Miserias nacionales
Por Horacio Sacco
Como si la ciudad y todo lo que alberga les perteneciera por divino don, incluyendo plazas, oficinas, semáforos y pájaros; como si fueran propietarios de todo lo que existe sobre la faz del mundo, casas, atardeceres y palabras, ellos desgranan sus derechos y títulos, sus indignaciones, sus exhortaciones, sus inclemencias y sus terribles maldiciones.
Saben que en el fondo son anónimos, ignotos y sencillos lectores. Son el coro que acompaña con furibundos gruñidos destemplados la música marcial de la noticia. Dicen lo que el cronista no se anima, pero incita, fomenta y desea de todo corazón.
Si el lúcido cronista, obviamente preclaro, neutro, independiente, elige adjetivar "el piquetero oficialista Luis D'Elía", no faltará el certero y obvio "negro de mierda" en los comentarios posteriores, o algo parecido.
Si el periodista, obviamente sin malas intenciones, enhebra trabajosamente una serie de razones por las cuales nuestros derechos ciudadanos no están protegidos como corresponde, por el contrario son conculcados por un gobierno crispado y tolerante en demasía con la ilegalidad, abundarán las pinturas y los gritos de guerra, las imprecaciones desbordadas, los llamados al orden, los insultos soeces.
Barrabravas de la palabra, se enciman, transpiran y acicatean sobre todo en La Nación, que como todo el mundo sabe, es un verdadero paladín de la libertad de prensa.
Estos días han estado especialmente indignados los barrabravas virtuales. No les entra en la cabeza que "alguien" se adueñe del espacio público, que les pertenece en exclusiva por divino don. No conciben que con sus impuestos deban financiar viviendas a quienes seguramente no la necesitan, pues el mundo es tan ancho y tan ajeno como sus merecimientos, obviamente ninguno.
Porque cuando los barrabravas exclaman a los cuatro vientos "el espacio público es de todos" quieren decir "es nuestro".
Porque "ellos" son bolivianos y paraguayos que vienen a hollar con su mugrosa peste de extranjeros sin plata nuestro sagrado suelo. Encima pretenden casa y comida gratis, y su fuera posible transporte, educación, salud y un cachito de sol, a costa de nuestro sacrificio de argentinos bien nacidos.
Ensucian el espacio público con su sola presencia, cuelgan sus trapos al sol, duermen a cualquier hora, meten las patas en la fuente. Los apaña, tolera y alienta un gobierno autoritario y montonero. Pero ya van a ver.
Los barrabravas virtuales no entienden que la riqueza y las posesiones tienen efectivamente dueños, pero que el Estado no puede tenerlos. Que los gobiernos debe velar por la integridad y dignidad de los que pagan impuestos, pero también por aquellos que no pueden pagarlos.
Que el Estado no puede avalar las injusticias del capitalismo, antes bien debe tratar de remediarlas. Que todos, absolutamente todos, tenemos derechos por el solo hecho de pisar suelo argentino. Ahí está la Constitución que no me deja mentir.
El Estado debe proteger y brindar bienestar a los incluidos y a los excluidos del sistema económico vigente. Porque si alguien tiene algo más es porque alguien tiene algo menos. Es muy simple, y no lo digo yo sino virtuosos y prestigiados economistas. Entiéndase bien: economistas, no comunistas.
En sencillo, pero los barrabravas no lo aceptan. Aceptan que la injusticia es tan natural como que el sol salga todos los días. Aceptan que la desigualdad y las sagradas leyes naturales la puso Dios sobre la Tierra, y nadie puede discutirle a Dios, claro.
No lo quieren ni lo van a entender. Pero no son ellos los culpables, son quienes les dan letra y los incitan los verdaderos miserables.
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