Primero la coherencia
Por el Ing. Enrique Martínez
(Presidente del INTI)
Quienes creemos que es necesario acceder a una sociedad más justa que la actual, contamos con un flanco débil muy notorio en relación con los que construyen y disfrutan la inequidad. Estos últimos no necesitan esforzarse demasiado para ser coherentes. Les basta poner en un altar al “Dios dinero” y considerar como fin supremo la búsqueda del lucro, reclamando que nadie se interponga en su camino, por supuesto menos que menos un Estado que busque representar al conjunto de la comunidad.
En cambio, nosotros tenemos una reiterada tendencia a redefinir el camino a partir de cada nueva crisis del sistema. Para el progresismo o pseudo progresismo, la historia siempre parece comenzar hoy. Esto quiere decir que asignamos a los problemas causas distintas cada vez, lo cual muestra que no tenemos claras las verdaderas razones fundamentales. Mi sensación es que después de todos estos años, buena parte de los compatriotas confunde el debate global sobre las cuestiones esenciales. El actual vendaval financiero mundial nos da una nueva oportunidad de reflexionar y entender. La evolución natural del capitalismo tiene incorporada ciclos, donde la expansión y la contracción de la actividad general se suceden, al compás de las variaciones en la relación entre la demanda y la oferta general de bienes y servicios. Desde hace más de 70 años se ha instalado como doctrina la necesidad de que diversos ámbitos del Estado actúen para reducir la amplitud de esas variaciones y, a la vez, conseguir una mejora general en el mediano y largo plazo. Sin embargo, ciclo a ciclo, crisis a crisis, se confirma y consolida hasta el hartazgo que el capitalismo tiene dentro una característica que afecta nuestras vidas de una manera muy peligrosa: la concentración de poder económico como un hecho inexorable.
Esa concentración tiene dos efectos igualmente graves: Primero y elemental: genera una desigualdad distributiva y de oportunidades, que incluso se transfiere entre generaciones, donde los perdedores no sólo tienen menos, sino muchas veces no tienen nada. Segundo: genera una disponibilidad de dinero en pocas manos que no tiene un horizonte de aplicación a la producción y que se deriva a casinos financieros cada vez más sofisticados. El dinero se aplica a juegos de suma cero, donde nada se crea, sino que, en definitiva, hay una y otra vez un despojo del más débil por el más fuerte. La unificación de los mercados financieros del mundo agudiza sin límites el segundo problema, ya que ahora el dinero navega a la velocidad de la luz por cuanto rincón del planeta tenga un flanco especulativo o especulable. Me parece importante entender que todas las crisis financieras globales tienen el mismo origen: la disponibilidad de enormes masas de dinero que se tratan como mercancía, en lugar de ser un simple medio de pago. Esas masas voladoras especulan contra la paridad cambiaria en el mundo desarrollado (la libra esterlina lo sufrió varias veces); con préstamos fáciles y caros al mundo periférico (México, Argentina, Indonesia y tantos otros países, saben de esto); con el petróleo, los metales como el cobre y el estaño y ahora con los granos; con las propias empresas del Norte, fusionando y cerrando corporaciones; con las hipotecas inmobiliarias (ya lo han hecho varias veces, pero en esta coyuntura le dieron tamaño descomunal). La lógica es siempre la misma: armar el casino y tratar de ser banca, mientras se pueda. Después, pedir ayuda a los Estados del mundo central. No es cierto que a veces la crisis viene del mundo central y a veces nace en el mundo periférico. SIEMPRE viene del mundo central. Sólo que en ocasiones, como en la década del 90, nosotros pagamos los platos rotos de manera más directa. En este sentido, el default argentino de 2001 no sólo fue una medida correcta para ordenar nuestra deuda, sino que tuvo un efecto positivo adicional y paradójico: nos hizo no confiables para la especulación y los llevó a buscar otras playas. Nuestro aislamiento financiero genera algunas tensiones, pero es sin duda una virtud, en el escenario global previsible.
En el mundo central, la hegemonía del capital financiero ha aumentado sin pausa, imponiéndose a los propios gobiernos nacionales. Hace 20 ó 10 años se discutía el riesgo moral del salvataje de los especuladores con el uso de fondos públicos, en lo que se presentaba como una invitación a recomenzar la aventura. Hoy eso no se discute más. Se hace. El gobierno de Estados Unidos privatizó su seguridad nacional después del atentado a las torres gemelas; facilitó enormes negocios a un puñado de corporaciones en contratos directos para la "reconstrucción" de Irak, y, finalmente, acaba de hacerse cargo del gigantesco muerto de las hipotecas impagables diseminadas por todo su país. Todos los contribuyentes americanos financian el casino y ni siquiera los dejan jugar. No sólo ellos; en cascada, se arrastra al resto del mundo. Sea por contagio financiero o por el efecto de la especulación sobre la economía real (en los precios del petróleo o de los granos) o, finalmente, por las variaciones concretas de demanda de esos bienes en el mercado internacional, aunque este sea el efecto menor. Es una pésima noticia que los gobiernos de los países más fuertes no controlan la especulación sino que se someten a ella o hasta la promueven. Pero es un dato a considerar seriamente para diseñar nuestra política nacional. Cuando tenemos un pariente loco debemos cuidarlo y tratar de sanarlo. Cuando no es pariente y no tenemos forma de ayudar, lo más prudente es evitarlo. Esa debiera ser la consigna para los vínculos con el casino global y sus efectos. Para minimizar esos vínculos, se requieren dos grandes ejes de acción.
a) Fortalecer un sistema bancario nacional y otro regional, de fomento de la producción y el consumo.
b) Reducir la brecha entre la existencia de pocas empresas productoras de bienes y servicios y muchos consumidores (toda la población). Aumentar mucho la fracción de la población que tenga que ver con la producción, en términos emprendedores, tiene varios efectos positivos, pero el más importante de todos ellos es que aumenta la posibilidad de que los ahorros se dirijan a la economía real, reduciendo la vocación de usar el dinero de manera especulativa.
Varios proyectos en marcha podrían ayudar, en este sentido, a consolidar nuestra independencia de la locura del capitalismo central. A saber:
. La puesta en marcha del Banco del Sur y de un importante banco de promoción productiva argentino, como se intenta que sea el BICE.
. La aplicación de impuestos importantes a las transacciones financieras.
. El bloqueo de la expansión de los fondos de siembra, expresión criolla de la hegemonía del capital financiero y de la tendencia concentradora del capitalismo.
. Llevar a todo rincón de la Argentina la idea del desarrollo local, asociada a la satisfacción en esa escala de las necesidades sociales y básicas de una comunidad. Aquí la articulación entre la promoción tecnológica y la política municipal es clave.
. Concretar la industrialización a ultranza de la producción primaria actual, sea agropecuaria o minera, en el marco de un plan nacional definido y conducido desde el Estado.
. La ejecución de planes plurinacionales de colaboración para el desarrollo productivo de las regiones más postergadas de Sudamérica, incluyendo en esta categoría al norte argentino.
Definida globalmente, nuestra idea es que debemos fortalecer un capitalismo de Estado, como alternativa al Estado de los capitalistas. Debemos alejarnos -protegernos- de la lógica de un mundo dominado por los adoradores del dinero. Este dominio no lleva a la socialización del capitalismo, como cuasi jocosamente se ha comentado luego de las iniciativas de George W. Bush. Sólo a la socialización de las pérdidas, que es lo que han hecho toda la vida.
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