martes, marzo 27, 2012

Todos somos invisibles

Este corto refleja las actividades realizadas por Los Invisibles durante el año 2011. Principalmente, la militancia en el barrio Padre Mugica - Villa 31 a través de actividades con los vecinos.



El resultado de nuestra lucha de base y la constante construcción de poder popular.

También sumamos la presencia en las calles, en marcha, jornadas de apoyo y otros espacios de participación.

Deseamos que este corto sirva de disparador para despertar conciencias, revolucionar corazones y sumarte a la lucha para conquistar una sociedad donde la libertad, igualdad y justicia sean una realidad de todos.

Todos somos Invisibles.

lunes, marzo 19, 2012

La compañera "Monina"

"Sos el último ser humano que voy a ver antes de morir y aunque vos no lo sepas sos un ser humano y para mí es importante"

Por Emiliano Alvarez

"Y lo repito una vez más: Hemos vivido para la alegría; por la alegría hemos ido al combate y por la alegría morimos: que la tristeza no sea unida nunca a nuestro nombre." (Julius Fucik, Reportaje al pie de la horca)



Graciela María de los Milagros Doldán, "Monina”, "Gringa"


Graciela nació en Santa Fe, el 19 de agosto de 1941. Conjugó su “sobriedad”, como en el vestir. Bleizer azul, pollera gris y mocasines, con la “intensidad” de su entusiasmo.

Fue una descubridora incansable de gentes y de paisajes. Sus veranos los pasaba viajando “a dedo”, como mochilera por la Argentina y los países limítrofes, adentrándose y compartiendo la vida y la cultura de otras regiones.

Estudió el secundario en el Colegio Nuestra Señora del Calvario.

Ingresó a la Facultad de Derecho de la U.C.S.F. en 1960 y se recibió en 1965.

Fue presidenta de la Acción Católica Universitaria (J.U.C.) de Santa Fe.

Trabajó en el primer centro de estudiantes de la facultad de Derecho. En ese marco colaboró con la primera revista editada por el centro.

Siendo ya abogada, época de la dictadura de Onganía, ejerció su profesión, principalmente en derecho laboral, defendiendo al sector obrero. Integraba la Asociación de Abogados de Santa Fe, dedicada a la defensa de los derechos humanos.

Trabajó, también, como abogada voluntaria en la CGT.

Integró, en Santa Fe, el grupo fundacional de lo que sería después Montoneros.

En febrero de 1971 debió irse de Santa Fe. Se instaló en los primeros tiempos en Buenos Aires y luego en la ciudad de Córdoba, junto a su pareja, José Sabino Navarro.

Finalizando el año 1971, Sabino Navarro fue muerto por el ejército.

"Monina" fue parte del grupo que mantenía desde tiempo atrás disidencias dentro de la organización Montoneros, que culminaron con la creación de la Columna José Sabino Navarro.

Frente a diversos procesos políticos que llevaron al desmembramiento de la columna, en 1975, Monina decide reingresar a Montoneros, continuando su militancia en Córdoba.

María Graciela fue detenida el 26/04/76 en su departamento ubicado frente al Hotel Dora, sito en la ciudad de Córdoba. Compartía la vivienda con Rosa Mauren Dory Kreiker, o Kreuker, llamada "Turquita", que también fue llevada a La Perla y trasladada al poco tiempo.

Fue torturada en el mismo departamento, donde se montó una "ratonera", esto quiere decir que un grupo de varios hombres permanecieron en el lugar durante toda la noche y parte del día siguiente, esperando que alguna persona llegara a la vivienda y así proceder a su secuestro. La patota no era otra que la 3ra. sección de Operaciones Especiales OP3, La Perla, o la Universidad, perteneciente al Destacamento de Inteligencia 141 "General Héctor A. Iribarren", dependiente del Comando del Tercer Cuerpo de Ejército, bajo las órdenes directas del General Luciano Benjamín Menéndez. Siendo posiblemente el jefe del operativo el Capitán Vergez.

