jueves, noviembre 08, 2007

Sobre el infantilismo partidocrático

Durante las múltiples conversaciones que mantenemos con los compañeros de distintos lugares del país, se presenta nuevamente como problema aparentemente irresoluble el extremo fraccionamiento que sufre el campo popular, dividido actualmente en decenas de pequeñas organizaciones, cada una de las cuales convencida de la justeza de su accionar y de su correcto análisis que las llevará, sin duda, a encabezar el proceso revolucionario en Argentina.
En casi todas ellas, el desprecio hacia el peronismo es, si no expreso, latente. En casi todas ellas, existe la desesperación por una identificación marxista “sin fisuras”, considerando esta identificación pública como una confirmación práctica del “revolucionarismo” de sus miembros, en lugar de la adopción de un método de análisis que sirve para adecuar la teoría revolucionaria a la realidad.
En este marco, nuestro país está cubierto de sur a norte por una enorme cantidad de militantes honestos, bienintencionados y (creen ser) muy capacitados en materialismo dialéctico, que no pueden desentrañar el misterio de un pueblo que no los respalda ni los respaldará.

El mes pasado se han producido las mayores manifestaciones populares de los últimos años, debido al asesinato de Carlos Fuentealba en Neuquén. Cincuenta mil compañeros en Capital Federal y treinta mil en la mencionada provincia han sido las más importantes. ¿Ha quedado un rédito organizativo de esas movilizaciones populares? ¿Ha logrado alguna organización política revolucionaria capitalizar en estructura la justa indignación popular?
Si a esta altura de la reflexión alguno de los lectores piensa que es inmoral sugerir “capitalizar políticamente” el asesinato del compañero Fuentealba, debe volver atrás las páginas y replantearse severamente porqué está militando. (La ingenuidad no tiene lugar en la revolución, si existe un correcto camino de búsqueda de poder popular).
La proliferación del partidismo “revolucionario” en nuestro país no es nueva. Dejando de lado las distintas fracturas menores de la F.O.R.A. y las divergencias entre las distintas vertientes socialistas durante la primera mitad del siglo XX, la fractura importante de la izquierda argentina comienza en la segunda mitad de ese siglo. Sin ser históricamente estrictos, podríamos fijarla a partir de 1955, y del primer derrocamiento del peronismo.

Es en ese momento cuando definitivamente la izquierda nacional pierde el rumbo y, mezclando estrategias rígidas que responden a necesidades políticas de sus países referentes, con tácticas conspirativas antinacionales, se separa del nivel de conciencia del pueblo argentino. Por consiguiente, al negar la identidad política del pueblo (ya que ésta no coincide con las especificaciones teóricas prefijadas) y rechazar su integración al Movimiento Nacional y Popular (ya que éste no proclama la revolución proletaria), la consecuencia ineludible es la creación de un nuevo “partido revolucionario” que obligatoriamente debe llenar el supuesto vacío existente.
El problema es que, al no existir ese vacío en la conciencia popular, todos los “partidos de la revolución” fracasan sucesivamente, dando entones lugar a nuevas y múltiples fracciones minoritarias.

Citemos a Lenin: “El bolchevismo existe, como corriente del pensamiento político y como partido político, desde 1903. Sólo la historia del bolchevismo, en todo el periodo de su existencia, puede explicar de un modo satisfactorio por qué el bolchevismo pudo forjar y mantener, en las condiciones más difíciles, la disciplina férrea necesaria para la victoria del proletariado.
La primera pregunta que surge es la siguiente: ¿cómo se mantiene la disciplina del partido revolucionario del proletariado? ¿Cómo se controla? ¿Cómo se refuerza? Primero por la conciencia de la vanguardia proletaria y por su fidelidad a la revolución, por su firmeza, por su espíritu de sacrificio, por su heroísmo. Segundo, por su capacidad de vincularse, aproximarse y hasta cierto punto, si queréis, fundirse con las más grandes masas trabajadoras, en primer término con la masa proletaria, pero también con la masa trabajadora no proletaria”.

Caramba. ¿también con los no proletarios? Bueno, lo que sucede es que Lenin sabía que la tan mentada “dictadura del proletariado” viene después, cuando (y si) el proletariado (y esa masa no proletaria) estén dispuestos a asumirla, y no cuando un pequeño grupo de bolcheviques lo decidan y proclamen.
Fundirse con las “las más grandes masas trabajadoras” significa precisamente eso. Entiendo “fundir” como “reducir a una sola dos o más cosas diferentes” y en una segunda acepción como “unión de intereses, ideas o partidos”. ¿Han intentado realmente los partidos “revolucionarios” en Argentina esa fusión? ¿O se han limitado a proponerle al pueblo el abandono de su identidad política para asumir la de ellos? ¿No hubiera sido más “revolucionario”, más “marxista”, integrar la identidad popular y desde allí elevar el nivel de conciencia?
Por supuesto, para muchos compañeros peronistas esta disquisición es elemental. Para muchos de los que hace décadas decidimos abandonar la izquierda e integrarnos al peronismo también lo es. Pero resulta difícil de aceptar que esta noción tan simple aún deba ser discutida seriamente con los compañeros del campo popular que insisten en declamar un marxismo ortodoxo, sin comprender que niegan totalmente la base misma de la ideología que dicen profesar.

