jueves, noviembre 29, 2007

El dilema de los pueblos

Sudamérica está ingresando a la etapa más conflictiva desde la recuperación de las democracias.
Como era obvio, luego de las dictaduras que sufrimos en nuestros países, hubo un período que podríamos denominar “impasse”, durante el que nuestros diferentes pueblos aprendieron nuevamente a disfrutar por lo menos de la libertad de opiniones, a despecho de las otras “limitaciones” de las democracias formales obtenidas en algunos casos por resistencia popular, en otros por errores de los dictadores, y en otros por “graciosa” concesión del Imperio que, logrado ya su objetivo económico globalizador, entendió que le resultaba más rentable permitir que los gobiernos “democráticos” asumieran los costos políticos de su propia dependencia.

Pero, indefectiblemente, luego de ello los pueblos volvieron a pensar que nuestras democracias –si bien formales no por eso menos bienvenidas- demoraban irrazonablemente la inclusión de ese contenido “real” que debería existir anexo a las libertades “intelectuales” que tanto valora el progresismo liberal.
Sin lugar a dudas, los derechos a comer, a estudiar, a vestirse, a tener salud, todos ellos dependientes de la justicia distributiva en el ingreso, resultante de una imprescindible independencia económica, que a su vez deviene de un grado creciente de soberanía política, comenzaron a echarse en falta.
Los procesos iniciados en Bolivia y Venezuela fueron tal vez los disparadores del retorno, comenzando el nuevo siglo, de las concepciones revalorizadoras del nacionalismo de liberación, y del internacionalismo latinoamericano.
Concepciones peligrosas, por supuesto, en un contexto de mundo globalizado de norte a sur (en ese orden), asemejando un globo/planeta inflado a costa de nuestras producciones primarias y mantenido “cabeza arriba” en base al poder de fuego de los países centrales.
Lamentablemente, llevados tal vez por un ingenuo “progresismo libertario”, casi todos los pueblos de sudamérica (excepto tal vez el venezolano) confían en que para modificar las condiciones de dependencia basta con la voluntad.
Hoy el Imperio nos pone nuevamente de cara al dilema fundamental: ¿puede algún gobierno que se denomina “democrático” añadir a su sistema el calificativo “popular” –y sostenerlo en la práctica- impunemente?
En Venezuela, más allá de todas las declamaciones de los partidarios de Chavez, la oposición se fortifica, alentada por los ingentes subsidios financieros de las agencias norteamericanas y la labor de los medios “republicanos y democráticos”.
Los acontecimientos bolivianos también parecen indicar que no. En Bolivia, “la convocatoria a una Asamblea Constituyente fue llevada a cabo por el gobierno del presidente Evo Morales luego de que los movimientos sociales durante más de una década la solicitaran por distintos medios. Una vez constituida, la tarea básica de los asambleístas era dotar al país de una nueva Constitución. Durante varios meses en la Asamblea se buscó llegar a acuerdos para lograr su cometido, pero consecutivamente la derecha utilizó artimañas para retrasar su trabajo e impedir el parto de una nueva carta magna.
La estrategia más eficiente fue introducir la demanda de Sucre como capital “plena” de Bolivia, reviviendo el conflicto histórico de hace más de un siglo a través del cual se trasladó la sede de gobierno a La Paz luego de una guerra civil. El gobierno ofreció una serie de concesiones a las instituciones sucrenses que fueron caprichosamente rechazadas con una lógica en el puro cálculo político. En una de las actitudes más antidemocráticas, grupos irregulares de Sucre, donde sesiona la Asamblea, impidieron sistemáticamente la reunión de los constituyentes.
Luego de varios meses de acción ilegal de estos grupos, la Asamblea tuvo que efectuarse en un recinto militar, con cordones de ciudadanos de todo el país y protección policial para cumplir su mandato. A pesar de la adversidad, los asambleístas lograron aprobar una Constitución que refleja las características multiculturales y pluriétnicas del país, incluyendo las demandas de autonomías departamentales e indígenas.
La derecha oriental se ha empeñado en desconocer la nueva Constitución en una táctica política que pretende desestabilizar al gobierno. Para ello ha realizado acciones completamente ilegales y secesioncitas, poniendo en riesgo la integridad de la nación. Claramente detrás del discurso autonómico está una oligarquía terrateniente que se juega la vida y su futuro”. (Hugo José Suárez – UNAM – México)

