8 solidarios años
El lunes pasado, como todos los días hábiles, llevé a mi hijo al colegio. Al llegar, la Directora nos informó que no había clases, debido al fallecimiento de una alumna de 8 años a causa de un aneurisma que le había ocasionado la muerte. Su familia desconocía esta condición.
Hasta aquí, la muerte lamentable de una niñita por causa de un problema que suele afectar a personas mayores, y con el cual podría haber convivido sin saberlo durante años.
Pero lo que quiero narrar es que un par de días más tarde, nos enteramos que su familia, acatando un deseo declarado en una oportunidad por la chiquita, decidió donar sus órganos, medida que se adoptó de inmediato. Ya su hígado, intestino, riñones, válvulas cardíacas, sobreviven en otros pequeños cuerpos de varias provincias del país.
La joven madre, que tomó esa difícil decisión, expresó que sólo estaba respetando y cumpliendo con un pedido que su hijita –sin saber que su muerte se produciría tan prematuramente- le había manifestado hace algún tiempo, y que consideró que ese deseo debía cumplirse.
No voy a escribir –por supuesto- el apellido de la familia. Ya nos ocuparemos aquí en Trelew, estoy seguro de eso, de honrar de alguna forma a esa pibita de 8 años que demostró que tenía muy claro lo que muchos adultos no comprenden: que un mundo mejor se hace entre todos, participando y dando de sí lo que uno tiene para dar.
Mi homenaje público también a esa madre, que encontró la forma digna de ayudarse a superar el dolor y la pérdida, respetando con amor y solidaridad a su hija y haciéndola vivir de alguna manera en otros agradecidos cuerpos y también, espero, en nuestras memorias.
Enrique Gil Ibarra – 4/12/08
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