Anticipándome a las críticas furiosas, continúo citando a Lenin: “Tercero, por lo acertado de la dirección política que lleva a cabo esta vanguardia; por lo acertado de su estrategia y de su táctica políticas, a condición de que las masas más extensas se convenzan de ello por experiencia propia. Sin estas condiciones, no es posible la disciplina en un partido revolucionario, verdaderamente apto para ser el partido de la clase avanzada, llamada a derrocar a la burguesía y a transformar toda la sociedad. Sin estas condiciones, los intentos de implantar una disciplina se convierten, inevitablemente, en una ficción, en una frase, en gestos grotescos. Pero, por otra parte, estas condiciones no pueden brotar de golpe. Van formándose solamente á través de una labor prolongada, a través de una dura experiencia; su formación se facilita a través de una acertada teoría revolucionaria, que, a su vez, no es ningún dogma, sino que sólo se forma definitivamente en estrecha relación con la práctica de un movimiento que sea verdaderamente de masas y verdaderamente revolucionario”.

¿Me equivoco, o el compañero Lenin está recomendando no poner el carro delante del caballo?
La generación de una vanguardia revolucionaria no es un proceso volitivo de un sector esclarecido del campo popular. El rol del sector más conciente es, desde luego, contribuir a la creación de esa vanguardia, teniendo claro que, si triunfa en el cometido, posiblemente quede en el camino. Las vanguardias revolucionarias auténticamente populares no suelen tener demasiado respeto por los sectores intelectuales que han colaborado a formarlas. Se dan su propia práctica y elaboran sus propias teorías en base a la misma. Es inútil crear “un partido para el pueblo” desde una concepción de “vanguardia” ya que el pueblo genera su propio partido en el momento en que lo necesita. Lo que sí es necesario es contribuir a la lucha del pueblo contra su principal enemigo, que no es la “burguesía”, sino el imperialismo. Continuar discutiendo esto es absurdo. No comprender que en nuestro país periférico y dependiente un enorme sector de la clase media (empresarios nacionales, comerciantes, trabajadores de servicios, pequeña burguesía) son aliados objetivos en la lucha contra el enemigo principal, es otra carencia por parte de los compañeros de la izquierda ortodoxa.

Volvamos a Lenin: “Años de reacción (1907-1910). El zarismo ha triunfado. Han sido aplastados todos los partidos revolucionarios y de oposición. Desaliento, desmoralización, escisiones, dispersión, traiciones, pornografía en vez de política. Reforzamiento de las tendencias al idealismo filosófico; misticismo, como disfraz de un estado de espíritu contrarrevolucionario. Pero al mismo tiempo esta gran derrota da a los partidos revolucionarios y a la clase revolucionaria una verdadera lección sumamente saludable, una lección de dialéctica histórica, una lección de inteligencia, de destreza y arte para conducir la lucha política. Los amigos se conocen en la desgracia. Los ejércitos derrotados se instruyen celosamente.
“…De todos los partidos revolucionarios y de oposición derrotados, fueron los bolcheviques quienes retrocedieron con más orden, con menos quebranto de su "ejército"; con una conservación mejor de su núcleo central, con las escisiones menos profundas e irreparables, con menos desmoralización, con más capacidad para reanudar la acción de un modo más amplio, acertado y enérgico. Y si los bolcheviques obtuvieron este resultado, fue exclusivamente porque desenmascararon y expulsaron sin piedad a los revolucionarios de palabra, obstinados en no comprender que hay que retroceder, que hay que saber retroceder, que es obligatorio aprender a actuar legalmente en los parlamentos más reaccionarios, en las organizaciones sindicales, en las cooperativas, en las mutualidades y otras organizaciones semejantes, por más reaccionarias que sean”.

Parece ser que Lenin era (cuando convenía) un reformista de aquellos ¿verdad? Pero dejando de lado la chicana, lo cierto es que nadie puede acusarlo de no saber pensar y planificar una guerra revolucionaria.
Guerra revolucionaria que nuestros compañeros de la “vanguardia proletaria” no parecen saber conducir a la vista de los últimos 30 años, y hasta podría decirse que han caído en el error que nuestro también compañero Lenin llamaba “socialrevolucionarismo”: “El bolchevismo asimiló y continuó la lucha contra el partido que más fielmente expresaba las tendencias del revolucionarismo pequeñoburgués, es decir, el partido "socialrevolucionario", en tres puntos principales. En primer lugar, este partido, que rechazaba el marxismo, se obstinaba en no querer comprender (tal vez fuera más justo decir en no poder comprender) la necesidad de tener en cuenta con estricta objetividad, antes de emprender una acción política, las fuerzas de clase y sus relaciones mutuas”.

