada [Atom]

<< Página Principal