lunes, marzo 30, 2009

Predicciones


La descubrimos. Por las tardes, Lilita se gana sus buenos morlacos en Parque Centenario, adivinando el futuro, tirando las cartas y mandando fruta a todo el que acepte pagarle para escucharla decir huevadas.
Nuestra autóctona pitonisa, coqueta y siempre a la moda, hasta le aceptó una cervecita al investigador del blog.

Aquí sus predicciones más recientes:


• No va a haber elecciones.
• El país va a estallar.
• Voy a ser presidente (pero con “e”).
• Néstor va a ir preso.
• Cristina va a ir presa.
• Algún Fernández va a ir preso.
• Cobos va a ser vicepresidente mío.
• Graciela Michetti no se va a presentar.
• La Coalición Cívica llegó para quedarse.
• Esa epísteme está frita.
• Si no gano, me retiro de la política.
• Si gano, ni yo lo voy a poder creer.


(Si gana, nosotros tampoco)

viernes, marzo 27, 2009

Parte de Guerra

El día 25 de marzo de 2009, a las 20.25 hs el Comando Tecnológico Armando Bo de la JP Descamisados procedió a interferir la señal emanada por el Satelite INTELSAT a través del cual transmiten su señal Canal 13, TN (Todo Negativo) y Radio Mitre, todas empresas pertencientes al Gorilopolio CLARIN.-



La acción fue desarrollada por las TEI (Tropas Especiales de Interferencia) mediante la colocación de un artefacto (de fabricación en la Telescuela Técnica Montonera) conformado por una budinera y una percha, que orientadas con las coordenadas que nos legara el General Perón, lograron interferir la señal del Grupo Económico.-

Unas horas antes, los cipayos del gorilopolio CLARIN, comenzaban a transmitir el infame rostro de la mentira, representado en la persona de Sergio Lapegüe, minúsculo personero de la desinformación popular, hijo del General Lapegüe, ladero de Bussi en Tucuman.

Una vez más el Ejército Descamisado demuestra que no hay barco, avión, lancha, cama, pared o satélite donde los enemigos del pueblo puedan esconderse.

Como nos enseñara el compañero y cantautor Bombita Rodríguez, no hay lugar, siquiera en el espacio sideral, donde las fuerzas del odio y la mentira puedan sentirse seguras.
Su debilidad la muestra esta operación.
Por cada infame mentira del enemigo, Cinco interferencias habremos de provocarle.-

Que Dios, Nuestro Señor, se apiade de su Señal.



¡PERÓN O MUERTE!

¡VIVA LA PATRIA!

LOS SATELITES SON DE PERON

JP DESCAMISADOS



Fuente: Nac&Pop

martes, marzo 17, 2009

La Marcha de la Muerte

Mañana (miércoles 18) se realizará en Buenos Aires una marcha que confluirá en la Plaza de Mayo. Los manifestantes exigirán al gobierno “más seguridad” y “más justicia”.
Sin embargo, todos los que queremos saberlo comprendemos que este reclamo es “pour la galerie”. La convocante es Constanza Guglielmi, ex asesora de Blumberg y conocida reivindicadora de la dictadura militar. No es relevante que sea hija del general Alejandro Guglielmi, acusado por su participación durante la dictadura en el centro de detención clandestino conocido como “El Campito”, porque los hijos no tienen por qué cargar con las acciones de sus padres. Claro, a menos que las compartan.
Lo que verdaderamente se reclamará mañana es la pena de muerte. Y de paso, reinstalar en la sociedad el concepto de que “con los militares estábamos mejor”.
Pavada de objetivo.

Como mencioné en una nota reciente (Tu quoque, Bruto), las estadísticas demuestran que esta mentada inseguridad, si bien existe, no es el Apocalipsis que toda la oposición (incluyo a Cobos, Carrió, Macri, De Narváez, Stolbizer, Solá y etcéteras menores), ayudados por la tilinguería televisiva y mediática intenta hacernos creer, sino una realidad muy preocupante pero aún controlable.

Qué dicen las cifras

Para evitar suspicacias, no utilizaremos las estadísticas argentinas, sino las de la ONU. De esta manera, anularemos la previsible objeción de que los maquiavélicos Kirchner las trucharon para engañarnos a todos. (Claro que siempre habrá algún conspirativo que insista en que la ONU forma parte de un plan sinárquico internacional pergeñado específicamente para cagarnos la vida a los argentinos y que también está a sueldo del progresismo judeo-masónico. En fin).

