jueves, febrero 26, 2009

Negacionismo y dictadura


El conflicto en Gaza y la posición del Estado de Israel con su respuesta “desproporcionada y feroz” –según declaraciones oficiales israelíes- a los misiles palestinos, han logrado que en los últimos meses resurgiera en algunos acotados ámbitos un elemental antisemitismo inconsciente que tiene a identificar negativamente “Gobierno israelí” con “raza judía”. Teniendo claro que esta clasificación es básicamente incorrecta, no es el objetivo de este escrito pontificar sobre la diferencia –obvia- entre “raza” y “religión”, ni cómo ese antisemitismo en ocasiones se disfraza de “antisionismo”, actitud esta última que definitivamente comparto, a diferencia de la primera.

Sin embargo, es interesante observar como este aparente “antisionismo” redivivo ha posibilitado el rebrote del discurso “negacionista” del holocausto judío. Personas racionales, inteligentes, que algunos meses atrás ni siquiera se hubieran planteado el debate porque aceptaban como verdad histórica el genocidio nazi, han variado su pensamiento no por razones explícitas y lógicas sino –es mi impresión- por un oscuro sentimiento de revancha: “si hacen esto ahora, quizás se merecían lo que les pasó”; o bien por imprecisiones estadísticas: “parece que no fueron seis millones los asesinados”; o consideraciones técnicas: “lo de las cámaras de gas es falso”; o suposiciones conspirativas: “es una mentira cuyo objetivo es encubrir el dominio del mundo”.

Todos estos argumentos, recubiertos de una muy respetable pátina de “investigaciones históricas” y apellidos de científicos supuestamente serios, han recobrado una validez inusual y, paradojalmente, irracional y absurda.
Rebatirlos es simple y redundante:

• Nadie “merece” nada retroactivamente ya que, por mal que se porte “hoy”, no podría haber sido castigado “ayer”, a no ser que se argumente una presciente punición divina.

• Si fueron seis millones o cuatro, el concepto de genocidio no varía un ápice.

• Si fueron asesinados en cámaras de gas, por hambre, por frío, fusilados o ahorcados, da exactamente lo mismo y el hecho moral es idéntico.

• Por último, en el tipo de mundo en que vivimos, todo país o pueblo sueña con su preponderancia a nivel mundial, y de hecho un país la ejerce desde hace décadas con mano de hierro. Las teorías conspirativas tienden a considerar lo que es obvio en un mundo desquiciado como un plan maquiavélico y secreto, condición que posibilita la “revelación” consecuente.

Pero otra coincidencia es la que –en Argentina- me llama la atención.
Muchos de los más ansiosos negacionistas argentinos son también aquellos que, de un modo u otro, tienden a justificar los crímenes de la dictadura de 1976. Por supuesto, no se animan –excepto algunos locos- a alabar a Videla, pero si a proponer “revisar lo actuado dentro de un contexto histórico”. Esto no es malo, si no fuera porque parten de la posición de descreer de una supuesta “mentira marxista y subversiva”.

Casualmente, surgen similares argumentos: “la guerrilla empezó con la violencia, se lo buscaron”; “no fueron 30.000 los desaparecidos sino muchos menos”; “no hubo torturas como las que se cuentan y además los subversivos también torturaban”; “es una falacia del marxismo internacional que intenta la destrucción de la Iglesia y la civilización”.

Como vemos, si la casualidad es mucha, imaginar una causalidad tal vez no sea un disparate.

Quizás podrían analizarse las motivaciones o ideario que unos, negacionistas del holocausto que descreen de los crímenes del nazismo, comparten con los otros, negacionistas del terrorismo de Estado argentino que “comprenden” la reacción de las FFAA argentinas ante la agresión “terrorista”.
Un análisis superficial nos ofrece el primer paralelismo. En ambos casos, la civilización occidental y cristiana se vio “amenazada”: Hace 70 años, por la “ambición de los judíos” y el “avance del judeo marxismo que intentaba adueñarse del planeta”. Hace 30, en Argentina, esa misma civilización debió defenderse contra el “marxismo apátrida y ateo” que subvertía nuestros valores. La reacción de los “agredidos” fue sin duda “desproporcionada y feroz”.