Seis de los nueve departamentos (provincias) bolivianas están en huelga general, manifestandose violentamente contra una reforma que paradójicamente favorece a sus habitantes. Las regiones rebeldes suman el 80% de la economía del país, casi dos tercios del territorio y el 58% de los casi diez millones de bolivianos. ¿Suena natural? ¿Parece lógico? Pues sí. Tiene la total y definitiva lógica de la dominación cultural, económica y mediática, que históricamente ha logrado manipular a importantes sectores populares, en todos nuestros países, para operar contra nuestros propios intereses.
Posiblemente, dentro de pocas semanas comenzaremos a ver en Ecuador una reacción similar, con el objetivo de impedir que la Asamblea Constituyente ecuatoriana elabore una Carta magna que profundice el proceso de reformas iniciado el 15 de enero último, con la asunción al poder de Correa, y que avance hacia la construcción de un “socialismo del siglo XXI”.
En Venezuela, descontando la propaganda tendenciosa de los medios “republicanos y democráticos” (incluyendo la CNN), lo cierto es que –mal que nos pese- no está tan claro el resultado del plebiscito. El error de Chavez fue, sin duda, incluir en la reforma constitucional la reelección indefinida, que proporcionó a la oposición conservadora un elemento precioso para influir en los sectores “independientes”, ya temerosos de la iniciativa del “Poder Popular”.
El corte de relaciones con Colombia, sugerido ayer por Hugo Chavez, es, creo, otra ingenuidad que ha proporcionado una nueva arma a Estados Unidos: Si Chavez sabía (y no podía ignorarlo), que Uribe es un “lacayo” de los yanquis, su propuesta mediación con las FARC estaba, desde el vamos, condenada al fracaso. En ese marco, cabía esperar que Colombia sacara los pies del plato en alguna instancia, generando una nueva fractura que justificara la tensión fronteriza existente hoy, que posiblemente de lugar a pequeños enfrentamientos locales, y que añadirá una excusa más para que Bush pueda calificar a Venezuela de “pais agresor” y elaborar la forma indirecta de intervenir para “mantener la paz en la región”. (El que dude de esta posiblidad, no tiene más que recordar las tensiones entre Nicaragua y El Salvador cuando se afirmaba la revolución Sandinista, y las “bases” de los contras financiados por EE.UU. en territorio salvadoreño).
Por nuestra parte, la profundización de las tensiones con Uruguay, aunque sea impensable cualquier tipo de agresión entre nuestro país y la nación hermana, colaboran sin duda al debilitamiento del Mercosur (obvio objetivo norteamericano), y añaden un nuevo frente de incerteza e inestabilidad a la posibilidad de la unidad latinoamericana. Ya hay opiniones de algunos periodistas “politólogos” que recomiendan sanciones comerciales a Uruguay, sin tomar en cuenta que dichas “sanciones” argentinas (y su repercusión internacional) lograrán solamente fortificar la balanza comercial de Brasil, país que tiene una política internacional coherente a través de los años, que desea liderar América del Sur, y que sabe que para ello hay dos condiciones sine qua non dentro del sistema: mantener alianza fuerte con Estados Unidos, y limitar el crecimiento argentino y venezolano.
¿Paranoia? Es posible. Sin embargo, como diría mi abuelita, “esta película ya la vi”. Y lo peor es que, cuando mi abuelita la vió, la película terminaba igual: mal.
Terminaba mal porque un enorme sector de nuestros pueblos se niega a “pensar en lo impensable”. Prefieren creer que es posible confiar en que la justa distribución de la riqueza, de la que hablábamos más arriba, puede llegar gracias al paternalismo de los gobernantes. Creen en la falacia de los “derechos inalienables”, cuando la realidad nos indica desde el comienzo de los tiempos que los derechos se conquistan y se mantienen con sangre, sudor y lágrimas.
No nos confundamos: las democracias son un bien conquistado, pero si no se las defiende, se caen como hojas en otoño, sin pena ni gloria.
Que yo sepa, la única nación latinoamericana que está organizando a su pueblo para una potencial defensa de la democracia, es Venezuela. Esperemos que esa organización llegue a tiempo.
Con respecto a nosotros, no estamos en riesgo aún. Pero si el gobierno decide profundizar su relación estratégica con las organizaciones libres del pueblo (sea por voluntad política propia o por exigencias y crecimiento de esas organizaciones) y eso lo conduce a una consiguiente consolidación de la democracia “real”, sin duda lo estaremos.
La “clase práctica” de realidad que estamos recibiendo de las otras naciones latinoamericanas, debería inducirnos a poner cuanto antes las barbas en remojo.
Cualquier otra actitud de indolencia y negación es una necedad. El dilema es claro: o nos conformamos con una democracia “formal”, o nos decidimos a construir un país.
En cualquiera de ambos casos, nos costará caro. Lo que debemos decidir es el precio que estamos dispuestos a pagar.

