Lealtad
Conquista de la patria enamorada
susurro agónico de un amor sin rumbo
suena en la historia su clamor profundo
y surge, brota, aúlla, la presencia odiada
del negro que las patas refrescaba
en una fuente oligárquica y señera
de los señores bien, que se quejaban
porque los “grasas” ensuciaban su bandera.
Llegaron desde el sur, desde el oeste,
desde las casas tristes y arrumbadas
de los barrios sin lujo y sin futuro.
Llegaron a mostrar su rostro oscuro
sus ropas pobres, su lenguaje humilde,
su ansia de vivir, su grito duro.
Vinieron persiguiendo una esperanza
abriendo un surco nuevo en el destino
regado con sudores y con sueños,
con derechos negados, con sonidos
que de tan olvidados eran ruidos.
Trajeron en sus manos una historia
que por primera vez dijo “presente”.
Convirtieron la plaza en sol ardiente
que se grabó en todas las memorias.
Y de la mano de los que comprendieron
renacidos, oscuros e insumisos,
entraron a la vida sin permiso
reclamando lo que siempre les debieron.
Forjaron de la nada tres banderas
las alzaron como dones merecidos.
De su flamear, que tantas manos sostuvieran
dan cuenta los millares de caídos.
Enrique Gil Ibarra
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