Ya no alcanza con Keynes
por Ing. Enrique Martínez
Presidente del INTI
Uno de los tantos problemas que acarrea la globalización es que nos induce a pensar en un escenario social homogéneo, que abarca todo el planeta, y donde numerosos vasos comunicantes deberían estar actuando, de manera lenta pero persistente, para nivelar la calidad de vida a escala mundial. O, al menos, para que todo conflicto a escala nacional fuera similar, cualquiera sea el país. El fácil desplazamiento del capital, las empresas sin país propio, los movimientos de personas en dimensión nunca vista, ayudan a pensar a los gobernantes -y a los gobernados- que, en definitiva, estamos todos en un gran y único barco.
Es posible. Sólo que un barco con primera, segunda y hasta décima. Y las escaleras que comunican los niveles están, más que bloqueadas, selladas.
Es tanta la diferencia de horizonte y de estructura, entre la sociedad boliviana o la argentina, y aquella de Francia o de Canadá, que resulta inmediatamente cuestionable el intento de aplicar las mismas teorías económicas, en un mismo momento, en todo lugar. Ni siquiera cuando se produce una crisis financiera con la envergadura de la que hoy está viviendo el mundo central.
Tratemos juntos de entender por qué.
Lord Keynes, en cuya memoria se organizan procesiones apenas aparece una recesión, sostenía como idea central, que el Estado debe inyectar en el mercado la demanda que los particulares han dejado de aportar. Las obras públicas, junto con subsidios al consumo y créditos a menor tasa, forman, desde entonces, parte de la receta básica para “volver a crecer”.
Sin embargo, hay una lógica detrás de ese análisis, que normalmente se omite, y que condiciona su aplicación, sobre todo a países con problemas de exclusión y pobreza estructurales. Esa lógica no es otra cosa que postular que la intervención del Estado en la economía debe tener por objeto que el mercado se acerque más a un funcionamiento ideal, donde se alcancen equilibrios entre oferta y demanda. Es decir: la economía la ordena el mercado; al Estado le corresponde apuntalar y sostener ese orden.
En ese escenario, los monopolios, la desigualdad creciente, o la lisa y llana exclusión, se cree que no existen o que no son determinantes de la crisis.
Los últimos 50 años brindan elementos para que quienes no desconfiaban de esta mirada, finalmente deban aceptar que esto no es así de claro. Al contrario, es muy oscuro.
Cuando se pretende salir de la fase recesiva de un ciclo volviendo a una fase “exitosa”, que solo lo es para una parte de la población, algo anda mal. Aparece la necesidad de formularse un interrogante clave: ¿Será posible salir de la recesión global, sin volver al punto de partida, sino yendo hacia una sociedad sin pobres y sin excluidos? ¿Será eso posible en particular en la Argentina?
Implicará un largo camino. Tal vez deba comenzar cambiando el marco conceptual. El Estado debe intervenir. Debe hacerlo con fuerza. Pero, ¿para qué? Ante todo -categóricamente- para conseguir que quienes no generan bienes y servicios con sus propias manos, lo hagan, en beneficio de ellos y de su propia comunidad.
Por lo tanto, bienvenidas las obras públicas. Pero de a miles, pequeñas, en cada pueblo, a cargo de sociedades locales.
Bienvenido el apoyo al consumo. Pero promoviendo con asistencia financiera y técnica centenares de plantas locales de procesamiento de pollos, carne vacuna, leche, panificados y hortalizas, para consumo de la propia comunidad.
En lugar del crédito barato, el aporte de capital transitorio a sociedades nuevas, tanto de producción de bienes de consumo como de bienes de alto contenido tecnológico, que transformen en objetos útiles nuestro buen conocimiento informático, biotecnológico, electrónico, de aprovechamiento de energías no convencionales.
Una nueva y gloriosa Nación, dice nuestro Himno. Una nación sin pobres, equivale al siglo 21. Para eso, las ideas de Keynes son insuficientes. Porque fueron formuladas en otro tiempo y lugar. Porque hay actores muy poderosos que hace 80 años tenían otra entidad. Por mil razones más.
Inyección de tecnología, organización social, confianza en la capacidad de construir desde la base, apoyo a los jóvenes egresados universitarios para construir sus propios caminos, son conceptos ausentes del discurso dominante y de imprescindible presencia en el discurso ganador.
No haremos un país mejor analizando si hay que bajar o no salarios; si un puñado de consorcios encaran caminos, diques o la gran minería, como la única salida productiva; si quedarse en pesos o fugarse al dólar.
O nosotros gobernamos el mercado o el mercado nos asfixia.
1 Comentarios:
T invito a darte una vuelta por mi Blog
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