Enrique Gil Ibarra-29 de noviembre de 2007

viernes, noviembre 23, 2007

EL CONTRAMENSAJE DEL PENSAMIENTO NACIONAL COMO GUERRILLA SEMIÓTICA

Por José Luis Muñoz Azpiri



“Desde los años 80, el ámbito académico se ha ocupado poco del tema de la manipulación, como si ésta fuera el alegato de una izquierda trasnochada y no un procedimiento que arranca en el Occidente de los sofistas, y quizás de antes. Se podría decir que los sofistas fueron los primeros posmodernos. Se jactaban de estar en condiciones de defender una causa u otra con su discurso, al margen de su contenido de verdad. Aristóteles quebrará lanzas con estos tecnólogos de la palabra, destruyendo la ilusión del poderío de la retórica. Para él, el poder de la retórica debía apoyarse en una ética y no en una mera eficacia del discurso. No se trata de convencer a cualquier precio, utilizando todos los medios disponibles, sino de argumentar para el triunfo de la verdad, que es la causa final de todo discurso. El estagirita quiso convertir así a la retórica en una cultura del razonamiento argumentativo, del libre debate de las ideas, y no en un simple recetario al servicio de los mercaderes de la palabra, que siempre han buscado dar a lo falso toda apariencia de lo verdadero. La manipulación es eso, construir una imagen de lo real que tiene la apariencia de lo real, y que lleva al destinatario de la misma a actuar contra de sus propios intereses. La manipulación es mala por más que se ponga al servicio de una buena causa o se pretenda con ella evitar otras formas más perniciosas de violencia”(Colombres, Adolfo. Op Cit.)

Reformulando su contenido y elaborando y transmitiendo un mensaje de signo opuesto, el receptor se transforma a sí mismo en emisor y crea un contra-mensaje, que puede manifestarse de diversas formas. Puede ser individual o colectivo, emanado de grupos organizados, o ligados circunstancialmente por determinadas coincidencias. A grandes rasgos, puede ser un contra-mensaje horizontal o un contra-mensaje individual.
El primero, generalmente (aunque no siempre) oral, puede expresarse con gran riqueza en cuanto a variedades y formas. El ámbito laboral, el boliche o los negocios del barrio, la mesa familiar, el asado y las fiestas populares, son el ámbito natural de la forma más elemental del contra-mensaje horizontal: el diálogo.

El diálogo como instrumento elemental de transmisión del contra-mensaje logra su forma más acabada en las asambleas gremiales, en las discusiones en el local partidario, en reuniones de asociaciones vecinales, etc. Pero también en los cánticos con matiz político de las hinchadas de fútbol, muchas veces derivados de jingles publicitarios o en revistas alternativas como “Barcelona”. “Toda esta red de comunicaciones basada en la interacción social de grupos e individuos, conforma una especie de malla protectora, contra la penetración de la ideología de los medios de comunicación de masas al servicio de las clases dominantes”(Guetti, Alejandro. “El pueblo es un receptor activo”. En “Crear en la cultura nacional”Nº 14. junio / julio 1983).

El contra-mensaje vertical, a la inversa, es producido por grupos de receptores que se organizan para convertirse en emisores, proveyéndose de los medios tecnológicos a tal fin. Tal es el caso de esta iniciativa editorial de la Corporación Buenos Aires Sur S.E. o la pagina Web y el programa radial “Pensamiento nacional” que emitía “FM La Boca”.

Desde el momento que las comunicaciones y los medios se han transnacionalizado, no podemos esperar de ellos un mensaje emancipador o de afirmación nacional. Pero como la batalla por la identidad no puede ser librada fuera de los medios, no queda más, como primera medida, que salir a conquistar espacios en ellos o introducirnos en sus grietas para emitir mensajes alternativos y defenderlos luego de las conspiraciones que vendrán. En segundo término está la creación de medios alternativos, aunque tengan casi siempre un alcance restringido, como las radios comunitarias y algunos canales de cable.

