jueves, noviembre 08, 2007

Quién era Rodolfo Walsh (para mi)

Conocí a Rodolfo en el diario Noticias, en Buenos aires, en 1973. En ese momento, él estaba a cargo de Información General, y por amabilidad y compañerismo aceptó ocuparse de enseñarme a escribir, para ver si podía cubrir el rol de periodista. No puedo decir que hayamos sido “amigos”. Fuimos “compañeros”, que en esa época significaba bastante más. En aquel momento, yo alcanzaba apenas los 19 años, y él no tenía tiempo para perder. Ahora tengo más edad que él, y me hubiera gustado que compartiéramos más vinos y más café.
Cuando clausuraron Noticias, dejamos de vernos todos los días. Sin embargo, por cuestiones propias de la militancia, seguí manteniendo algunos contactos, que se intensificaron allá por el 75 cuando me trasladaron al Area y mi mujer de ese entonces pasó a depender de él en Contrainteligencia.
Era una hermosa persona, tipo bastante seco y difícil de analizar. Inflexible y permisivo, gruñón y sensible. Creo que a varios de los militantes más jóvenes nos trasladó la convicción de que la palabra escrita, si es bella y certera, modifica cerebros. Mantuve esa concepción toda mi vida, y algunas veces hasta sentí que era capaz de lograrlo. Le debo por eso.
Cuando mataron a Hilda (Vicky) en el 76, no pude verlo. Me hubiera gustado abrazarlo y llorar un poco juntos. Cuando meses después nos vimos unos minutos, poco tiempo antes de que lo mataran, no tuvimos oportunidad de hacerlo, ni mencionamos el tema. También le debo por eso.
Pero estoy seguro de que a esta altura Rodolfo me preguntaría, sobrador: "Che, Inglés, ¿al final estás hablando de mí o de vos?" Y tendría razón. De manera que lo mejor es dejar los recuerdos y pasar a los datos (reservándome el derecho, claro, de una o dos acotaciones al margen).
Rodolfo nació en 1927 en la provincia de Río Negro, en Choele Choel. En 1951 comenzó a trabajar en periodismo, en las revistas “Leoplán” y “Vea y Lea”. Ya en Cuba en 1959 sería uno de los fundadores de “Prensa Latina”, junto a Jorge Ricardo Masetti (el "Comandante Segundo"/EGP - Salta).
De regreso a la Argentina trabajó en “Primera Plana”, “Panorama” y el semanario de la CGT de los Argentinos entre 1968 y 1970, que se publicaba clandestinamente luego de la detención de Raimundo Ongaro y el allanamiento en 1969 a la CGTA. En 1972 escribiría por un año en el “Semanario Villero” y a partir del 73 en el diario “Noticias”. A partir de mediados del 70 Rodolfo empezó a relacionarse con Montoneros, y en 1973 ya era oficial de la organización. Su primer nombre de guerra en Montoneros fue “Esteban”. (Posteriormente fue conocido como “El Capitán”, “Profesor Neurus” o “Neurus”).
En el 74 comenzaron las diferencias de Rodolfo con la orga, al igual que sucedió con muchos compañeros, a partir del pase a la clandestinidad decidido sorpresivamente por Firmenich. A finales del 75 algunos compañeros oficiales, entre los que estaba Rodolfo, comenzaron a elaborar documentos en los que se evaluaba que la política correcta era volver a integrarse al pueblo, separar a la organización en células de combate estancas e independientes, distribuir el dinero entre las mismas y tratar de organizar una resistencia masiva, basada más en la inserción popular que en operativos del tipo foquista.
Algunos (entre ellos el “Pepe”) afirman que Walsh estuvo de acuerdo con la salida del país de la Conducción Nacional “para preservarla”. No me consta y me parece dudoso, sobre todo a la luz de algunos documentos escritos por él en los que relativiza la importancia de la persona de Firmenich como individuo emblemático en el contexto de la lucha popular. Sí estaba convencido de que la organización debía “seguir la dirección de retirada marcada por el pueblo, que es hacia el peronismo, y que la única propuesta aglutinante que podemos formular a las masas es la resistencia popular, cuya vanguardia en la clase trabajadora debe ser nuevamente la resistencia peronista”.
La organización de la Agencia clandestina de Noticias (ANCLA) iba en ese sentido, y constituyó un intento de reproducir la “radio bemba” cubana, adaptándola a la realidad argentina, difundiendo la información que no mencionaban los medios “oficiales”.

El 24 de marzo de 1977 Walsh escribió su "Carta Abierta a la Junta Militar".
Al día siguiente, en el centro de Capital Federal, fue interceptado por un grupo de tareas que intentó secuestrarlo vivo. Rodolfo se resistió y abrió fuego (portaba una pistola Walther 22, muy pequeña, que llevaba siempre sobre el vientre, sujeta por el calzoncillo). Lo hirieron gravemente, y lo llevaron -vivo todavía- a la Escuela de Mecánica de la Armada (ESMA), donde llegó muerto. No agrego nada sobre sus escritos literarios, porque entiendo que es superfluo. En internet están varios de sus libros, muchos de sus cuentos y textos.
Leerlos, analizarlos, comentarlos con conocimiento directo de causa, sería un buen homenaje al que fue -además de militante-, uno de los mejores escritores argentinos y, sin duda, mucho mejor homenaje que el que representa la pequeña plazoleta de Capital Federal que lleva su nombre.

Nota al pie: Se ha generalizado en estos tiempos aplicar el mote de “héroes” a todos los compañeros (combatientes) de las organizaciones armadas -siempre que estén muertos, claro-, y es un calificativo que Walsh carga hoy, junto a otros cientos. Estoy seguro de que Rodolfo se hubiera cagado de risa de eso, al igual que yo lo hago ahora. Calificar como “héroes” a los que combatieron y murieron es un fácil recurso (inconsciente, espero) para simbolizar que “eran especiales, únicos, irrepetibles”, que hacían/hacíamos cosas que “no pueden hacer las personas comunes”. En resumen, una forma de decir: “sólo los héroes pueden hacer una revolución” lo que justifica para muchos sentarse a esperar que esos “héroes” algún día aparezcan de nuevo, como por generación espontánea. Es mentira. Las revoluciones las hacen los pueblos, las personas comunes, las gentes como vos, como yo o como Rodolfo. Los héroes no son necesarios. Lo necesario es un proyecto nacional, conciencia política, solidaridad y el convencimiento de que un país, un Continente, y el pueblo al que uno pertenece, valen la pena.

Enrique Gil Ibarra