Durante "la ratonera" llega un compañero a la casa y María Graciela logra avisarle a través del portero eléctrico su situación, posibilitando la huida del otro.

A María Graciela se la dejó viva durante 10 meses para que viera en la práctica la derrota de un proyecto. Había que mostrarla como "trofeo de guerra", por ser en si misma "una institución" y por ser la compañera de Sabino Navarro.

Al capitán Guillermo E. Barreiro, que en 1976 aún era teniente primero, "le gustaba" cada vez que entraba en la cuadra hablar con María Graciela, porque veía en ella al enemigo derrotado pero que guardaba una línea de conducta, que fue una constante durante todo el tiempo en que permaneció en La Perla.

Su línea de conducta significaba en la práctica: no dar información, no creer que los "oficiales jóvenes" iban a sacar el país del caos, ni tampoco pensar que esa derrota del campo popular iba a ser estratégica.

Para probar su línea de conducta, se emplearon todas las técnicas posibles para desgastarla, para quebrarla, para experimentar hasta donde llega la ideología en el ser humano. Es decir "cuál era el precio" que, según ellos, tenía todo militante, cuando se lo ponía frente a la elección de la vida o la muerte.

Es por esto que, durante bastante tiempo, se la aisló entre biombos, le hicieron ver "cientos" de traslados en los que ella no partía, vio morir en la cuadra, sintió el grito en la tortura, sufrió todos los procedimientos, los enfrentamientos fraguados.

Ella, a pesar de todo esto y vivir como una secuestrada, sin ninguna esperanza para su futuro y sin ningún contacto con su familia, en medio de la locura y la barbarie, intentó formar un grupo, cuyo fin era resistir la derrota, al embate del enemigo que era muy poderoso en ese momento. Este grupo fue detectado y la mayoría de sus miembros fueron trasladados.

Pude charlar con ella y profundizar nuestras discusiones desde diciembre de 1976 hasta el día de su traslado en febrero de 1977. Pensaba mucho en los cumpas que estaban vivos afuera, militando y que iban a ser secuestrados. Quería evitarlo desesperadamente.

Dijo "Las caídas no son aritméticas, son geométricas, en poco tiempo van a caer todos por la cita o contactos, hay que hacer algo."

Trató de convencer a los militares que la organización era mucho más fuerte de lo realmente existente, con la finalidad de "parar" el ciclo caída - tortura - delación - nueva caída. Discutió con la oficialidad del campo la imposibilidad de secuestrar a toda la organización para que intentaran otros métodos. Los milicos de La Perla le ofrecieron dar una conferencia de prensa. Ella pensaba aceptar pero no en los términos estrictos que pretendían los milicos. Pretendía intercalar entre sus dichos públicos que la "orga" debía dispersarse en esa etapa para que así se salvaran del inevitable secuestro y la muerte.

Nunca pensó en salvarse a si misma sino que era un intento de que afuera hubiera una reflexión y que se rompieran los contactos orgánicos, ya que desde su "lugar" en el campo veía día a día como seguían cayendo compañeros debido al ciclo conocido de la represión.

Intentó en su contrapropuesta a los milicos sobre la conferencia de prensa, incluir a cumpas del campo de concentración secuestrados muy jóvenes y aquellos que no tenían altos niveles de compromiso orgánico, como un modo de protegerlos.

Los milicos no aceptaron los términos y continuaron con su maquinaria mortal.

A pesar de estar excedida de peso, su contextura era frágil, de huesos pequeños. De piel muy blanca, rosada, con ojos celestes verdosos, grandes, su cabello era rubio claro que llevaba ondulado hasta los hombros.

Aproximadamente tendría 1,55 mts. de estatura. Hacía un gesto muy característico en ella con su mano derecha, levantando y moviendo los dedos con delicadeza, mientras torcía su mano.

Su carácter era enérgico, emprendedor, había sido muy delgada unos años antes.

Muchas veces hablamos de las posibilidades reales de vida que ella tenía. Siempre supuso que la iban a fusilar.