Pero como “Dios escribe derecho por líneas torcidas”, la propia globalización nos ha brindado la formidable herramienta de Internet, que no reconoce fronteras ni autorización del secretario de redacción de un diario o el director de programación de un canal de televisión.

El especialista Paul Saffo, quien fue durante 25 años director del Instituto para el Futuro, de Palo Alto, Estados Unidos, advierte que Internet ha hecho que el e sistema actual esté en escombros, que las audiencias ya son fabricantes de contenidos y que, si bien no se sabe si esto llevará a la democracia directa o a dónde, está convencido de que “se creará una situación de hecho en la cual los canales de decisión informales contarán más que los formales”

Ya se cuentan por centenares las páginas Web de contenido nacional, muchas más de las que en un principio hubiéramos imaginado, tales como
www.elortiba.org
www.pensamientonacional.com.ar
www.nomeolvidesorg.com.ar

y muchísimas más, donde se ha abierto un fecundo foro de discusión, información e intercambio, ajeno a las academias, las fundaciones, los diarios familiares, el periodismo servil y el pensamiento oficial y regimentado. Es decir, está lo que podríamos llamar “guerrilla semiótica”, tarea a la que deben sumarse los intelectuales nacionales y los educadores probos y que consiste en devolver los falsos mensajes a sus emisores haciéndolos operar en su contra. Para ello es preciso proveer a la gente de instrumentos teóricos que le permitan tal desmontaje de todo lo estupidizante y antinacional que hay en los medios, así como defender su cultura (popular, nacional y americana) de la degradación a la que la somete la subcultura mercantilista.

Al tratar de desarrollar el tema de la respuesta popular (como vimos, real y concreta) a los medios de comunicación masivos controlados por el poder transnacional, no hemos querido más que relativizar el poder político e ideológico de los medios. En este sentido coincidimos plenamente con Carlos Campolongo, cuando en las postrimerías de la última dictadura escribió: “Otro punto que queremos destacar es una suerte de desmitificación, como creer que la revolución que la Argentina reclama se hará desde los medios de comunicación (...) No suplantan la acción política. Si se desarrolla en el gremio, la unidad básica, el comité, no habrá poderoso medio de comunicación que pueda torcer la voluntad decidida del pueblo”(Campolongo, Carlos. “Una propuesta popular para los medios de comunicación”. En “Crear en la cultura nacional”Nº 12, enero / marzo 1983).

Pero para desilusión de aquellos que soportaron estoicamente este fárrago, debemos decir que todo esto ya lo había anticipado y sintetizado Perón en “El Proyecto Nacional” (que lo tenía, pese a que algunos imbéciles lo nieguen y le atribuyan el mérito a Frondizi):

“Los medios de comunicación masivos se incrementaron, pese a ser sometidos a restricciones selectivas que respondían a los intereses de las filosofías dominantes. Así, dichos medios se convirtieron en vehículos para la penetración cultural. Por otra parte, es interesante observar lo que sucede con la comunicación de los grupos postergados o aislados de la sociedad, como en la práctica aconteció con el Movimiento Justicialista durante casi veinte anos. La respuesta no dejó lugar a dudas: cuando se observa una profunda fe en ideas y valores, la coerción interna no puede impedir que se desarrollen mecanismos informales de comunicación directa. Puede destruir los medios formales, pero no puede hacer lo mismo con aquellos cuya energía de transmisión nace del poder de la ideología del grupo. La opinión pública del país está lo suficientemente preparada para criticar las informaciones que recibe.” (Perón, Juan D. “Modelo Argentino para el Proyecto Nacional” Discurso del 1 de mayo de 1974)

Finalmente, acotaremos que el contra-mensaje, tal como lo hemos descrito, no deja de ser un instrumento de resistencia, aún en sus formas tecnológicamente más desarrolladas, debido a la dispersión que lo caracteriza.