¿Habrá sido –será- la misma guerra, que continúa a través de los años y las fronteras? Posiblemente. Si este periodista adhiriera a las teorías conspirativas, se animaría a sugerir que el intento de conspiración histórica pasa por el arco de los “negacionistas” en ambos casos.
Después de todo, y ante la realidad del mundo en el que vivimos, no puede afirmarse que por el momento el “marxismo apátrida” haya avanzado mucho.

Tal como lo manifestaba Paul Ricouer, “la memoria es un trabajo”. El revisionismo histórico no es otra cosa que reanalizar y reubicar en un contexto veraz la memoria colectiva. Esa tarea sólo puede ser respetable y respetada si es encarada con honestidad y una inflexibilidad ética a toda prueba.
La responsabilidad de revisar el pasado incluye aceptar la posibilidad de que la nueva visión resultante no nos agrade nada. La verdad debe primar sobre el dolor del autoconocimiento y el presupuesto del prejuicio.

Enrique Gil Ibarra

lunes, febrero 23, 2009

¿Prensa crítica o prensa independiente?

Se ha escrito mucho sobre este tema. Personalmente, me resulta increíble que aún deba insistirse sobre el mismo, pero resulta evidente que el stablishment mediático, operando como una no tan encubierta corporación de intereses, logra confundir inclusive a aquellos que por su lucidez deberían cuando menos tener claras las verdaderas opciones que les ofrece la práctica comunicacional de las democracias liberales.

En principio, establezcamos algunas verdades: la prensa independiente no existe. No puede existir. Es un contrasentido lógico. No es independiente aquella prensa que se opone al poder, ni la que lo apoya. Tampoco la que aparenta una equidistancia objetiva. La “prensa independiente” es un oxímoron, ya que todo medio periodístico tiene como objetivo central comunicar algo y, en ese “algo”, va incluida como mínimo la relación de un hecho que, por más despojada que se pretenda, llevará implícita la “visión” del que lo observó. El “punto de vista” desde el cual el observador se detuvo a mirar lo acontecido. Ese punto de vista tiene como obligatoria premisa la infección conceptual previa del que observa. Su “modo” de mirar la vida y la sociedad, su moral y su ética, que no son “independientes” de su contexto. Desprendámonos aquí de los conceptos “bueno/malo”, “justo/injusto”. El sector en el que se ubique el observador no es relevante para esta reflexión, sino el hecho incontrovertible de que siempre habrá un sector.
Por consiguiente, el medio/periodista reflejará la visión de ese sector, que puede, en todo caso, ser más o menos “objetiva” -aceptando esta palabra como una exageración ideal, virtual e imposible- dependiendo de la honestidad ética del descriptor.

Llegamos entonces a definir que tanto la prensa crítica del poder como la obsecuente con el mismo, defienden “sectores”, intereses, responden a necesidades u objetivos políticos, económicos y sociales y esto no admite excepciones. Producir y sostener un medio radial, televisivo, escrito, cuesta dinero. La publicidad, oficial o privada, sustenta ese costo por lo general pero, si esta publicidad no existe en un “medio alternativo”, de igual manera el dinero está presente, aún si se extrae del bolsillo personal del productor que, entonces, está sufragando la propagación de ideas propias o ajenas con un objetivo personal que puede ser, como dijimos, honesto o no, justo o injusto.