Por eso planteaba que el que saliera con vida, tenía que contar todo lo sucedido en el campo de concentración. En ese momento, no creía que pudiera ser yo, lo que pude contar hoy, lo vivido en La Perla.

Había 3 escalas de evaluación en el campo: blancos, grises y negros. Estos últimos no tenían ninguna posibilidad de vida. Previendo su destino final, le planteó a Barreiro que el día de su traslado, él estuviera presente.

Barreiro fue jefe de interrogadores en el año 1976.

De ideología fascista, sumamente vanidoso y autosuficiente, se sentía importante frente a sus camaradas y personal subalterno, al tener alguien de "calidad" detenido; por eso le gustaba hablar políticamente con María Graciela con la cual mantenía discusiones. Barreiro pensaba que "la elite sólo puede hablar con la elite".

"Parecía" que Barreiro respetaba a "la gorda". Los hechos fueron otros: El mencionado Teniente primero y el sargento primero Luis Manzanelli le hicieron sufrir dos veces un traslado fraguado: la llevaron a la oficina, la hicieron llegar hasta el camión y luego le dijeron que era mentira.

Al respecto María Graciela decía con ironía (refiriéndose al teniente primero Barreiro) "hay amores que matan", porque Barreiro siempre le decía que él la estimaba mucho, por su valor frente a la tortura, por su capacidad política, por su voluntad de vivir, pero...

Como decía el teniente primero González, refiriéndose a nosotros: "Ustedes, los prisioneros, son gente hermosa, muy capaces y muy valiosos, pero... esta es una guerra santa... y hay que destruirlos, porque ustedes son los agentes del mal..."

Corría el mes de febrero de 1977.

Este mes fue el más terrible para los prisioneros considerados "negros".

Es la época en que Menéndez pone en práctica el "pacto de sangre". Hasta fines de 1976, el personal de cuadros del Destacamento era llamado por el resto del arma "los oficiales asesinos". Por eso, a partir de 1977 se compromete a todo el personal del Tercer Cuerpo en la participación del "destino final" de los prisioneros.

Febrero fue la época de sacar tres personas por día a las cuatro de la tarde.

No era fraguado esta vez. Sabíamos el día en que íbamos a partir. Barreiro fue el que preparó maquiavélicamente esta forma de salir.

El día que la llevaron, intuyéndolo, no duerme la siesta tras el almuerzo magro, que solía realizar. Al preguntarle una compañera de porqué no se toma ese leve irse del infierno, en la siesta contestó "No, me vienen a buscar hoy y quiero aprovechar las últimas horas de vida que me quedan para pensar".

Además agregó "Compañera, te van a venir a ver después que me maten para regodearse en tu llanto, por favor no llores. No le des el gusto"

Al final ella salió en un grupo de tres... Posiblemente el 17 de febrero de 1977, pero no puedo asegurarlo. No sé con quien se fue.

María Graciela estaba muy serena y hermosa...

Pensaba que era "demasiado" el tiempo que había permanecido con esta "sobrevida".

Cuando se fue, hizo la V de la victoria en el centro de la cuadra.

Barreiro no estaba. No se atrevió a dar la cara, porque era un cobarde. Sólo servía para hacernos agonizar desde las sombras.

El capitán Jorge Exequiel Acosta lo reemplazó.

Ella le pidió a Acosta ser trasladada sin venda y sin las manos atadas. En el camión iba mirando el cielo y la naturaleza .

En el lugar que le había preparado, ella pidió un cigarrillo.

Quiso morir viendo el sol y el cielo. Al mayor que dirigió su fusilamiento lo despidió: le dio la mano, un abrazo y le dijo: «Sos el último ser humano que voy a ver antes de morir y aunque vos no lo sepas sos un ser humano y para mi es importante, porque me estoy despidiendo de la Humanidad".

Se comentó en la cuadra luego, que el mayor volvió llorando y no quiso participar nunca más de un fusilamiento clandestino.

La compañera "Monina" había ganado su ultima batalla.

http://elpatriotadecordoba.blogspot.com
http://www.elortiba.org/index.html

sábado, marzo 17, 2012

¿Valió la pena?