“Inexorablemente, se llega a una instancia en la que la actividad cultural de las masas requiere un salto cualitativo que la eleve por sobre el nivel de la simple resistencia. Y el instrumento adecuado para ello, no es otro que el instrumento de poder político que aglutine y movilice todos los esfuerzos en torno de un programa nacional y popular” (Guetti, Alejandro. Op. Cit,)


José Luis Muñoz Azpiri (h)

miércoles, noviembre 21, 2007

El último servicio


Ayer, 20 de noviembre, en Trelew, tuvieron por fin sepultura los restos del compañero de la Juventud Peronista Horacio Bau, detenido-desaparecido junto a su pareja, Margarita, en noviembre de 1977.
Horacio fue un militante trelewense que a principios de los setenta se trasladó a la provincia de Buenos Aires, donde vivió hasta que la dictadura lo asesinó y lo enterró como NN en el cementerio de La Plata.
Este año el Equipo de Antropología Forense lo identificó y, a pedido de su hermano Jorge, su cuerpo fue traído hasta aquí para descansar por fin en su tierra.
Cuando me dirigía al cementerio para participar del acto (y debe destacarse la presencia de decenas de conciudadanos, desde el Gobernador de la provincia, el Intendente de la ciudad, Ministros, Secretarios, Madres de Plaza de mayo, parientes, amigos y vecinos), pensaba en la tragedia de un país que treinta años después todavía debe ocuparse de identificar cadáveres. Y me venía a la mente un trozo de un discurso de Videla, que habíamos escuchado el día anterior en el Centro Cultural por la Memoria de Trelew, cuando Eduardo Cittadini presentó su libro sobre la vida de otro compañero de la JP desaparecido, su hermano Ricardo Cittadini.
Me refiero a esa famosa frase en la que el ex General del espanto afirma más o menos que si estuvieran muertos, sería una cosa, si vivos, otra, pero que están desaparecidos, y entonces un desaparecido “no está, no existe, no tiene entidad”.
Esa concepción fue utilizada durante años por la dictadura militar para sostener que “los desaparecidos” podían estar “viviendo cómodamente en Europa”, “ocultándose de sus propios compañeros” o simplemente ser “un invento de la subversión”.
Sirvió también para algunos sectores de ¿argentinos? que acuñaron frases “heroicas” como “algo habrán hecho”, o “a mí nadie me vino a buscar”.
Permitió, asimismo, que germinara en buena parte de nuestro pueblo y en su dirigencia de aquel entonces la terrible “Teoría de los dos demonios”, de la que aún se nota el resabio cuando “bien intencionados” progresistas critican la represión genocida dividiendo las aguas con los que “no tenían nada que ver”, o entre los muertos y los sobrevivientes.
Pero no iba a esto. Los huesos de Horacio volvieron a Trelew, y cruelmente, irónicamente, como somos casi todos nosotros, pensaba que Horacio había “ascendido” de categoría, mal que les pesara a los milicos: Había pasado por fin de ser un desaparecido, un algo sin “entidad”, que “no está”, a ser un militante asesinado.
Se había convertido –finalmente- en una prueba más. Una prueba “viviente”, si me permiten la paradoja, desmintiendo (una vez más) a los generales, a los políticos obsecuentes de la dictadura, a los “idiotas útiles” (que lujo poder tratarlos así) del genocidio.
Horacio Bau, treinta años después de haber aceptado entregar su vida por ese país mejor en el que creía, prestaba ayer el último servicio a su Patria.
¿A alguien se le puede pedir más?

Enrique Gil Ibarra/Trelew

lunes, noviembre 19, 2007

La Producción de Carne y el Parasitismo Oligárquico

Por Nestor Gorojovsky
En el Clarín Rural del sábado 17 de noviembre se publicaron dos
artículos que, juntos, proveen una imagen condensada de lo que
significa la oligarquía argentina.

Cabe aclarar que no usamos el término "oligarquía" en sentido
peyorativo, como algunos estúpidos creen (hay razones para ello, pero
después hablamos de ellas). La usamos en un sentído técnico, el de
clases sociales que por medio de los mecanismos mercantiles obtienen
sus ganancias bajo formas aparentemente burguesas, pero que carecen de
un rasgo definitorio de las burguesías históricamente válidas, que son
aquellas que han logrado construir naciones capitalistas modernas (o a
las que se ha logrado obligar a hacerlo). Se trata de las condiciones
de su propia continuidad como clase. La burguesía, entendida como
núcleo de una formación capitalista autocentrada, se justifica
históricamente porque es la única clase dominante en la historia de la
humanidad para la cual es condición de existencia la ampliación y
profundización permanente de la escala productiva, la acumulación y la
innovación técnica. Este rasgo surge de la relación específica entre
cada burguesía de un país autocentrado y el conjunto de su población,
que constituye al mismo tiempo su mercado privilegiado y la fuente de
su riqueza.