Esta obviedad nos lleva de inmediato al poder subyacente tras el medio. Todo medio periodístico, lo reconozca o no, ejerce una cuota de poder directamente proporcional a su influencia cuantitativa y cualitativa en su “target” objeto.
Sin embargo, muchos medios denominados “alternativos” y la totalidad de los medios “grandes” reniegan -al menos públicamente- de ese ejercicio de poder. Precisamente, el planteo “políticamente correcto” de las teorías liberales de la comunicación es que la función de los medios periodísticos es “oponerse” al poder. Ser críticos. No obstante, si analizamos dicho funcionamiento, observaremos que el verdadero significado de esa posición es “oponerse al Gobierno” sea cual fuere su signo político, en la suposición hecha pública de que esa oposición confiere credibilidad, aunque los hechos narrados estén deformados por el “punto de vista” que mencionábamos.
Y esa credibilidad opera sobre la realidad efectiva. Porque una sutil tergiversación de conceptos en el ciudadano medio ha logrado que éste interprete lo “publicado” como sinónimo de verdad, aunque condicionada a su prejuicio. Si bien reconoce que los medios mienten, ese ciudadano establece a priori y de manera inconsciente que la mentira se produce sólo en la información que él no comparte, la que ha decidido no creer en base a su posicionamiento previo y personal.

Desde un posicionamiento realista, debemos aceptar que la prensa crítica o independiente, así como la obsecuente o la pretendidamente objetiva, se trate de medios del stablishment o alternativos, practican de forma constante la mentira o, como mínimo, el ocultamiento de datos en la medida en que éstos no convengan o perjudiquen sus intereses o necesidades editoriales, sean éstas económicas o políticas.

La mayor sinceridad que puede entonces esperarse de un medio o de un periodista es que éste blanquee esos intereses u objetivos, los haga públicos y manifiestos para sus lectores u oyentes, de forma que la independencia se transfiera automáticamente al receptor de la información, en lugar de quedar cautiva de una pretendida imparcialidad inexistente.
Lejos así de la falacia del “periodismo objetivo”, el informado podrá juzgar al informador y a la información recibida desde la concordancia o discordancia de intereses y reconocerse a si mismo en la realidad que, cada día, elige creer.


Enrique Gil Ibarra

miércoles, febrero 18, 2009

La moral, la tragedia ateniense y la ética


por Luis Mattini*

Primera parte

Propongo un breve examen sobre el papel de los seres humanos en la historia y dentro de ella el papel del individuo, aclarando que este examen deviene fundamentalmente de nuestra experiencia militante

Aclaración: Para evitar las antiestéticas consecuencias literarias en castellano de ese feminismo beato, de claro signo anglo sajón, que, trasladado a nuestra lengua, confunde un elemento gramatical llamado "género", femenino y masculino, con otras acepciones de esa palabra, como ser los géneros sociales, biológicos o tejidos, aclaro que en todos los casos me refiero a seres humanos: mujeres y varones. Prometo poner mi buena voluntad no usando el vocablo genérico "hombre", pero mi buen gusto se niega a escribir "la persona y el persono"; " el ser humano y la sera humana" o ese absurdo adefesio de cambiar la muy latina letra "o" por el signo arroba en las palabras en posición gramatical genérica. ("todos", "muchos", "amigos", "nosotros", etc)

Bien, terminada esta aclaración, digamos que yo empecé a militar a los quince años cuando de un modo casual, casual en lo que hace a mi concretura, me topé con gusto con la idea de que éramos agentes de la historia. La adquirí de inmediato con enorme entusiasmo, porque esa idea funcionó como un fortísimo estimulante, casi diría una justificación venida desde cierta trascendencia, al impulso vital que, no se sabe desde dónde, nos empujaba hacia el compromiso militante. Y cuando nuestros padres, tíos, vecinos o compañeros de trabajo nos preguntaban, respondíamos de diversas maneras, plenos de pasión y satisfacción por "el hacer", argumentando que militábamos porque no tolerábamos la injusticia social, que nos dolía el sufrimiento de los niños, que el mundo debía ser cambiado; pero en última instancia nos decíamos agentes de la historia. O sea un rol predeterminado, una especie de mandato.