En ocasiones, cuando uno termina una tarea o un trabajo específico, se pregunta: ¿valió la pena? ¿Justificó el resultado los esfuerzos realizados? Hace años, Paco Urondo me dijo, refiriéndose a nuestra militancia en la izquierda peronista: “tiene que valer la pena”, y era en ese momento evidente que la frase involucraba ya no la posibilidad, sino la certeza de que pocos de nosotros lograríamos sobrevivir.

Tal vez resulte absurdo preguntarse lo mismo cuando se cumplen 200 años de la vida de un país. Pero ¿pensaría hoy Mariano Moreno que su sospechosa muerte en el mar fue un precio menor por los resultados posteriores?

Quizás hubiera dado French órdenes distintas a aquellos que integraban su grupo revolucionario y a los que proporcionaba las cintas de colores para que pudieran reconocerse entre la multitud de mayo.

Es posible que hubiera cambiado la historia el Virrey Cisneros si se negaba a seguir el consejo de instaurar el libre comercio, antecedente de nuestras relaciones comerciales con Gran Bretaña.

Estos doscientos años –de los cuales muy pocos pueden denominarse seriamente “argentinos”- deberían inducirnos a reflexionar sobre el tipo de Nación que hemos construido. ¿Cuántas veces hemos avanzado un pequeño paso para retroceder tambaleantes y confundidos hasta quedar muy atrás de la línea de inicio?
Y aunque sea un ejercicio vano, al reflexionar sobre estos doscientos años no podemos dejar de utilizar la imaginación, y con el diario no ya del lunes, sino del viernes siguiente, elegir hitos al azar y suponer qué hubiera sucedido si...

....No hubiéramos participado de la Guerra del Paraguay
....Rosas no hubiera perdido la batalla de Caseros
....Sarmiento no hubiera llegado a Presidente de la Nación
....El vicepresidente Julio a. Roca (h) no hubiera firmado con Inglaterra el Pacto Roca – Runciman
....Rawson, Ramírez y Farrell no hubieran hecho su revolución del 43
....Juan Perón no hubiera hecho la primaria en Buenos Aires y se hubiera quedado a vivir en Camarones, Chubut.
....en 1973 hubiera ganado Balbín
....Perón no hubiera muerto en el 74
....Sourrouille no hubiera sido Ministro de Economía de Alfonsín

Y cientos de otros puntos significativos de nuestra historia, lejana o reciente, que signaron nuestro actual destino histórico al día de hoy. Sin duda en nuestra sufrida patria, la mariposa y su sutil efecto han sido resueltamente desplazados por un guanaco febril y desbocado, que desde la época de los caudillos alterna saltos espasmódicos con escupitajos hediondos.

Los 200 años nos encuentran también en una Latinoamérica oscilante, tan fracturada ideológicamente como nuestra Argentina, avizorando caminos posibles que se bloquean o anulan mutuamente y abren sendos futuros irreconciliables.

No se entienda por esto que se propone negociar lo innegociable, o ceder con vergüenza las exigencias de libertad, independencia, justicia, equidad, solidaridad, que por fortuna hemos logrado sostener en el tiempo aunque fuera por necia y utópica terquedad.

Por el contrario, y para evitar que el tricentenario nos encuentre aún desunidos y dominados, sería interesante acelerar la utilización de las herramientas que la globalización –justamente criticada por sus resultados inequitativos- ha puesto en nuestras manos. El fortalecimiento real del UNASUR, la puesta en circulación de la moneda única sudamericana, el lanzamiento del postergado “Banco del Sur”, serían formas más efectivas de festejar este bicentenario que en rigor de verdad no es sólo argentino sino también sudamericano.

Pero quizás no sea justo terminar estas reflexiones con un sabor tan amargo, porque sería correr el riesgo de no ver las oportunidades cuando se presentan, como le pasara menos de un mes antes de la Revolución a Cornelio Saavedra, cuando les decía muy calmo a sus seguidores “Aún no es tiempo; dejen ustedes que las brevas maduren y entonces las comeremos”(1).