Las oligarquías, en cambio, no tienen ese límite. Se insertan en el
flujo internacional de la riqueza como rentistas de circuitos
comerciales en los cuales la población local es indiferente, cuando no
problemática e incluso una enemiga de sus intereses. Engendran
sociedades no integradas, de dos velocidades, caracterizadas por
depender esencialmente del circuito económico internacional y del
comercio exterior, antes que por el circuito económico interno y su
propio comercio.

Es por eso que las oligarquías son una rémora tecnológica y una
lamprea social. Para ellas, la expansión del mercado interno no es un
objetivo en sí mismo, sino por el contrario es una consecuencia,
cuando se puede lograrla, de los flujos comerciales internacionales en
los que está inserta.

Ambos aspectos quedan magníficamente representados en los dos
artículos a que me refiero.

El primero es una noticia: (Ver Diario Clarín)

Bajo el título "Cuando la carne no es débil", informa que Barenbrug
Palaversich, una empresa semillera (que aparentemente es el nombre que
tomó tras su paso a manos del capital imperialista la vieja
Palaversich) hizo un ensayo donde "junto a investigadores, docentes,
directivos y alumnos de la Escuela Inchausti, de Valdés, Provincia de
Buenos Aires" descubrió (en 2007!) que se pueden desarrollar pasturas
de alto rendimiento a condición de que se las programe, planifique y
cuide. En vez de pensar el negocio como un rentista, que deja los
bichos para que se las arreglen en los campos bajos, "es un negocio
pensado para generar pasto y lograr que sean los más eficientes a la
hora de producir carne". Según se indica, ¨El primer año obtuvimos más
de 750 kilos promedio de rendimiento en una zona donde la media
regional es de entre 250 y 300 kilos de carne por hectárea y los
potenciales de más de 900 kilos que veíamos como lejanos hoy son una
realidad alcanzada". El tradicional límite productivo puesto por la
oferta de pasturas, estacional y natural, se invierte, y "uno de los
puntos para ser eficientes radica en lograr el mejor aprovechamiento
del pasto generado".

Nada nuevo bajo el sol: basta con preguntarle a cualquier plantador
de alfalfa en zonas de riego para descubrir que los bonaerenses
podrían tener esos rindes desde hace mucho más de un siglo. Claro que
para eso hace falta una clase social diferente a la que se expresa en
la otra nota, por la pluma de Arturo Navarro. Hombre de
Confederaciones Rurales Argentinas, y púdicamente presentado como
"consultor agropecuario", Navarro es uno de los máximos referentes de
las posiciones más repugnantemente parasitarias en el campo argentino.

No las cambia, por cierto.
Afirma en (ver segunda nota) entre otras cosas que pueden leerse abajo, que:

"La política populista de "carne barata para salarios bajos" que se
estableció en el país desde hace muchos años ha impedido realizar las
inversiones necesarias para desarrollar una industria con escala que
permita bajar los altos costos fijos y recuperar una mayor
competitividad en forma permanente", lamentable falsedad puesto que
hubo múltiples políticas desde hace muchos años. Arturo Navarro
debería recordar que desde 1945 hasta la fecha se han sucedido muchos
gobiernos, porque él y su organización madre estuvieron a favor de
todos los oligárquicos y en contra de los populares, y él mismo supo
salir al ruedo político varias veces: pese a todos los cambios de
gobierno, jamás se realizaron las "inversiones necesarias". Y luego,
dice que "Esta es una de las principales causas de la venta de
frigoríficos a los grandes grupos extranjeros, porque son los únicos
que en el contexto actual pueden invertir: ven el negocio a muy largo
plazo y a nuestro país en un rol estratégico como principal proveedor
por calidad y cantidad; saben que estamos en condiciones de producir y
exportar "una carne con marca propia". El negocio de ellos no es la
cuota Hilton."

