viernes, agosto 22, 2008

Presentes



Hasta la victoria

Subí que te llevo

por Claudio Díaz

Es natural y hasta comprensible que Martín Caparrós, un tipo que empezó a callejear la militancia política desde muy joven, haya llegado a su medio siglo de vida con el caballo cansado. Esto de que el peronismo lo tiene harto ya le pasó a otros intelectuales.
Todavía se recuerda la lacrimógena despedida de Alvaro Abós, Alcira Argumedo y José Pablo Feinmann, entre tantos otros, cuando allá por 1985 decretaron la muerte del movimiento en una solicitada titulada Adiós, que disparó ventas récord de pañuelos descartables. (Es curioso cómo algunos hombres de letras se fatigan por seguir al peronismo mientras los trabajadores permanecen convencidos de que, con todas sus macanas y todos sus macaneadores, continúa siendo la única posibilidad de redención social de este país).

La pintoresca metáfora de Caparrós acerca de que el peronismo se asemeja a la línea de colectivo 60 es una buena excusa para subirnos a su planteo. Al análisis que hace no le faltan algunas razones.
Pero el problema es que él se asume como simple pasajero que pretende que lo lleven rapidito a su destino, y por supuesto: sentado en el mejor asiento. "Yo saqué mi boleto en el colectivo peronista y ahora quiero que me lleven al paraíso prometido…", podría decir mientras se acomoda el mostacho desordenado por el viento que entra a través de la ventanilla.

La diferencia quizá sea semántica: porque es el propio Caparrós quien gusta usar la comparación del colectivo. Justamente: algo que es de conjunto, de muchos.
Está bien que hay un chofer, un directorio que administra desde horarios hasta incorporación de nuevos servicios, pero –políticamente hablando- que a la línea elegida para llegar a la terminal de los sueños le bajen la bandera a cuadros es responsabilidad de todos.
¿Qué son, acaso, las revoluciones, sino la concreción del trayecto de realización común que se dan los pasajeros de este mundo?

Caparrós sabe perfectamente cuál es el recorrido original del peronismo.
Y sabe mucho más aún que su tránsito por la Argentina estuvo, está y estará lleno de obstáculos.
El peronismo no da tregua ni descanso y –para llegar a destino- es probable que tenga que recorrer millones de kilómetros más sin la seguridad de arribar al lugar indicado.
Es, en tanto Revolución Inconclusa, desgastante como el viaje de Constitución a Escobar que realizan esas cajas de zapatos amarillas de la metáfora caparrosiana. Pero de lo que no puede haber duda es de que todo el mundo sabe qué es el 60…
¿Por qué no tienen esa incertidumbre los dueños de otros medios de transporte (político) que a lo largo de 60 años fueron a sacarlo de la calle con todo tipo de métodos? ¿Por qué no vacilan los que –visto que la línea sigue rodando- intentan ponerle palos en las ruedas y romperla por dentro?

Por eso hay que meterse en la empresa. Que –se insiste- es colectiva. Salvo que a nuestro compañero de Crítica ahora le guste subirse a un remise o, mejor todavía, a una 4x4.
Que muchos choferes son impresentables, estamos de acuerdo.
Que la mayoría se desvía del camino trazado, también es cierto.
Pero es que ahora y aquí la construcción de un poder verdaderamente nacional y revolucionario difícilmente encuentre un camino recto que conduzca a la meta final sin que en ese tramo tengamos que sortear baches, hondazos del enemigo y semáforos en contra, en rojo, sincronizados con colonial precisión.

Para Caparrós no debería haber curvas, y es cuestión de ir a 100 por hora que no te dicen nada. Es de los que piensan que en la ruta Panamericana el único vehículo que hay es el del peronismo y que los demás te dejan pasar.
Y que hasta los dueños del peaje mundialista te levantan la barrera y los zorros grises te hacen guiños azules y blancos.
¿Sabés lo que es la calle (el mundo) Caparrós? Te tiran con lo que tienen, le ponen agua al combustible para fundirte el motor, te pinchan las gomas. Y encima parece que te olvidaste todo lo que costó recuperar desde que se murió el creador de la empresa y a miles de compañeros los tiraron a la banquina.

(Entre paréntesis…Ya habíamos escuchado, por boca de ¡Carrió! y ¡¡¡Stolbizer!!! , que el peronismo gobierna desde hace 20 años y el país es una villa miseria. Pero que lo digas vos…
¿Dónde ubicamos, entonces, al poder asfixiante del colonialismo, con todos los recursos de la presión económica, del terrorismo ideológico, del espionaje organizado, de la prensa canalla, de la acción de los partidos locales amaestrados por las fundaciones para asegurar la dominación y el control?
Decir que el país está hecho pelota por culpa de la idea peronista (de lo que es como modelo y doctrina) es casi lo mismo que otorgarle a Marx la culpabilidad del fracaso socialista soviético.
Y una más: ¿Perón es sólo un "general populista nacionalista macartista"? ¿No es macartista lo tuyo, negándole a su irrupción en la Argentina el carácter revolucionario que tuvo?)