Existen algunos indicios –quizás no tan contundentes como nos gustaría- de que las brevas van madurando. Por supuesto que siempre están aquellos que prefieren inundar el suelo de agua esperando que las raíces de la higuera se pudran, pero la Argentina ha demostrado ser un árbol bastante resistente. Debemos concluir que pese a todo, y hasta hoy, valió la pena.


Enrique Gil Ibarra


(1)Crónica Histórica Argentina, Tomo I, pág 145. (1968) Ed. CODEX.

martes, marzo 13, 2012

“Mi abuela se murió esperando”

Por Alejandra Dandan

La hija de Rubén Santucho y Catalina Ginder relató cómo fue en 1976 el secuestro de sus padres, aún desaparecidos, y de su hermana Mónica, cuyos restos fueron identificados hace tres años. “El cuerpo está fusilado”, dijo Alejandra.

Alejandra Santucho sostiene una foto de su hermana Mónica, secuestrada cuando tenía 14 años. Fotografía: Gonzalo Mainoldi




Después de declarar, Alejandra Santucho se cruzó con uno de los jueces en la parte de atrás de la sala. Mientras daba su testimonio había sacado de su cartera una foto de su hermana. Quería que los jueces miraran la cara de Mónica, que le pusieran una imagen al nombre de esa víctima del terrorismo de Estado. Al final, antes de irse, intentó decir algo sobre lo importantes que eran los juicios, pero aclaró que la Justicia demoró 35 años en llegar, que en su lugar, allí ante el tribunal, debía haber estado su abuela, pero que ahora ya estaba muerta, como se mueren también muchos genocidas antes de ser acusados. Alejandra entonces dejó la sala, y fuera de escena, en un pasillo del teatro donde se hace el juicio por los crímenes cometidos en el Circuito Camps, el juez la detuvo: “Le pido perdón –le dijo– en nombre de la Justicia”.

“En el momento no le entendí, pero después entendí que me lo decía por los 35 años que habían tardado”, dice ella. “Yo no me acuerdo de todo y vos ves que en los juicios faltan los viejos que fueron los que se movieron en ese momento y ahora se murieron. Y hoy los que cuentan todo somos los descendientes, pero en nombre de algo que es una cosa irrecuperable. Por supuesto, eso no quita que el juicio es reparador, a mí me cerró parte de mi historia.”

Santucho declaró en La Plata por el secuestro de su hermana Mónica, a los 14 años. Alejandra presenció el operativo en diciembre de 1976, cuando sólo tenía 10 años. Vio, además, el bombardeo a la casa de sus padres. Rubén Santucho y Catalina Ginder militaron en la Jotapé a comienzos de los ’70, y para el ’76 estaban en Montoneros, escapados de Bahía Blanca e instalados en La Plata. Quienes siguen la historia de la devastación de Montoneros en la capital provincial en esos primeros meses de la represión atan la caída de los Santucho en la línea que comenzó poco antes del bombardeo a la imprenta de la casa de la calle 30, en noviembre de 1976, donde cayeron el hijo, la nuera y la nieta de Chicha Mariani. En una misma línea histórica, también asociada al mismo grado de violencia.

“Todo lo que relato del secuestro de Mónica es porque yo estaba ahí”, dice Alejandra. “Siempre digo lo mismo porque es difícil que pueda cambiarlo: es tal cual como me lo acuerdo todavía.”

Como una guerra

“Para diciembre (del ‘76), todos los días escuchábamos de compañeros de Bahía Blanca que habían caído, que faltaban, que los habían agarrado. Pese a mi edad, yo estaba muy metida en el medio: sabía quiénes venían y el último mes, lo recuerdo muy caótico, de cortarse los contactos; que dijeran ‘cayó fulano’, que no encuentran a aquel. Veía a mi vieja llorar por compañeros entrañables. Incluso creo recordar que nos traían hasta para comer porque ¿dónde iba a conseguir trabajo mi viejo? Ese último tiempo en la casa no había grandes movimientos, todo estaba muy poco operativo, como una hecatombe, aislados: me acuerdo que era algo así como estar sentados esperando que ellos vinieran.”

