sábado, febrero 05, 2011

La voluntad y los emergentes: Los herederos de Kirchner

Por Nerio Neirotti (Sociólogo)

El gran valor de la JP fue su capacidad de movilización y representación. Fue producto de un crecimiento silvestre de miles de pequeñas JP que fueron sembradas al boleo por una tempestad imparable resultante de años de resistencia peronista. Sólo después vinieron las orgas y la orga mayor (Montoneros, que unificó a la mayoría de las que tenían origen peronista), constituyéndose en conductora del vendaval. Y luego los errores, la dilapidación de semejante capital político, adjudicables no sólo ni tanto a su conducción (porque se trató de un movimiento colectivo) sino a una cultura política voluntarista que también era hija de aquel país que pasó de la epopeya a la tragedia. Tragedia que se empezó a avizorar con la masacre de Ezeiza, pero esto… sería tema de otra reflexión y debate colectivo que insumirá horas más horas de discusión y de teclado.
También fue un gran valor el lugar que se le dio a la “trascendencia”. Se luchaba por dejar una Patria nueva, con un socialismo cuyas formas no eran claras (debía ser propio, creativo, nacional, y había que inventarlo, no copiarlo) pero basado en convicciones de alto voltaje. La “familia peronista” (la de la casa propia, el asadito del domingo, las vacaciones pagas, la cobertura de salud y el acceso a la educación gratuita en todos sus niveles –incluso el universitario-; no la familia de filiación peronista sino el tipo de familia argentina de aquellos años, de clase trabajadora y media, con sus proyectos y anhelos, toda una institución generada por el peronismo) ahora participaría del poder y de la propiedad de los medios de producción bajo formas estatales, cooperativas, de autogestión y de cogestión (perdón, y nunca nadie dijo que la casa dejaría de ser propia ni que dejaría de existir la propiedad privada). Se tenía la convicción de que había derecho a ello y de que se contaba con la fuerza para lograrlo (y nadie pensaba que sólo se trataba de “distribuir”, sino que había que poner en marcha un nuevo modelo productivo que superara el tradicional estilo parasitario y rentístico).

Y para luchar por una Patria nueva también había que hacer un hombre nuevo (sí, suena a cristianuchi y guevarista), por eso se empezaba por dar testimonio de vida, compartiendo, viviendo la vida pero modestamente, dándole tiempo y recursos a la causa, discutiendo las propias acciones y las de los demás. La política, luego tan denostada por el “proceso” (no era raro escuchar a los carceleros en la época de la dictadura decir: ¿cuánto tiempo hace que vos te metiste en “la política”?) y por el vuelo neoliberal de los ’90, era el eje de vida, que inundaba todos los análisis, incluyendo los proyectos de vida, el consumo, la familia y el sexo (suena a demasiado, ¿no?). Sí, suena a mucho, pero qué bueno que miles de jóvenes estuvieran atentos a no caer en “liberaladas” (tal como se llamaba a los excesos de individualismo) sobre todo si se compara con el hedonismo actualmente reinante, la falta de proyectos (no sólo colectivos sino también individuales) y la falta de solidaridad que se mama en los medios hegemónicos.

Néstor Kirchner, hijo del aquella época, sin caer en el voluntarismo trajo de nuevo la voluntad (para tomar el término del acertadísimo título de la colección de Eduardo Anguita y Martín Caparrós) imprimiéndole a su proyecto de gobierno un giro inusitado. Nadie creía que el Estado, devenido en coto de las corporaciones, en agente dócil (gordo y flácido, como criticaban los propios neoliberales) pudiera volver a gobernar incluyendo la regulación del mercado, haciéndole frente en la negociación de la deuda externa a los poderes internacionales, revirtiendo todas las defecciones que se habían producido en la política de derechos humanos, subordinando a las Fuerzas Armadas al poder constitucional para recuperar su rol sanmartiniano, poniendo freno a la soberbia de la cúpula eclesiástica que se siente con derecho a condenar lo que llama el “odio” sin haber tenido la misma firmeza para reclamar justicia y verdad (y sin haber hecho jamás la autocrítica de su complicidad con la dictadura que incluso el Ejército hizo bajo la conducción del Tte. Gral. Balza) y parando la avidez de ganancias de grandes productores agropecuarios, acostumbrados a atemorizar a presidentes (sólo a los constitucionales) con sus silbidos anuales en el predio de la Sociedad Rural en Palermo (por no mencionar otros recursos menos melódicos).