Aun con muchos choferes de cuarta, el recorrido del peronismo sigue estando claro. Por eso hay millones de tipos que se siguen subiendo todas las mañanas. Y viajan colgados, les dan el asiento a las viejas… No están para nada cómodos con los que manejan, pero tienen la convicción de que el único colectivo que los puede llevar a una vida mejor es el peronismo.
¿Quién otro los va a llevar? ¿Los diferenciales, que te prometen aire acondicionado y dentro de poco HI FI, pero no entran ni al conurbano ni a las villas? ¿O los impresentables que se hacen los progres juntándose en cooperativas, aunque no sepan ni ponerlo en marcha?

Es una cuestión de supervivencia, de defender el único medio de transporte que nos queda. Si todos decidieran no subirse más al 60 porque vienen Duhalde, De la Sota o Barrionuevo, lo más probable es que la línea (de bandera, me animo a decir) desaparezca definitivamente o se la entreguen en concesión a los que justamente la tiraron al bombo para que la gente común se quede a pata.
¿Vos querés eso, Caparrós?
Bueno, entonces no salgas más a la calle, andate a vivir a una torre alta, altísima, donde veas a la gente en miniatura y no te llegue el sonido ambiente de los colectivos. Y con un vaso de whisky en la mano, y por qué no un habano, te sientes frente al plasma-tevé y aplaudas la lucha de los hermanos bolivianos o venezolanos, que allí sí todos los colectivos conducen a la revolución.

Qué paradoja: del país de los sueños colectivos y el 5x1 pasamos a la ficción del monopat "in" glamoroso y las 4x4. Y aunque hayamos entrado a un nuevo siglo, no hay que perder de vista que el hombre común sabe bien qué trole hay que tomar…
¿Vas a perderte la incomparable sensación de estar junto a otros compañeros y ver aparecer, al fondo del horizonte, la silueta del bondi que te viene a buscar, para llevarlos a todos a destino? Aunque no tuve la oportunidad de conocerte, me costaría creer que –si ya no aparecés más por la parada del 60- tal vez prefieras pedalear por las bicisendas de Macri o arrastrarte con patines como esos tilingos de la City. Dale, viejo, dejate de joder y pasá para el fondo, que en el asiento de cinco hay lugar. Subí que te llevo…

martes, agosto 12, 2008

Preguntas ingenuas

Aclaro desde el vamos que ésta es una reflexión ingenua, sin profundidad ideológica o política, que debe ser (merecidamente) obviada por todo aquel que tenga sus ideas y su estrategia política tan claras como corresponde a un militante que se precie de tal.

Compañeros, nos hemos pasado décadas afirmando ideas y luchando por ellas. En unas pocas ocasiones, alcanzamos en la difusión y aceptación de las mismas un éxito relativo y fugaz. La mayoría de las veces, un rotundo fracaso nos forzó a retroceder, tomar impulso nuevamente y seguir insistiendo. Tengo que reconocer hoy, en mi caso casi 40 años después, que la mayoría del tiempo invertido fue desaprovechado. Infructífero.
¿Dónde estuvo el error? ¿Cómo es posible que si uno (cualquiera sea) plantea las posibilidades ciertas de mejorar el mundo en el que vive, si explicita lógicamente las maneras, las condiciones en que se puede cambiar gradualmente, si tantos cientos y miles de compañeros en todos las provincias, en todas las ciudades y los pueblos, insistimos y explicamos, demostramos, reiteramos, no hayamos logrado al menos un resultado mensurable en cifras?

Vengámonos más cerca. Me pregunto: ¿cómo es posible que un país (o un continente) como el nuestro, constituido mayoritariamente por hijos y nietos de inmigrantes pobres, de esclavos, de aborígenes cuasi extinguidos, de miserables exiliados que vinieron con una mano tapándose el culo y la otra lo que tuvieran delante, no pueda resolver con cierta generosidad (aunque sea por el recuerdo de sus carencias pasadas) las necesidades básicas de sus compatriotas menos favorecidos, menos afortunados, menos inteligentes o menos instruidos?

Sé perfectamente que es una pregunta idiota. Y que hay, como corresponde, mil respuestas sociológicas, sicológicas, económicas, políticas, ideológicas y tres mil etcéteras para contestarla.
De manera que no me expliquen obviedades. Porque a lo mejor –digo- precisamente el problema está en que conocemos las respuestas, pero tal vez no sepamos hacer las preguntas necesarias para que el conjunto del pueblo (la “gente”, como se dice ahora), se responda a sí misma y, a su vez, se pregunte qué mierda está haciendo.