El 3 de diciembre a la hora de la siesta hacía calor. “Yo nunca quería dormir la siesta y me iba a jugar. En casa, mi papá seguro que estaba durmiendo y yo estaba con una amiga, sentada en la vereda de tierra de la casa de enfrente. De golpe, pero muy de golpe, tipo película, escucho que empiezan a gritar: ¡efectivos, efectivos! Y ruidos, helicóptero, y nos gritan: ‘¡métanse adentro!’. Y veo a la madre de mi vecina que nos agarra del brazo y nos mete adentro.”

“No sé si en ese momento, pero mi mamá dice: ‘¡No tiren! ¡No tiren que hay chicos!’ Yo sé que mi mamá grita, que no tiren, que hay chicos, no sé si fue ahí o después. Y después, veo que dan una orden y salen mis hermanos. Mónica con Juan Manuel de la mano, y llevan en brazos al bebé de la pareja que vivía con nosotros, que en ese momento no estaba. Salen los tres de la casa. A Mónica le sacan a los dos chicos y a ella la secuestran. Mi papá y mi mamá quedan adentro. Cierran todo y ahí comienza la balacera impresionante”.

Sólo años después supo que todo duró una media hora, porque en ese momento le pareció algo eterno, eso que vuelve a decir que era impresionante o que parecía una guerra.

“Cuando termina todo, salgo a la vereda, veo el despliegue de camiones, que sacaban cosas de adentro de mi casa, subían cosas envueltas con unas cobijas. Y yo distingo las cobijas que eran de mi casa y más tarde hago la relación: esos podían ser los cuerpos de mis padres”.

–¿Te acercaste?

–Imposible –dice–. Ellos a mí no me habían registrado. Después, los vecinos nos dejan a Juan y a mí en una casa de la esquina. Creo que a los vecinos no les debía gustar nada la idea, me miraban con una cara de lástima tremenda, pero temblaban y tenían un miedo bárbaro. Al bebé lo viene a buscar de repente el abuelo, que era un comisario. No bien paró el tiroteo, salgo de la casa de mi amiga, veo el auto y veo que le dan el bebé a su abuelo y se lo lleva.

A la noche, ese mismo viernes, golpearon la puerta de la casa en la que estaban. Eran del Ejército. “Yo escuchaba que la mujer les decía: ‘Uy’, y miraba a Juan y decía que era muy chiquito. Y en una de esas la escucho preguntar bien fuerte: ‘¿Y la hermanita, señor?’ ‘Quédese tranquila –le dijo el hombre–: la hermanita está bien, la llevamos para interrogar’. Yo paré la oreja y todavía escucho esa frase que tengo grabada”.

El sábado mandaron a una supuesta asistente social. Les dijo a los vecinos que quería hablar a solas con Alejandra. Salieron al patio, puso dos sillas y comenzó un interrogatorio. Alejandra está convencida de que esa mujer la miró con cara de odio.

“Como mi familia estaba perseguida, yo decía que me llamaba de otra manera, que éramos de Olavarría y eran mentiras en la mente de una niña de diez años que no podía captar que seguramente, en ese momento –dice–, pobrecita mi hermana ya habría dicho quiénes éramos y de dónde veníamos, creo que por eso esa mujer me miraba así, porque debía saberlo.”

Antes de irse, la mujer le dijo que se quedaran tranquilos porque el lunes iban a ir a buscarlos para llevarlos con su madre. A Alejandra, que ya había entendido que esas cosas envueltas en frazadas que sacaron de su casa podían ser los cuerpos de sus padres, aquello le hizo “ruido”. No le creyó.

En carro de basura


Ni ella ni su hermano podían salir de la casa. Los vecinos habían recibido una orden del Ejército. Pero ese sábado, poco después, apareció uno de los heladeros del barrio en el alambrado. Era un muchacho de 18 o 19 años, compañero de sus padres y Alejandra no sabía si de verdad era heladero o andaba disfrazado.