Estas son las cifras de homicidios intencionales en Sud América, con base 1/100.000 habitantes:

Promedios Mínimo Máximo



Como vemos, la Argentina se ubica en uno de los lugares con menor tasa promedio de muertes intencionales entre los países sudamericanos, con un coeficiente de 5,4/100.000 habitantes, lo que representa aproximadamente 2.100 muertes por año.
Son demasiadas, por supuesto. Una muerte es demasiado y nadie puede discutir esto. Pero están sin duda muy lejos de las cifras de otros países, inclusive desarrollados. Sin ir más lejos, la meca-paraíso de muchos de los que protestarán mañana, los Estados Unidos de Norteamérica, tiene un coeficiente promedio superior al nuestro: 5,7/100.000.
Desde luego sería mucho mejor acercarnos a las estadísticas españolas (1,3/100.000 hab.) o italianas (1,1/100.000 hab.). Pero por ahora eso es un simple sueño.

“El que mata debe morir”

Decir esto parece fácil. Hasta podríamos aceptar que parece justo. El argumento común de todos los que plantean algo similar es que “no somos responsables de lo que pasa”, “no tenemos la culpa” y “no se puede seguir justificando al que mata diciendo que es pobre y que tuvo una mala infancia”. Es cierto que los individuos, como tales, no tienen “la culpa”. Es cierto que la justificación ante una muerte no es posible. Pero no es cierto que, como sociedad, no seamos “responsables” de lo que ocurre. Todos lo somos. Los ricos, los más o menos y los pobres. Por indiferencia, negligencia, necedad y omisión. Imagino -a esta altura de la nota- escuchar las protestas indignadas: “yo no soy responsable de nada, yo me gané la plata trabajando y rompiéndome el culo honestamente”.
Si, está bien, eso posiblemente sea cierto.
Pero el quid no está en la cantidad de plata que uno tenga, o cómo la ganó, sino en la actitud: "Cuando voy en mi auto importado no me gusta bajar el vidrio polarizado y ver tanta miseria por las calles en Argentina", dijo en el 2007 Moria Casán, que tiene mucho dinero y se lo ganó honestamente trabajando de vedette. La misma actitud que tal vez un empleado de cuarta adopta con un cartonero: “y ese negro de mierda ¿porqué no va a trabajar?”.
Lo que no se comprende es que una sociedad existe como comunidad viable porque acepta un “pacto de convivencia tácito”. La sociedad (todos nosotros) subsidia con los impuestos educación y salud, y proporciona los medios como mínimo suficientes para que el individuo (todos nosotros) se provea de trabajo, alimentación, vestido, etc. A muy grandes rasgos, así funciona el capitalismo, nos guste o no.

Una sociedad sin pactos

El tema es que en los 80, la globalización hizo estallar esos "pactos de convivencia". Eso generó, como todos podemos recordar, una híper exclusión que añadió a las clases sociales una división horizontal entre "incluidos" y "excluidos". Hasta ese momento, existía cuando menos un "concepto de posibilidad" en el trabajador no especializado; una esperanza (aunque fuera pequeña) de mejora posible. A partir de allí eso se eliminó. Los hijos del que quedó afuera nacieron y crecieron "sabiendo" que nunca podrían volver a ingresar. Para esos hijos, que hoy tienen entre 20 y 30 años, no hay pactos ni acuerdos de convivencia, ni siquiera mínimos. Para ellos, la sociedad es un abismo extraño y sus miembros, los que están “adentro”, son como otra especie, otra raza. Esos hijos de la exclusión son indiferentes al mero concepto social. En el mejor de los casos, no te registran; en el peor, sos un enemigo irreconciliable.
En ese marco de quiebre, todo aquel que no es “muy pobre" está del otro lado. Si tiene algo, lo que sea, puede ser robado, o asesinado, porque "tiene lo que yo no tengo". No hay aquí consideraciones éticas, porque no puede tener ética social (comunitaria) aquel que no reconoce lo social como un valor. Entonces, nos encontramos con una realidad que nos golpea: ahora muchos jóvenes que matan, matan porque no les preocupa morir, ni vivir. Morir, para ellos, es un incidente, un acontecimiento menor y muy probable, al que se han acostumbrado desde pequeños.
Se me dirá: “Bueno, si es así, entonces démosles el gusto y solucionado el problema”.
Pero no es así. Porque la enfermedad, ese “extrañamiento” social no radica en los individuos que matáramos hoy, sino en los que siguen creciendo y naciendo todos los días en el mismo marco incontinente.
Si la sociedad argentina no reconstruye los pactos, el problema no tiene solución y por supuesto continuará agravándose.

