lunes, noviembre 12, 2007

Botnia: si no hay salida, golpear en la coliflor


Parece que las negociaciones entre Argentina y Uruguay han arribado a un punto sin retorno. Cuando las posiciones llegan a un “lugar de honor”, difícilmente los gobiernos, que dependen de su crédito político, se permiten retroceder.

La Argentina ha declarado que no admitirá que las papeleras funcionen y, por su parte, Uruguay ha reafirmado su “derecho a las decisiones soberanas”.

¿Y entonces? La mediación del sapientísimo rey Juan Carlos no va ni para atrás ni para adelante, como es lógico que suceda, ya que no hay un “medio” equitativo que pueda ser sostenido conformando a las partes: las papeleras no pueden funcionar “más o menos”, ni producir “un poquito”, ni contaminar la mitad uruguaya del río. La única solución posible para Juan Carlitos sería garantizar que remediará todos y cada uno de los deterioros que sufra el medio ambiente con los fondos de la corona.

No lo veo.

Uruguay por su parte, lo único que puede ofrecer es que “exigirá severamente el cumplimiento de todas las leyes y de los compromisos asumidos por las empresas….” Pero yo no le creo mucho ¿y usted?

Y Argentina está atrapada también entre el estero y el pantano, porque nuestro gobierno no puede dar marcha atrás, soportar las papeleras y “amigarse” con los charrúas sin un costo político insoportable de ser pagado aún antes de que Cristina asuma.

¿Y entonces? Es cuando yo suelo recurrir a la sabiduría de mi mujer, que para eso es abogada y estudió, caramba.

Hoy, en medio del despertar y observando el noticiero de las 6:00 (porque a esa hora nos levantamos) yo dije “habría que pegarles una pateadura”; y mi mujer secamente (cuando recién se despierta está de mal humor), me contestó: “Si, en el bolsillo. ¿Sabés cuánto les sacaría yo de daños y perjuicios por tener que oler a coliflor todo el día dentro de mi casa?”

¡Eureka! Y me puse a calcular:

Gualeguaychú tiene casi 100.000 habitantes que en estos momentos, y tal vez por varios días, según lo declara la propia empresa, deberán disfrutar del delicioso aroma de coliflor hervida hasta en su baño. ¿Cuánto puede valer eso en un juicio colectivo por daños y perjuicios para un juez argentino bienintencionado? ¿Diez mil pesos por habitante? ¿Quince mil?

En mi caso, por ejemplo, el olor a coliflor me produce vómitos incontrolables. Si yo viviera en Gualeguaychú estaría en estos instantes vomitando incesantemente sobre el teclado de mi computadora, y arriesgándome a una deshidratación severa. Usted, por su parte, tal vez estaría sufriendo retortijones de estómago dolorosísimos, y su hijo lloraría del asco, con el consiguiente sufrimiento y deterioro psicológico.

Pues hombre ¿qué esperamos? ¡A cobrar!

100.000 habitantes por un mínimo de 5.000 pesos, a mi me resulta la nada despreciable suma de $ 500.000.000 (si, quinientos millones) de indemnización. ¿Le dolerá a la empresa?

Usted me dirá: si, pero ¿cómo hacer que paguen, si están en otro país? Pero nuevamente recurrimos a la sabiduría de mi santa esposa, y descubrimos que existen convenios internacionales que precisamente cubren este tipo de casos, y en virtud a los cuales hasta se puede llegar a fallos muy rápidos en tribunales tipo La Haya ¿vio?

Porque, mis amigos, donde más les duelen las patadas al capitalismo es en el bolsillo. Y si no les ganamos por la moral, la ética y la ecología, podemos doblegarlos por la (pérdida de) ganancia.

Humildemente, yo sugiero golpear en la coliflor.


Enrique Gil Ibarra - noviembre del 2007

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