El último servicio
Ayer, 20 de noviembre, en Trelew, tuvieron por fin sepultura los restos del compañero de la Juventud Peronista Horacio Bau, detenido-desaparecido junto a su pareja, Margarita, en noviembre de 1977.
Horacio fue un militante trelewense que a principios de los setenta se trasladó a la provincia de Buenos Aires, donde vivió hasta que la dictadura lo asesinó y lo enterró como NN en el cementerio de La Plata.
Este año el Equipo de Antropología Forense lo identificó y, a pedido de su hermano Jorge, su cuerpo fue traído hasta aquí para descansar por fin en su tierra.
Cuando me dirigía al cementerio para participar del acto (y debe destacarse la presencia de decenas de conciudadanos, desde el Gobernador de la provincia, el Intendente de la ciudad, Ministros, Secretarios, Madres de Plaza de mayo, parientes, amigos y vecinos), pensaba en la tragedia de un país que treinta años después todavía debe ocuparse de identificar cadáveres. Y me venía a la mente un trozo de un discurso de Videla, que habíamos escuchado el día anterior en el Centro Cultural por la Memoria de Trelew, cuando Eduardo Cittadini presentó su libro sobre la vida de otro compañero de la JP desaparecido, su hermano Ricardo Cittadini.
Me refiero a esa famosa frase en la que el ex General del espanto afirma más o menos que si estuvieran muertos, sería una cosa, si vivos, otra, pero que están desaparecidos, y entonces un desaparecido “no está, no existe, no tiene entidad”.
Esa concepción fue utilizada durante años por la dictadura militar para sostener que “los desaparecidos” podían estar “viviendo cómodamente en Europa”, “ocultándose de sus propios compañeros” o simplemente ser “un invento de la subversión”.
Sirvió también para algunos sectores de ¿argentinos? que acuñaron frases “heroicas” como “algo habrán hecho”, o “a mí nadie me vino a buscar”.
Permitió, asimismo, que germinara en buena parte de nuestro pueblo y en su dirigencia de aquel entonces la terrible “Teoría de los dos demonios”, de la que aún se nota el resabio cuando “bien intencionados” progresistas critican la represión genocida dividiendo las aguas con los que “no tenían nada que ver”, o entre los muertos y los sobrevivientes.
Pero no iba a esto. Los huesos de Horacio volvieron a Trelew, y cruelmente, irónicamente, como somos casi todos nosotros, pensaba que Horacio había “ascendido” de categoría, mal que les pesara a los milicos: Había pasado por fin de ser un desaparecido, un algo sin “entidad”, que “no está”, a ser un militante asesinado.
Se había convertido –finalmente- en una prueba más. Una prueba “viviente”, si me permiten la paradoja, desmintiendo (una vez más) a los generales, a los políticos obsecuentes de la dictadura, a los “idiotas útiles” (que lujo poder tratarlos así) del genocidio.
Horacio Bau, treinta años después de haber aceptado entregar su vida por ese país mejor en el que creía, prestaba ayer el último servicio a su Patria.
¿A alguien se le puede pedir más?
Enrique Gil Ibarra/Trelew
1 Comentarios:
Si puedes por favor revisa este blog
http://elpresovenezolano.blogspot.com
y haz un comentario como solo tu lo sabes hacer.
Gracias por la atención.
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