Comprender no es justificar

La reacción de las clases media y alta -y hasta de buena parte de los sectores trabajadores más humildes- cuando se intenta explicar el porqué algunos de estos “hijos de la miseria” se comportan de esta manera, consiste básicamente en una explosión indignada: “¡No vas a justificar a esos asesinos hijos de puta!”
No, por supuesto. Lo que considero necesario es comprender, aunque no justifique. Porque si no comprendemos, no podemos buscar soluciones; sin soluciones, el miedo nos domina hasta la necedad y surge la frase irredimible “roban y matan porque son vagos y asesinos, hay que matarlos a todos”.
Para comprender, hay que sacudirse también el clásico ejemplo personal: “mirá, mi vieja también se quedó sola y sin plata cuando éramos chicos, pero ella salió a laburar y nosotros no somos chorros ni asesinos”.
Sin cuestionar la potencial verdad de esa afirmación, podríamos argumentar que la posición social, económica y cultural desde la que se parte da ventajas, y también las quita.
Para no retrotraernos a las estadísticas de los 80, utilicemos las del año pasado. En el primer semestre del 2008, había en la Argentina, según el INDEC (para que nadie diga que las cifras están aumentadas) un 11,9 % de hogares bajo la línea de pobreza. Esto representa más de 7.000.000 de habitantes. Pero no hablemos de pobreza, sino de indigencia: 3,8% de hogares, 5,1% de personas. Nada menos que 2.000.000 de habitantes* sin acceso a necesidades básicas como el alimento, el vestido o la vivienda. De ellos, el 14,3% (286.000) son menores que nacieron en esa condición. ¿Podemos asombrarnos que –supongamos- un 10% (28.000 menores) pudieran elegir robar? ¿Y si suponemos que un 1% (2.800) se decidiera a matar? Pues tal vez sea coincidencia, pero en el 2005 la cantidad de homicidios fue de 2.115 en todo el país y los menores no cometieron ni la mitad (sin embargo, también se pretende bajar la edad de imputabilidad).
Es decir que, cuando criminalizamos la pobreza, estamos hablando de considerar sospechosos a 7.000.000 de compatriotas por ese 0,03% que realmente consumó un homicidio.

Patear la pelota afuera

Exigir la pena de muerte no es otra cosa que patear la pelota afuera. Es pedirle al Estado (a “otro”) que oficie como verdugo mientras nos permite mantener limpias nuestras manos. Podría sugerir una ley que plantee la pena de muerte si (y sólo si) luego de una condena firme, ésta es ejecutada por las propias manos del damnificado directo o su familiar más próximo. Y lo sugeriría tranquilo, porque estoy convencido de que el 99% de los que gritarán mañana en la Plaza retrocederían horrorizados ante esa posibilidad.
No es función del Estado matar a los ciudadanos. Ninguna enfermedad se cura matando al enfermo, y la criminalidad no es otra cosa que una enfermedad social que compartimos todos pero se manifiesta en los individuos más vulnerables, sea ésta una vulnerabilidad económica, cultural o psicológica.
Si no fuera así, que alguien más inteligente me explique porqué nuestro promedio de accidentes de tránsito alcanza desde hace una década las 7.500 muertes anuales (3,4 veces la cantidad anual de homicidios), sin que se convoquen marchas contra esa inseguridad, ocasionada por automovilistas no delincuentes pero que evidentemente causa muchas más víctimas. ¿Será porque buena parte de la clase media tiene automóvil?

Esta es una marcha de la muerte porque ninguno de los que participará se pregunta hasta que punto su propia indiferencia, su aceptación tácita o explícita del “sálvese quien pueda” que se instauró hace décadas en nuestro país, ha colaborado en producir esta situación. Para el argentino promedio, la culpa es siempre del “otro”. Y ninguno de ellos está dispuesto tampoco a admitir que una redistribución de la riqueza es la única fórmula viable para comenzar a solucionarla hacia el futuro, unida a la resocialización efectiva en el presente.
Su propuesta superadora, como la de la dictadura, es matar al que les molesta. Y no es casualidad. Así como para Dorian Gray la visión de su imagen en el cuadro era insoportable, todos ellos, con el rabillo del ojo, visualizan un espejo oscuro, personal y miserable que podría mostrarles su deformidad si se atrevieran a mirarlo de frente.

Enrique Gil Ibarra


* Tomamos una base total país de 40 millones para no exagerar, y redondeamos las cifras, siempre en contra de nuestra tesis.

jueves, marzo 12, 2009

Tu quoque, Bruto…

“Un espanto, mire, vea. ¿Le parece que es posible que yo, que soy honesto y me gané la plata trabajando tenga que vivir encerrado en mi country, blindar mi 4x4 y mandar a mis hijos al colegio en el Mercedes con chofer y custodia?”
“¿Le parece justo que después de veinte años de entregarle mi vida al entretenimiento de la gente, de jugarme entero en la televisión, de construir mi empresa ladrillo sobre ladrillo, de darle trabajo a la gente, no pueda disfrutar en paz mi dinero bien habido?”
“¿Usted cree que nos merecemos esto? ¿Porqué nadie hace nada para protegernos, para cuidarnos?”