Insisto, hoy a más de cincuenta años de esas cosas, estoy seguro que eso era sólo un argumento para darnos derecho a actuar y coraje para enfrentar las oposiciones. Porque el impulso estaba signado por la potencia del deseo, entendiendo éste como la tendencia de cualquier cuerpo a realizar sus potencialidades. Si era el cuerpo el que pensaba y hacía, era el cerebro el que debía justificar esa acción, esa manifestación del deseo. En ese aspecto éramos inmanentes con justificación trascendente. Nos movíamos por fuertes impulsos del deseo interno pero lo argumentábamos con la trascendencia externa de la historia como una determinación. Para jugar con las palabras, se podría decir que en teoría aceptábamos la trascendencia pero en la acción concreta nos movíamos en la inmanencia.

La prueba de ello fue que nosotros, en los hechos, no hemos respetado las supuestas "leyes de la historia" que dictaba la postura trascendente, idealista o materialista; o sea las "condiciones" para actuar, no aceptábamos la afirmación que para poner fin a la injusticia había que esperar la maduración de las condiciones, el "desarrollo de las fuerzas productivas". Así, por ejemplo, de hecho, en nuestra práctica, compartimos sin saberlo, el sano criterio feminista, -el modelo más acabado de la inmanencia que les hace rechazar el papel que pretende adjudicar a las mujeres la visión trascendente-, de plantear la reivindicación "aquí y ahora". Sin embargo, contradictoriamente, en nuestro discurso trascendente sosteníamos que la mujer debía esperar la liberación del proletariado, por ser el sujeto histórico que, al liberarse a sí mismo, liberaría a toda la humanidad. Por suerte el feminismo no escuchó este discurso trascendente y, por el contrario lo rechazó en teoría y en práctica; así cotidianamente siguen cosechando, con altibajos pero en sentido creciente, cada vez más conquistas.

Ya aceptando el compromiso racional con el determinismo histórico, nos obstante, nos subdividíamos en dos tendencias: aquellos que creían que la historia la hacían personas determinadas y aquellos que sosteníamos que la historia era obra de las masas, del pueblo. Los primeros eran proclives a lo que yo llamo "visión conspirativa de la historia" Para ellos todo dependía del talento de los grandes hombres y en consecuencia también el mal dependía de la maldad de los gobernantes, tiranos o corruptos.

Plejanov, el padre de marxismo ruso, tiene un interesante trabajo "El papel del individuo en la historia" en el que, partiendo de que la historia la hacen los pueblos, las masas, señala cuál es el mérito y los atributos que deben tener los dirigentes y su relación de ida y vuelta con las masas. En ese sentido el libro de Plejanov fue nuestro manual. Sobra agregar que la literatura marxista es riquísima en este tema.

No así en lo específico de la visión conspirativa de la historia, pues suele ser una postura eminentemente emocional, probablemente irracional que se refleja en los hechos, a veces incluso en individuos que aceptan formalmente la teoría de Plejanov. Ocurre que esta concepción surge cuando ciertos hechos no tienen explicación, contradicen la teoría. Por ejemplo: la caída de los dirigentes que aborta una acción revolucionaria; entonces la visión conspirativa sugiere que tiene que ser la obra de un traidor. Esta visión es realmente aguda cuando atribuye las limitaciones de los revolucionarios a maniobras insidiosas del enemigo, o sea literalmente cuando el enemigo conspira dentro de la organización. Insisto, este punto de vista es nefasto porque ubica siempre el mal fuera de nosotros y por lo tanto impide el aprendizaje, la corrección. Porque recíprocamente todo dependerá de la genialidad del dirigente o del agente enemigo. Una mirada atenta nos indica que este punto de vista tiene cierta raíz monárquica y explica la transformación de los revolucionarios en el poder en una especie de nueva nobleza, gobernantes eternos, como en caso de algunos asiáticos, incluso en Cuba, el recambio de los cuadros por herencia familiar.