Y a medida que “paraba”, el proyecto Kirchner iba generando políticas audaces: vuelta del crecimiento, transferencias de ingresos a amplios sectores de la población caídos en la exclusión, recuperación de la independencia y la dignidad de la Corte Suprema de Justicia, rescate de los fondos de jubilaciones que habían pasado a manos privadas, asignación universal por hijo, democratización de los medios de comunicación de masas, etc., entre otras muchas que no se mencionan aquí por no ser objeto de esta nota el análisis de las políticas públicas.

Pero ¿cuál es el sujeto político colectivo que puede llevar a cabo un proyecto como éste, apenas perfilado? Se habló al comienzo del interés por generar una gran renovación política, que luego del primer intento de la transversalidad, entre postergación y postergación, quedó desdibujada. Cuadros de los ’70, con vocación transformadora, agradecidos por contar con un lugar en la fase “arquitectónica” de la política (y no sólo en la “agonal”, la de la lucha por el poder --para tomar la distinción clásica-- a la que le habían ofrecido todo en sus vidas) fueron llamados para ocupar distintas posiciones en el gobierno. Cuadros de diversos partidos de izquierda y del radicalismo convergieron en el proyecto. También se sumaron contingentes de nuevas manifestaciones sociales, especialmente piqueteras, y finalmente cobró forma una alianza con la CGT, que si bien no es del todo estable, no tiene precedentes históricos de tanta cercanía entre los hijos de los ’70 y la central obrera. Pero no se trató de la constitución de un nuevo sujeto político identificado con el proyecto, sino de un agregado de individuos, grupos y organizaciones sin más articulación que la relación con el vértice del poder político. No se trata de un esquema orgánico sino radial.

Todo esto da como resultado un conjunto de relaciones entre la vieja y la nueva política: los desheredados de la tierra con Enrique Eskenazi y Lázaro Báez; los intentos de transversalidad y la mano estirada hacia los barones del conurbano; las nuevas referencias de la política con los intendentes y gobernadores que están con Kirchner y estuvieron con Duhalde y con Menem. Los amagos varios de actualizar el peronismo para hacer una alianza con otras expresiones políticas dieron lugar a un aglomerado inestable constituido por los poderes políticos de antaño y otras expresiones nuevas. No se trata de un juicio moral (y ojo que se equivocan quienes consideran que la moral y la política están divorciadas, y si no, que no se queden sólo con el “El príncipe” de Maquiavelo y que lean “La educación del príncipe cristiano” de Erasmo) sino que ocurre que la política se hace con lo que se tiene y se la enaltece con los resultados. Nadie puede esperar, teniendo el margen de poder que en nuestro país tiene un presidente, a constituir una fuerza política para empezar a gobernar. La ciudadanía no perdonaría jamás el vacío, como se ha visto ya en otras oportunidades: aquí y en cualquier lado se reclama conducción, sobre todo tratándose de una máquina tan compleja como es el Estado y de un arte tan intenso como es el de la política.

Pero si bien no se trata de hacer un juicio moral, es menester recordar que un proyecto nacional necesita de un sujeto político colectivo, masivo y articulado que lo imagine, lo discuta, lo recree, le dé forma operativa y le dé sustento de poder. La política es articulación de demandas e intereses, como plantea David Easton, pero hay intereses que no se dejan articular, que pretenden ser el todo y no la parte. Quitar privilegios y ventajas no es tarea de ángeles. La política es lucha por el poder y ojo, no se trata de un invento de la izquierda, sino que ya se planteó en la antigua Grecia –volvemos a la fase agonal-- y fue precisamente Maquiavelo el que casi redujo toda la política a lo agonal, a la lucha para alcanzar el poder o simplemente para mantenerlo. Es necesario el consenso mayoritario y estratégico (es decir, no el acuerdo de un día, no el acuerdo sobre ciertas medidas, sino el apoyo a todo un proceso) que permitirá darle perfiles claros a un modelo de Nación justa, con democracia sustancial, con crecimiento sostenido y con una inserción digna en el mundo. Y sólo la organización de un conjunto de fuerzas políticas, peronistas y aliadas, permitirá contar con la capacidad de sostener sin hesitaciones el cambio iniciado.