Póngale la firma que quiera. No es preocupante, a decir verdad, que los “famosos” –tanto imbéciles como lúcidos- atiborren las pantallas protagonizando brotes paranoides y exigiendo mano dura. Porque después de todo, son famosos. Forman parte de la caterva de supuestos inocentes mediáticos que afirman no meterse en política pero desde hace décadas vienen sustentando este capitalismo salvaje, desigual y deshonesto con su silencio, con su tergiversación, con su ocultamiento cómplice o con el aprovechamiento descarado de prebendas y sinecuras.

Marcelo, Mirta, Moria o Susana, se’gual. Para ellos, la inmoralidad de la miseria se ha convertido en una costumbre tan arraigada –y tan necesaria- que la consideran decencia.
Los billetes apilados en las cajas de seguridad han conseguido generar en sus neuronas un vallado protector e infranqueable, que les impide –a Dios dan gracias- relacionar algunos cientos de countrys, miles de 4x4’s y Mercedes con custodia, colegios privados y empresas construidas a fuerza de decretazos benefactores, con hambrunas, desocupación, analfabetismo, drogas duras y violencia mamada desde el biberón escaso y mugriento.
Por supuesto que ellos no son culpables. Sólo co-rresponsables. Por omisión o desidia, eligieron aceptar un mundo injusto y terrible y obtener de él el mejor provecho posible. Triunfaron en ese mundo, y no es su culpa si estar entre los pocos que ganan implica desentenderse de los muchos que pierden. Como diría Mirta, “cuando te ven mal, te maltratan” y nadie quiere ser maltratado. Ellos supieron evitarlo.
Pero insisto: no son ellos los que me preocupan, sino los otros. Los miles de gansos aquiescentes que el 18 próximo estarán en la Plaza, tratando de sacarse la foto con semejantes ídolos. Los que se ufanarán luego en La Paternal o en Flores, contándole a los chochamus del bar de la esquina que estuvieron con Tinelli pidiendo la pena de muerte.

Me asusta mi suegra, maestra de toda la vida, o mi cuñado, ingeniero electrónico, que no van a la Plaza pero lo miran por TV, y sin duda se sentirán solidarios con tantos miles de acorralados y aterrorizados ciudadanos.
Me estremecen aquellos cientos de miles de opinantes irreflexivos que no tendrán nunca nada de valor para ser robado, pero que se identifican ciegamente con un reclamo hipócrita y falsario que exige la muerte para defender la propiedad. No comprenden que su aprobación maquinal no sólo los hace menos dignos como individuos, sino que ayuda a justificar la riqueza indefendible y ofensiva, el insulto exhibicionista en un país donde poseer una casa modesta, un auto usado, un trabajo pasable, parece un logro inalcanzable para el 50 por ciento de sus compatriotas.
Todos ellos le exigen al Estado que mate. Ninguno de ellos se animaría a matar. ¿Qué podría criticar este cronista de un padre -herido por la pérdida- que decide eliminar por propia mano al asesino de su hijo? Pero ¿qué tiene que ver ese padre con otro que sale a pedir llorando por televisión que alguien haga lo que él no se atreve a hacer?

Aunque las estadísticas afirmen que la Argentina es uno de los países más seguros de América. Aunque desmientan de forma categórica que la violencia no es un “atributo natural” de la pobreza, sino resultante de una moral social distorsionada y enferma y, como tal, afecta a todos en distintas formas (1). Aunque se les asegure que la mano dura nunca ha solucionado nada en ningún país del mundo. Ellos seguirán negándose a entender que su misma condición de “bienpensantes” es la que los convierte en víctimas potenciales.
Porque es esa indiferencia, ese pecado de omisión, esa mirada neutra y vacía que mantienen ante la desgracia ajena, la que los hace enemigos, odiados, los trasmuta en rubios, altos y de ojos celestes, aunque sean hijos de un cetrino peón siciliano o un carretero de Castilla cortón y morrudo.

Ellos, los que no son famosos, van a Plaza de Mayo sin poder creer que la injusticia está de su lado. No son ricos, y piensan que eso los absuelve. Lo triste, lo verdaderamente preocupante, es que no pueden reconocer que, para la otra miserable mitad de la población, su verdadero pecado –mortal- es no ser pobres.

Enrique Gil Ibarra




(1) No es moralmente diferente la violencia del chorro pobre que mata en medio de un robo, que la de un joven de clase media que atropella a alguien circulando a 180 kilómetros por hora.