Esa visión conspirativa se expresa también en frases hechas, consagradas como verdades absolutas, como ser. "Un traidor puede con cien valientes". O la expresión popular "Seguro que hubo una cantada". "Todo hombre tiene su precio" O sea, los problemas no se derivan de una correlación de fuerzas, de mayor o menor talento de las partes en lucha, de circunstancias, incluso de determinado grado de azar, sino de traiciones o genialidades. En ese sentido conspirar es casi mala palabra, significa actuar traidoramente. Nosotros, en cambio, llamábamos "métodos conspirativos", a los métodos para moverse en la clandestinidad cuya esencia era aparentar distinto a lo que se era. Las condiciones de un actor, de un farsante, eran beneficiosas para un clandestino pues podía disimular mejor.

Este es el planteo del asunto: Intento no presentar las cosas en blanco sobre negro, sino ver que todos tenemos alguna brizna de esa concepción. Dicho de otra manera, todos los humanos tenemos al menos algunas briznas de idealismo o materialismo, de búsqueda de la trascendencia y actuar con la inmanencia, de conspiradores, de sentimientos egoístas y altruistas; lo único que nos define y establece las diferencias esenciales es "el hacer".

Y el tema no sería digno de demasiada preocupación si sólo se tratara de unos individuos aislados con visiones conspirativas, sino de que este aspecto está más extendido de lo sospechado y cobra más cuerpo a medida que la tarea emancipatoria de hace mas difícil, dicho de otra manera, frente a la amenaza de derrota.

Porque, lo repito de otro modo, la visión conspirativa de la historia lo explica todo y deja a los sobrevivientes la conciencia tranquila. "Yo hice las cosas bien, pero me traicionaron". La teoría del "entorno" que consiste en pensar que las "fallas" de los dirigentes, se deben a su "entorno", una especie de cortesanos que los aisla del mundo real. Eso fue claro en los Montoneros con respecto a Perón.

A propósito de tal, me distraigo un momento del tema central para recordar que en la discusión sobre los años setentas por parte de protagonistas sobrevivientes, testigos de época y descendientes de ambos, se verifica la presencia de esta visión conspirativa de la historia. Esto es, creer que no triunfamos culpa de traiciones sin analizar a fondo las causas en cada momento y en su conjunto. Creer que Montoneros fracasó porque fue un grupo fomentado inicialmente por la CIA es tan absurdo como cuando el envidioso de Virgilo Expósito dijo por radio que Gardel era un producto de Broadway.

El otro extremo es la muy racionalista idea de que si las cosas se piensan correctamente y se planifican con justeza , siempre tienen que salir bien. Si no salen bien, no es porque el oponente fue más sagaz o talentoso, porque hubo circunstancias, sino por que se hicieron mal. El racionalismo consiste en creer que siempre se puede saber a priori mediante el razonamiento analítico previsible, o sea que el cerebro puede conocer antes que el cuerpo. Creer que se puede aprender a nadar antes de meterse en el agua.

Esto que se ve sin alarma en la vida cotidiana, durante el desarrollo más o menos "normal" de las cosas, cobra carácter, a veces de tragedia, en las situaciones agudas, de extremo enfrentamiento y riesgos de vida. Tragedia sí, a veces tragedia, en el sentido ateniense del concepto. Tragedia es cuando los hechos se precipitan sin arreglo a las mentadas "condiciones objetivas" y se juega el destino del "factor subjetivo", entendiendo éste como la voluntad del individuo.

El caso de la acción del Che en Bolivia es paradigmático, sobretodo porque detrás de ese ejemplo nos movimos toda una generación. Porque la experiencia del guevarismo confirma la afirmación de Nietzsche en el sentido que los atenienses tenían un sentido de alegría de lo trágico. La mayoría de los que participamos recordamos aquellos tiempos como los años mas felices de nuestra vida a pesar de la derrota y las dolorosas pérdidas. Visto desde hoy, con la distancia que da el tiempo y los acontecimientos posteriores, es casi indiscutible que el proyecto de iniciar "uno, dos, tres, muchos Vietnams" no se correspondía con las mentadas condiciones objetivas. Dicho de otra manera, se podía prever la derrota. De hecho muchos la previeron y por eso no se comprometieron y hoy en día nos refriegan ese acierto preventivo como una hazaña del intelecto. Claro que prever la derrota es siempre mucho más fácil que prever la victoria.