Se me dirá que estos partidos no rechazan el marxismo, pero insistiré en que no es lo mismo declamar que practicar. Sus planteos “revolucionarios” a ultranza, que les impiden realizar alianzas entre sí y con los demás sectores del campo popular, los alejan cada vez más de su supuesta ideología. Se refiere Lenin a la Paz de Brest, en 1918: “Les parecía que la paz de Brest era un compromiso con los imperialistas, inaceptable en principio y funesto para el partido del proletariado revolucionario. Se trataba, en efecto, de un compromiso con los imperialistas; pero precisamente un compromiso tal y en unas circunstancias tales, que era obligatorio (…) Figuraos que el automóvil en que vais es detenido por unos bandidos armados. Les dais el dinero, el pasaporte, el revólver, el automóvil, mas, a cambio de esto, os veis desembarazados de la agradable vecindad de los bandidos. Se trata, evidentemente, de un compromiso. Do ut des ("te doy" mi dinero, mis armas, mi automóvil, "para que me des" la posibilidad de marcharme en paz). Pero difícilmente se encontraría un hombre que no esté loco y que declarase que semejante compromiso es "inadmisible en principio" y denunciase al que lo ha concertado como cómplice de los bandidos (aunque éstos, una vez dueños del auto y de las armas, los utilicen para nuevos pillajes). Nuestro compromiso con los bandidos del imperialismo alemán fue análogo a éste (…) La conclusión es clara: rechazar los compromisos "en principio", negar la legitimidad de todo compromiso en general, es una puerilidad que es difícil tomar en serio.”

Para completar esta visión, me parece interesante transcribir una parte de un folleto de la fracción “espartaquista” del Partido Comunista alemán:

“…En todo caso, la hegemonía del Partido Comunista es la forma última de toda hegemonía de partido. En principio, debe tenderse a la dictadura de la clase proletaria. Y todas las medidas del Partido, su organización, sus formas de lucha, su estrategia y su táctica deben ser adaptadas a este fin. Hay que rechazar, por consiguiente, del modo más categórico, todo compromiso con los demás partidos, todo retorno a los métodos de lucha parlamentarios, los cuales han caducado ya histórica y políticamente, toda política de maniobra y conciliación. Los métodos específicamente proletarios de lucha revolucionaria deben ser subrayados enérgicamente. Y para abarcar a los más amplios círculos y capas proletarias, que deben emprender la lucha revolucionaria bajo la dirección del Partido Comunista, hay que crear nuevas formas de organización sobre la base más amplia y con los más amplios marcos. Este lugar de agrupamiento de todos los elementos revolucionarios es la Unión Obrera constituida sobre la base de las organizaciones de fábrica. La Unión debe agrupar a todos los obreros fieles al lema: ¡fuera de los sindicatos! Es ahí donde se forma el proletariado militante en las más vastas filas combativas. Para ser admitido basta el reconocimiento de la lucha de clases, el sistema de los Soviets y la dictadura. La educación política ulterior de las masas militantes y la orientación política de las mismas en la lucha es misión del Partido Comunista, que se halla fuera de la Unión Obrera. . ."

¿Es necesario aclarar que esta posición fue duramente criticada por Lenin por su “infantilismo”? ¿Y no suena conocida hoy?
Finalmente, me parece adecuado insistir en que no hay posibilidad de liberación en nuestro país sin unidad táctica de las fuerzas del campo popular. Esa unidad sólo se producirá si las conducciones de las distintas organizaciones comprenden (aceptan comprender) que si realmente se persigue la liberación nacional y social, ha terminado la hora de las “quintas personales”. Esa herencia individualista que heredamos de la década del 90 y que se ha infiltrado hasta en los reductos más “izquierdistas” del espectro político. Decíamos con algunos compañeros que, lamentablemente, la mayor parte de los dirigentes “revolucionarios” argentinos prefieren ser cabeza de ratón antes que cola de león. Pues me parece que no hay nada de malo en ser cola de león, si el león es el pueblo argentino, y la cola ayuda a espantarle las moscas molestas. El partido de la revolución no existe hoy. Probablemente no exista por mucho tiempo. Pero cuando (y si) surge un partido así, no lo hace porque un grupo de compañeros lo deciden, sino porque la masa popular lo asume como tal, participa del mismo y lo fortalece con su práctica. En su momento, eso sucedió con el peronismo, e hizo posible la resistencia. No creo que hoy, en la inexistencia de un proyecto de Nación claro, un partido revolucionario sea viable. Es hora de acuerdos básicos, no de estrategias detalladas. Estas podrán cocinarse y purificarse en el calor de la lucha popular, nunca en congresos minoritarios. Asumir el nivel de conciencia del pueblo, integrarse a sus estructuras existentes, darles contenido, resignificarlas, es la tarea de todo aquel que pretenda cumplir un rol en la liberación nacional. Oponerse a ello, en aras de un “revolucionarismo” purista, es hacerle el juego al enemigo. El camino sigue siendo el movimiento nacional.


Enrique Gil Ibarra


Nota: Las citas son de las Obras Escogidas de Lenin en dos tomos, publicadas por ediciones en Lenguas Extranjeras, de Moscú, en 1948, confrontado con la versión china, publicada por la editorial del Pueblo, Pekín, en septiembre de 1964, y consultado el original ruso de las Obras Completas de Lenin, t. XXXI.