“Me acuerdo que esa tarde él se acercó y me preguntó si había vigilancia en la casa. Le dije que no y le dije que el lunes nos iban a venir a buscar. Así que el domingo a la noche volvió con dos muchachos”, cuenta. “Golpearon la puerta, dijeron que eran del Ejército y ¡pobrecitos los vecinos que se pegaron un susto tremendo! Yo los reconocí, así que me levanté al toque, me ayudaron a vestirme y nos fuimos camuflados en un carro de basura. Fuimos a parar a una villa, me acuerdo que cruzamos el arroyo Los Gatos. Y ahí estuve no sé si días o uno o dos meses, sólo sé que los compañeros me trataron maravillosamente.”

Alejandra no sabe aún cuál es la villa, ni volvió, tampoco volvió al antiguo barrio. “Todavía no son cosas fáciles de hacer. El bombardeo dejó la casa con el ladrillo a la vista, sin una gota de revoque, le volaron el frente directamente.”

Después de esos días o meses, ella y su hermano se fueron a la casa de unos tíos a Ezeiza y luego a Bahía Blanca, con su abuela, que siempre creyó que Mónica seguía con vida. Primero esperaban que cumpliera 18 años, convencidos de que podía estar en un instituto de menores, y entonces quedaría en libertad. Después esperaron el comienzo de la democracia. Cuando no llegó, siguieron esperando.

“Mi abuela se murió esperando, estaba segura de que un día iban a tocar el timbre de casa y me decía: ‘Vas a ver que van a venir los tres’. Es muy común en las abuelas esto de la negación, que no pueden creer que estén muertos y es parte de la perversidad de no tener los cuerpos: ellas no lo podían digerir así nomás.”

Se cree que a Mónica se la llevaron como una especie de trofeo, después de haber estallado la casa. Se sabe que pasó por los centros clandestinos de detención de Arana y la Comisaría V. Los sobrevivientes contaron que tuvo un episodio de apendicitis y que cuando las detenidas llamaron a un médico la atendió un peluquero. Cuando Alejandra terminó su declaración, una sobreviviente se acercó a ella para darle el nombre del peluquero, le dijo además que aún está vivo y sigue en libertad.

Del centro clandestino se supone que a Mónica se la llevaron el 23 de enero de 1977, porque fueron a la celda y le dijeron: “Agarrá las cosas que te vas a ver a tu abuela”. El Equipo Argentino de Antropología Forense identificó sus restos en 2009. “Quiero destacar que el cuerpo está fusilado”, dijo Alejandra. “Los huesitos están quebrados, cuando el EAAF me lo dio, nosotros pedimos verlo: estaba entero, no faltaba nada, pero me llamó la atención que tenía los dos brazos y las costillas como encimados. Me dijeron que fueron aparentemente disparos a corta distancia: una ráfaga de disparos a muy corta distancia. Entonces entendí que después de ese relato de que se iba, a la piba parecen fusilarla, entonces ya está, me dije cuando lo supe, el círculo cierra, no tenés mucho más.”

En cambio, los padres, Rubén y Catalina, siguen desaparecidos. Juan tiene tres hijos. Alejandra, una hija y milita en HIJOS de Bahía Blanca. El heladero, al final era heladero de profesión, y le decían el “El Colo”: Alejandra se lo encontró por primera vez el lunes pasado, después del juicio. El le contó que aquel día del ataque a la casa, a la hora de la siesta, iba a llevar a Mónica a vender helados. Que Mónica dijo que sí, pero no fue porque tenía la bicicleta pinchada. En la puerta de la sala también escuchó a alguien que se le presentó y le dijo: “Yo soy aquel bebé”: el niño que su hermana Mónica sacó en brazos de la casa. Y conoció, aunque lo había visto a los diez años, a otro de los compañeros de sus padres que la rescató de aquella casa. Había también otro compañero, pero está desaparecido.