Ocurre que quienes se vanaglorian de haber "acertado" con su crítica al foquismo de Guevara, olvidan y se desligan de toda responsabilidad en la vergüenza de la guerra de Vietnam. Olvidan el discurso del Che en Argelia donde condena a los países socialistas porque han abandonado a Vietnam a su suerte. Desde el punto de vista de la moral, entendiendo por esta, la conducta ordenada por La República de Platón, que el movimiento emancipatorio progresista adquirió acríticamente, aceptando ese "deber ser" moral; desde ese punto de vista, digo, la oposición al foco de Guevara era correcta, porque el foco significaba poner en peligro todo lo ganado por el progreso de las diversas revoluciones. Particularmente a partir de la revolución rusa incluyendo la revolución cubana. Repito, desde la visión moral… otra cosa será desde la ética. Porque lo que da un carácter trágico a los hechos, es que el foco de Guevara se correspondía a una respuesta ética aunque la razón indicara que la derrota sería inevitable. Y así fue, sobran todos lo traidores de esa gesta para explicar la derrota. Fue tragedia ateniense, que intuía la política como el arte de lo imposible porque para hombres como el Che, no existía otra posibilidad que la imposibilidad. La ética lo hacia concebir su destino unido a la comunidad, expresada en este caso en el crimen de Vietnam, perpetrado por los EE.UU, pero a la vez permitido por el resto del mundo ordenado, como dije antes, según el modelo de la república de Platón: esto es cada cosa en su lugar y un lugar para cada cosa. Por eso, esa misma ética implicaba que, de no actuar, asumía al menos parte, pequeña, claro, pero suficiente como para compartir la responsabilidad del crimen.

Dicho directamente: el foco de Guevara fue la respuesta ética a la guerra de Vietnam, recogida después por el Mayo Francés -"seamos realistas, pidamos lo imposible"- y la llamada nueva izquierda en el mundo. Esa ética es la que heredamos, y la diferencia actual pasa por los que la abandonaron y los que no la abandonamos aún a riesgo de no salir de la tragedia.

Volviendo al tema central del este trabajo, recordemos que, respecto a la derrota del Che, siempre se habló de "la traición de Monje" Pues, me tomo la licencia poética de hablar en subjuntivo con un toque de potencial, y digo, hoy no cabe dudas que aún si Monje hubiera cumplido con lo pactado brindando el apoyo total del Partido Comunista de Bolivia, la gesta del Che hubiera sido derrotada de todos modos, simplemente porque el capitalismo habría salido de sus crisis con una mayor capacidad creativa que el socialismo. Por otra parte hoy podemos confirmar que aquello que llamamos socialismo, fue como lo definiera el mismo Lenin, una forma de capitalismo de Estado.

Tratando de lograr una síntesis de lo que pretendo mostrar, repito, mostrar, no demostrar, digamos que al contrario de la versión conspirativa de la historia que le atribuye a ciertos individuos, genios, talentos, artistas o traidores, un grado inaudito de omnipotencia, los hechos indican que en tanto y cuanto acción real inmanente, los seres humanos no logran la conducción consciente de sus actos, la resultante de una empresa propuesta será por lo común inesperada, más aún una revolución. De allí la sabiduría del gran Víctor Hugo cuando afirmaba que toda revolución es una gigantesca improvisación. El talento de los protagonistas consiste en aprovechar toda la potencialidad de esa enorme improvisación.

*Arnold Kremer, dirigente histórico del PRT-ERP (fuente: www.lafogata.org)