La plaza de mañana
A no confundirse: no “del mañana”, sino “de”. Una plaza programada para demostrar varias cosas:
a) Dónde está el poder de convocatoria.
A este nivel, las lacrimosas críticas sobre el empleo del “aparato”, del abuso del “clientelismo”, pueden descartarse por inconducentes. A esas críticas se les responde con un simple: Si ¿y qué? ¿Acaso existe hoy en la Argentina otra fuerza, de cualquier signo, que logre reunir -con los métodos que fueren- esa cantidad de personas en la Plaza de Mayo? Si no existe, queda claro que el poder de convocatoria –aunque no sea “espontánea”- está en el gobierno y en ningún otro lugar. Las disquisiciones “éticas” en este aspecto suenan más a “las uvas están verdes” que a un verdadero y honesto análisis político de la realidad.
b) De la reelección no es necesario hablar.
¿Para qué? Desde hace bastante tiempo toda aquella persona que, además de pensar, conozca algo de peronismo, sabe que cuando un hecho es indiscutible, plantearlo es superfluo. Todo el discurso del presidente Kirchner sonó a futuro. Es decir, no fue el planteo de un hombre que ha recorrido tres cuartas partes de su mandato y comienza a despedirse. Por el contrario, fueron las palabras de alguien que sabe que quiere continuar, que está convencido de que la mayoría quiere que continúe, y que pide a esa mayoría apoyo para varios años más.
Guste o no, ésa es la realidad del hoy. E indiscutiblemente, Kirchner sabe aprovecharla: el enorme pingüino flotante, “inocente” y anónimo detrás de la Rosada dio fe de ello.
c) El periodismo y la dirigencia opositora están nuevamente décadas atrás de la realidad.
Acusar al Gobierno de realizar un acto político un 25 de Mayo –como si esto fuera un delito- no sólo es erróneo sino infantil. ¿Qué mejor día que un 25 de Mayo para proponer un rumbo político? ¿Y qué tendría de malo?.
Que ese rumbo se pueda implementar o no, es otra discusión.
Lo cierto es que nuevamente Kirchner montó su caballo de batalla sobre los derechos humanos y sobre los compañeros desaparecidos. Casi se pudo oír su pensamiento: “Prometimos llevarlos con nosotros a la victoria. Aquí estamos”.
Sin entrar a discutir cuánto de optimismo triunfalista puede haber en esto, lo real es que Kirchner volvió a explicitar que existe una historia –y por consiguiente un proyecto- que no deben olvidarse.
“Recurso fácil para captar giles” pensarán algunos. Es posible. Pero es innegable que públicamente, un 25 de mayo, y por primera vez, un gobernante reivindicó claramente un lado de la historia que para la sociedad sigue en disputa, y que representa -eufemísticamente- un específico modelo de país.
Nuevamente, que este gobernante y este pueblo logren implementar ese modelo de país, es otra discusión.
Cierto es también que oficialmente se instauró el concepto de que el camino pasa por los objetivos que tenían esos treinta mil desaparecidos, a los que se homenajeó en la plaza.
Convertir ese concepto en hechos no será fácil. Probablemente ni Kirchner tenga demasiado claro qué significa esto en la práctica. Será entonces tarea de los que (pensamos que) lo tenemos claro, aportar lo necesario para que la voluntad aparente no termine en voluntarismo idiota, impotente o, peor aún, fracasado.
Atención
Por último, hubo también otro hecho que quedó tapado por la Plaza de Mayo: La otra plaza. En la Plaza San Martín, el 24, el otro modelo de país explicitó ante cámaras y también por primera vez en 23 años sus objetivos: No hubo errores, no hubo excesos. Estuvieron bien las desapariciones y las torturas, y la dictadura fue, no sólo necesaria, sino lo mejor que le pudo pasar a la Patria. Lástima que no se pudo concluir el trabajo.
Hace 48 horas quedaron por fin desautorizadas públicamente las absurdas teorías políticas que insisten en una potencial reconciliación y olvido. No sólo los carcamanes mayores de 70 estuvieron allí. No sólo los olvidados (retirados) generales, ex capitanes, mayores y coroneles del Proceso. Había jóvenes tenientes, capitanes y mayores en actividad. Había jóvenes “artistas”, “escritores”, abogados, en fin, cientos de militantes del golpismo. Que no tuvieron empacho (por primera vez) en proclamar que si tuvieran (¿¿??) una bomba, la pondrían en la plaza al día siguiente. Que llamaron a la preclara dirigencia occidental y cristiana a reaccionar valientemente frente a la barbarie dictatorial “marxista leninista”.
Ellos no pedían –como lo hizo hipócritamente Mariano Grondona- olvidar. Menos mal, porque nosotros tampoco estamos dispuestos a hacerlo.
Allí está verdaderamente el adversario. Por primera vez en tantos años, los tibios de nuestra sociedad deberán llamarse a la sinceridad. Deberán elegir una historia, una realidad. No podrán escudarse en que “todo eso ya pasó”, en que “hay que mirar al futuro”, y “olvidar los rencores que nos separaron”.
Porque esos rencores no son el pasado, sino el presente. Porque el país que construyamos será uno u otro, jamás ambos.
Y porque la opción sigue siendo la misma: un país más justo, o un país de mierda.
Y una reflexión para nosotros: Esa es la única diferencia que debería importarnos en esta etapa. La que separa, aún con vacilaciones, incoherencias, retrocesos, el campo popular del otro campo: el de los verdaderos enemigos, el de la injusticia, el racismo, la explotación, el hambre y la traición. El campo de la dependencia.
Enrique Gil Ibarra – marzo del 2006
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