Y porqué, pregunta uno, lo que es negocio para el frigorífico
extranjero no lo es para el nacional? Navarro nos explica,
reemplazando a su clase social por una abstracción (el "país"):

"El negocio a futuro del país es poder exportar el 50% de nuestra
producción a los mercados de gran poder adquisitivo como son EE.UU. y
Canadá, para poder entrar después en Japón y Corea si cumplimos con
todas las condiciones de esos mercados." Es decir: queremos la renta
mundial. Ése, y no nuestra población bien nutrida, es nuestro negocio.
Eso nos permite yugular al país real, y no queremos dejar de lado la
posición dominante que tenemos. Es por eso que -agitando además
fantasmas estúpidamente inexistentes, como la "emigración rural a los
grandes centros urbanos"- Navarro exige que "un proyecto de desarrollo
rural moderno y genuino" incluya "una política de estado para integrar
las producciones de carnes -vacunas, porcinas y aviar-, complementadas
con la producción de granos y la transformación en biocombustibles,
principalmente en todos las zonas extrapampeanas hacia donde está
siendo desplazada la ganadería al ampliarse la frontera agrícola."

Cuál es dicha política de Estado? La que muestra Palaversich, es decir
la de fomentar la utilización intensiva del suelo? No. Es la de
relegar a la población local para que se puedan exportar los cortes
buenos mientras nosotros comemos los malos. Típica respuesta colonial:
dejar de lado a los argentinos para que una minoría de coimeros,
contrabandistas, zánganos, estafadores y incompetentes sigan
cosechando las grandes producciones del... registro de propiedad: al
principio de la nota (es decir, no como resultado del razonamiento
sino como zoncera a imponer por mera repetición), Navarro estatuye que
"Los países exitosos... se abrieron al mundo y exportaron las carnes
de mayor valor", con lo cual los argentinos podremos "recuperar el
prestigio" y de esa manera podremos tener más cortes baratos para la
población local.

En realidad, los "países exitosos" son Estados Unidos, Nueva Zelandia,
Australia y Canadá. Que hicieron exactamente al revés de lo que
preconiza Navarro. Pero, claro, todos ellos heredaron la gran tarea de
limpieza social de la guerra de las Dos Rosas, de los primeros Tudor y
de Cromwell: en esos países no hay Navarros, no hay cipayos.

Como se ve, las cosas siguen bastante parecidas a lo que ocurría en la
década del 30. Cada vez que habla un oligarca, muge.

lunes, noviembre 12, 2007

Botnia: si no hay salida, golpear en la coliflor


Parece que las negociaciones entre Argentina y Uruguay han arribado a un punto sin retorno. Cuando las posiciones llegan a un “lugar de honor”, difícilmente los gobiernos, que dependen de su crédito político, se permiten retroceder.

La Argentina ha declarado que no admitirá que las papeleras funcionen y, por su parte, Uruguay ha reafirmado su “derecho a las decisiones soberanas”.

¿Y entonces? La mediación del sapientísimo rey Juan Carlos no va ni para atrás ni para adelante, como es lógico que suceda, ya que no hay un “medio” equitativo que pueda ser sostenido conformando a las partes: las papeleras no pueden funcionar “más o menos”, ni producir “un poquito”, ni contaminar la mitad uruguaya del río. La única solución posible para Juan Carlitos sería garantizar que remediará todos y cada uno de los deterioros que sufra el medio ambiente con los fondos de la corona.

No lo veo.

Uruguay por su parte, lo único que puede ofrecer es que “exigirá severamente el cumplimiento de todas las leyes y de los compromisos asumidos por las empresas….” Pero yo no le creo mucho ¿y usted?

Y Argentina está atrapada también entre el estero y el pantano, porque nuestro gobierno no puede dar marcha atrás, soportar las papeleras y “amigarse” con los charrúas sin un costo político insoportable de ser pagado aún antes de que Cristina asuma.

¿Y entonces? Es cuando yo suelo recurrir a la sabiduría de mi mujer, que para eso es abogada y estudió, caramba.

Hoy, en medio del despertar y observando el noticiero de las 6:00 (porque a esa hora nos levantamos) yo dije “habría que pegarles una pateadura”; y mi mujer secamente (cuando recién se despierta está de mal humor), me contestó: “Si, en el bolsillo. ¿Sabés cuánto les sacaría yo de daños y perjuicios por tener que oler a coliflor todo el día dentro de mi casa?”

