Morir el día de la primavera
Hace tres años moría Hugo Soria.
Hugo Soria tenía un trabajo de esos que no le gusta a casi nadie, quizás uno de los más despreciados de la escala social. Cuando yo era chico mi papá me decía que si no estudiaba iba a terminar juntando basura. Y era terrible. No por el trabajo en sí, pues a los ojos de un niño recorrer la ciudad arriba de un camión inmenso y ruidoso era comparable a las correrías de Sandokán y los piratas de Malasia. Lo terrible es que los recolectores de basura andan siempre corriendo, siempre dando grandes voces entre chirridos de frenos y ruido de motores. Siempre apurados. Mucho no ha cambiado la cosa, pues sigo escuchando casi los mismos gritos, casi los mismos ruidos, y con el mismo apuro. Un amigo me decía que los recolectores de basura deberían tener los sueldos más altos ya que hacen el trabajo más sucio -literalmente hablando- que nadie quiere hacer. Y jamás de los ve ociosos, muy por el contrario, siempre están como atrasados en cumplir vaya a saber uno qué planilla de horarios de vaya a saber qué oficina. Lo terrible es la urgencia del horario. Y qué oprobiosa carga debe tener la basura en el imaginario colectivo ya que cuando queremos descalificar y humillar a alguien decimos "es una basura", o algo así.
Pues Hugo Soria hacía eso, juntaba basura, tenía veintidós años y una vida por delante. Y toneladas de basura de los otros recorrida entre sus manos, pasada por su cuerpo, atravesada en su alma. Trabajaba para la empresa Cliba en la ciudad de Córdoba, iban -seguramente apurados, como siempre- por el barrio General Paz cuando se resbaló del camión y quedó atrapado bajo las impiadosas ruedas del camión. Era el día de la primavera. Un humilde trabajador, dirán los caretas. Un buen muchacho, replicarán los más. Un empleado desafortunado, murmurarán los dueños de Cliba, mientras administran su reemplazo. Tal vez una esposa o una novia, tal vez un amigo, tal vez su mamá y su papá, tal vez lo lloren y le dejen una flor de esta flamante primavera, que él no pudo ver.
Y yo, que pude zafar de ser recolector de basura porque mi papá me amenazaba para que estudiara, no sé cuántas lágrimas habrá que verter por Hugo Soria en un tiempo donde el imperativo categórico es juntar títulos y bienes, y sobre todo dinero, mucho dinero, porque la posesión de objetos en este mundo capitalista y mezquino, tramposo y miserable, es sinónimo de éxito. Resulta escandaloso darse cuenta que para que algunos pocos no pierdan su tiempo mientras juntan plata, mucha plata, muchos Hugo Soria se encargan de juntarles la basura.
Una flor y una lágrima para Hugo Soria, un buen muchacho.
22 de septiembre 2008
http://horaciosacco.blogspot.com
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