martes, julio 27, 2010

Ella

viernes, julio 02, 2010

Me gustaba tu voz


por Horacio Sacco

El Perón que yo quiero no es El General, ni el Primer Trabajador, ni el Tres Veces Presidente.

El Perón que yo quiero se llama Juan Domingo, como seguramente lo llamaba Evita. Pícaro y astuto, alegre y jodón.

Dos veces lo ví de cerca, nada más. Una vez en Gaspar Campos asomado a la ventana, con aire de recién levantado y esa eterna sonrisa compradora, y ese estar como pez en el agua en el vértice de un quilombo de gritos y de bombos que sonaban para él. Que pedían por él. Era tan grande la alegría que podía tocarse. "Qué suerte tenemos los peronistas, cualquier cosa rima con Perón -dijo un compañero de la JUP en medio de la multitud- conducción, paredón, revolución, corazón..."

Mirá qué boludez, me digo ahora. Pero entonces las simples boludeces parecían cosas importantes, por ejemplo que un universitario de Letras dijera qué suerte que Perón rima con revolución. Es que uno estaba cerquita de Perón y se permitía ser un poco niño, un poco inocente, un poco boludo.

Uno se permitía soñar, porque él, a quien tanto habíamos esperado, él ahora estaba ahí, ahí. Podíamos verlo, olerlo, sentirlo. Y sobre todo amarlo. Perón era, como debe ser, puro sentimiento, y aunque rimaba con todo lo que terminara en on nunca se nos ocurrió rimarlo con razón. Con Perón uno dejaba de ser razonable. Perón era, rimadito, solo corazón.

Pero lástima, después ahí, en Gaspar Campos, se asomó el brujo y se lo llevó para adentro. Perón hizo el gesto del tano verdulero, encorvándose un poco, juntando la yema de los dedos y moviendo las manos de atrás para adelante, como diciendo ¿ahora que estaba tan lindo me tengo que ir?

Qué lástima Juan Domingo que te llevó el brujo y nos privó de vos, qué lástima.

La otra vez que lo ví fue detrás de un vidrio blindado en la Plaza de Mayo. Me pareció que estaba triste. No sé, o tal vez el triste era yo. Qué se yo. Pero había tristeza. Demasiada tristeza hubo ese día.

Después nunca más lo ví tan de cerca, siempre de lejos, en la tele, en el cine o en el diario.

Qué distinto es todo ahora que no estás, Juan Domingo. No sabés, tendríamos tantas cosas para hablar. Para decirte tenías razón en estas cosas, para discutirte otras, pero sobre todo para escucharte hablar de táctica y estrategia y todo eso que te gustaba tanto, solo para escucharte hablar, jodón, rápido, astuto. Porque la verdad me importan tres carajos las tácticas y las estratregias, solo quisiera tenerte enfrente para oír tu voz, esa voz paternal y segura que llevo tan adentro y que tanto deslumbra y reverbera que cualquier otra cosa del universo parece baladí.

Si vieras Juan Domingo como cambiaron las cosas. No te aflijás, ya no queremos hacer ninguna revolución, nos conformamos con una razonable gestión. Ya no deseamos construir el Hombre Nuevo, nos alcanza el sujeto social con necesidades básicas satisfechas. Ya no queremos la patria socialista, qué vá, solo pretendemos llegar, si nos dejan y se puede, al fifty-fifty que vos lograste en cinco años. Imaginate como cambiaron los tiempos, Juan Domingo, antes el enemigo eran la oligarquía y el imperialismo, ahora es un diario.

Ya no somos apresurados ni tampoco juramos dar la vida por Perón, ni por nadie. Ahora todo es un poco más seguro y tranquilo, prima el sentido de realidad sobre el desborde de la magia. Si lo vieras Juan Domingo, qué triste, gris y mediocre parece ahora la realidad. Las cosas importantes ahora parecen simples boludeces.

Me gustaba la magia que brotaba de tus palabras. Una magia donde Todo era posible y realizable. Será por eso que me gustaba tu voz.

Horacio Sacco

1º de julio de 2010