Es bueno recordarlo: Hoy no se trata sólo de sostener el gobierno de la Presidenta y asegurar un nuevo período, sino de avanzar en el cambio, de desarrollar arquitectónicamente –es decir, de manera sistémica– el conjunto de políticas públicas en el marco de un modelo nacional, lo cual –no lo dudemos– generará pesadas resistencias. Un gran modelo requiere un gran sujeto político y un gran sujeto genera un modelo de excelencia.

Aunque sin que se llegara a conformar el mentado sujeto político, Kirchner dio muestras, sin lugar a dudas, de una gran capacidad para dirigir la melodía, la armonía y el ritmo de su innovadora música (aunque reconozcámoslo, su armonía era algo ríspida y tenía mucho de música dodecafónica). Revirtió situaciones críticas como ninguno. Cual experimentado karateca, supo utilizar los golpes del adversario para generar fuerza propia. Pero sobre todo, la melodía y el ritmo. Elaboró el relato, emprendió la batalla cultural de la sociedad e instaló su norte: Hacia allá vamos argentinos, esto queremos hacer. Siempre con algún viento en contra, aclarando que no se ha venido a administrar el statu quo sino a cambiarlo. Por eso el ritmo fue tan importante, frenético, decisor, progresivo, contagioso y si se quiere, popularmente prepotente.

Pero hizo algo más. Lejos parecían estar las perspectivas de emergencia de un sujeto político portador del cambio, cuando Néstor Kirchner, en un acto paroxístico de su voluntad, provocó con su muerte un fenómeno abrumador: miles de jóvenes (y no tan jóvenes) aparecieron por la plaza y las calles, no sólo para despedirlo sino también para manifestar su apoyo al proyecto y al liderazgo de la Presidenta. En esa arena se encontraron, sin haberse dado cita previamente, aquéllos que se sienten constructores del futuro, peregrinos de la ruta jacobea, seguidores del norte señalado que buscan ser partícipes en la construcción cotidiana del modelo, articuladores del trabajo de la fábrica con el proyecto político, de la actividad del aula con la utopía, del trabajo de la tierra con la arquitectura de la Nación.

Se podrá plantear que igual podría haber ocurrido. Seguramente, como pasa con todos los fenómenos políticos en la historia, pero de lo que no cabe duda es que estas emergencias no se pueden producir sin la existencia de un catalizador de fuste, y vaya si Néstor lo fue. Se podrá decir que fue un fenómeno de coyuntura, pero lo cierto es que la deliberación se puso en marcha, los grupos se identificaron, se reconocieron y se comprometieron. Todos se asombraron de ser tantos y de coincidir tanto, aún en un marco de gran diversidad. Todos, o casi todos, se dieron cita para mañana.

La historia no se repite, las experiencias no se replican, las ideas no se trasponen y los proyectos no se copian. Se transfieren conocimientos, se reelaboran ideas y nuevos proyectos son movilizados por nuevos sujetos políticos. Tal vez estamos en las puertas de la constitución de una nueva orgánica, con peronistas y aliados, con creatividad y compromiso para pensar estratégicamente a la Nación y para darle forma y contenido al proceso transformador. Tal vez sigan floreciendo muchas organizaciones silvestres más y tal vez se multipliquen, como ocurrió en el pasado, los ámbitos colectivos de deliberación, de participación popular, de gestión asociada con el Estado, de definición de líneas estratégicas de gobierno, de toma de decisiones consensuadas. Tal vez proliferen las escuelas de cuadros, con militantes ávidos de conocer la realidad de nuestro país, de proponer soluciones políticas y de instaurar –otra vez—valores trascendentes. Tal vez todo esto se articule y la política deje de ser moneda de cambio y se transforme en fuente de compromiso. Tal vez deje de ser una aburrida actividad corporativa y sea una usina de alegría. Tal vez la melodía siga sonando y la voluntad crezca al ritmo de la multitud.

3 de febrero 2011

www.elortiba.org

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