Fíjense que no pretendo ya definiciones profundas, sesudas reflexiones sobre la justicia, ni siquiera deseo referirme a la lucha de clases, ni a una ideología, y mucho menos acercarme a una moral social. Vamos más atrás, más a lo básico. Vamos a la ética personal. Dirán algunos: “si, muy simple, pero… ¿quién sabe lo que significa esa palabreja?
Y la respuesta es: todos. Tal vez no puedan definirla en largos párrafos o con la estrictez del diccionario, pero todos tenemos grabado a fuego en el cerebro su significación elemental: todos queremos ser “buenos”. No creo que ninguno haya encontrado jamás una sola persona que se califique a si misma, salvo en broma, como “mala”, “deshonesta”, “cruel”, “viciosa”, ni siquiera “egoísta”. En todos los casos, el accionar “dudoso” es justificado mediante una excusa, una explicación, un “no pude hacer otra cosa” que disminuye, si no elimina, la culpa. Y eso, evidentemente, indica que la persona en cuestión “sabe” que no está respondiendo a su imperativo elemental: ser “buena gente”.

¡Pero qué ingenuidad! Estarán pensando varios. Y les avisé que este texto trataba precisamente de eso. Porque si quitamos esa ingenuidad no queda más remedio que concluir que la gran mayoría de los seres humanos, en la Argentina y en el mundo, somos malas personas. Y malos de verdad. ¿Están dispuestos a aceptarlo? ¿Están dispuestos a reconocer –aunque sea en su fuero íntimo- “en realidad soy un/a hijo/a de puta” igual que mi esposa/marido y así serán mis hijos? No lo creo. Creo que todos logramos justificar nuestras “maldades” diarias porque evitamos hacernos las preguntas clave. Aquellas que nos obligan a reconocer que “nos cayó la ficha”, como decimos aquí.

Parto de la base que cualquiera al que le preguntaran si le gustaría que el mundo fuera mejor, más justo, contestaría que si. Y que (incluso honestamente) le gustaría “hacer algo” para ayudar pero, claro, "no sabe" cómo.

Seguramente, cuando alguno de mis compañeros y amigos militantes lea esto, sonreirá irónico y supondrá que los gagacocos (reliquia de Humor Registrado) me comieron el bocho irreversiblemente. Bueno, puede ser, hoy me desperté simple. Tan simple que no tengo respuestas, sino preguntas. Preguntas que, reitero, no tienen que ver con ideologías ni partidos, ni líderes. Que no hacen a la “política”, ni a la “revolución”, ni a la “conciencia” social. Vamos más atrás:

• ¿Le tiré un mango al último pibe que me pidió una moneda para comer?

• ¿Le hice un “favor verdadero” (de esos que cuestan) al último que me lo pidió?

• ¿Sigo pensando (en la práctica) que lo que tengo me lo gané solo?

• ¿Creo –conscientemente- que los hijos de los otros son “menos importantes” que los míos?

• ¿Creo –conscientemente- que yo soy “más importante” que los demás?


• ¿Creo –conscientemente- que en los últimos días (no años ni meses) hice de verdad “algo” para que mi país (mi ciudad, mi barrio, mi pueblo) sea mejor?

• ¿Me he detenido cinco minutos (no más) en los últimos días (no años ni meses) para pensar en lo que yo podría hacer para que mi país (mi ciudad, mi barrio, mi pueblo) sea mejor?

A esta altura, ustedes pensarán: “esto parece un manual de autoayuda”. Pero la verdad yo creo que los que no pueden contestar rotundamente “si” o “no” (según corresponda) a todas las preguntas de arriba, verdaderamente necesitan ayuda. Son preguntas simples, básicas, y cualquier persona medianamente honesta puede imaginar sin que yo las escriba las 10 ó 20 preguntas siguientes, las que debería hacerse a solas para decidir, con veracidad, si es o no “buena gente”.
Por supuesto tengo la seguridad de que la mayoría no lo harán. Preguntarse a uno mismo cosas simples suele ser peligroso, porque es casi inevitable hallar las respuestas.

Pero sería interesante que lo hicieran. Porque no sólo quedarían esclarecidos con respecto a la vida que llevan y el porqué el mundo funciona como funciona, sino que entenderían el motivo por el cual aquellos que ya intentamos respondernos esas preguntas hace mucho tiempo, quedamos “atados” a una especie de caprichoso camino del que no podemos (¿no queremos?) salir.
Comprenderían también porqué “no me pasa a mí” no es una “buena” respuesta. Y ya no se preguntarían “inocentemente” ¿por qué? cuando algunos de nosotros de tanto en tanto nos cansamos, y elegimos transitar ese camino al que nos atamos, por rutas más rápidas, menos amables y muchísimo más dolorosas para todos.


Enrique Gil Ibarra