¡Eureka! Y me puse a calcular:

Gualeguaychú tiene casi 100.000 habitantes que en estos momentos, y tal vez por varios días, según lo declara la propia empresa, deberán disfrutar del delicioso aroma de coliflor hervida hasta en su baño. ¿Cuánto puede valer eso en un juicio colectivo por daños y perjuicios para un juez argentino bienintencionado? ¿Diez mil pesos por habitante? ¿Quince mil?

En mi caso, por ejemplo, el olor a coliflor me produce vómitos incontrolables. Si yo viviera en Gualeguaychú estaría en estos instantes vomitando incesantemente sobre el teclado de mi computadora, y arriesgándome a una deshidratación severa. Usted, por su parte, tal vez estaría sufriendo retortijones de estómago dolorosísimos, y su hijo lloraría del asco, con el consiguiente sufrimiento y deterioro psicológico.

Pues hombre ¿qué esperamos? ¡A cobrar!

100.000 habitantes por un mínimo de 5.000 pesos, a mi me resulta la nada despreciable suma de $ 500.000.000 (si, quinientos millones) de indemnización. ¿Le dolerá a la empresa?

Usted me dirá: si, pero ¿cómo hacer que paguen, si están en otro país? Pero nuevamente recurrimos a la sabiduría de mi santa esposa, y descubrimos que existen convenios internacionales que precisamente cubren este tipo de casos, y en virtud a los cuales hasta se puede llegar a fallos muy rápidos en tribunales tipo La Haya ¿vio?

Porque, mis amigos, donde más les duelen las patadas al capitalismo es en el bolsillo. Y si no les ganamos por la moral, la ética y la ecología, podemos doblegarlos por la (pérdida de) ganancia.

Humildemente, yo sugiero golpear en la coliflor.


Enrique Gil Ibarra - noviembre del 2007

sábado, noviembre 10, 2007

Desaparecidos

EQUIPO ARGENTINO DE ANTROPOLOGIA FORENSE
CAMPAÑA


Si tenés un familiar víctima de desaparición forzada entre 1974 y 1983
Una simple muestra de tu sangre puede ayudar a identificarlo

0800-333-2334
www.eaaf.org/iniciativa

La toma de la muestra se realiza en todo el país en forma gratuita.
Todos los resultados obtenidos son confidenciales.

Nota: Hay muestras anteriores que sirven y otras que sería conveniente repetir porque ahora se cuenta con mejor tecnología, se recomienda que 3 familiares aporten sangre para una mayor efectividad de las identificaciones.

jueves, noviembre 08, 2007

Nosotros y ellos (el burro adelante…)

Digo, no porque nos espantemos, ya que la mayoría de los que alguna vez militamos (o los que lo seguimos haciendo) en el peronismo, no nos vamos a asustar de nada en esta democracia. Sino por una cuestión de las responsabilidades que nos competen.
Si, me refiero (cuándo no) al Movimiento Peronista.

Después de todo, no le vamos a pedir a Menem o a Duhalde que revitalicen el movimiento, si ellos fueron –entre otros- los que lo desarticularon.

Por eso, internamente, hoy se abre o debería abrirse, una diferencia interna. Hay dirigentes del peronismo que ya han planteado lanzarse a una renovación “profunda”, para revitalizar el partido. Francamente, me parece bien. Es absolutamente necesario.
Pero sé que allí se darán las divergencias entre qué es “revitalizar”, para nosotros, y qué para ellos.

Para “nosotros”, el partido sigue siendo sólo una herramienta electoral. “Revitalizarlo” significa, en todo caso, abrir el camino al nunca producido “trasvasamiento generacional”, que se desarrollen nuevos cuadros partidarios, que puedan los jóvenes acceder a las listas, que esas listas dejen de ser sábanas kilométricas repletas de desconocidos y poco más, porque sabemos que el partido nunca podrá expresar ninguna definición estratégica válida que no sea impulsada por el movimiento. Y hoy el movimiento no existe orgánicamente.

Para “ellos”, el partido lo es todo. De él dependen para existir políticamente. No conciben otra forma de vivir que no sea a través de cargos partidarios, electivos o ejecutivos. Muchos de ellos se han hecho millonarios gracias al peronismo, con la salvedad de que insisten en autorreferenciarse como “justicialistas” (les parecerá que queda más fino).

Algunos otros dirigentes, pocos, todavía siguen convencidos de que la política tiene un único objetivo que es el bienestar del pueblo, y han tragado sapos durante años para llegar a donde están: Gobernadores, Diputados, Senadores, que han logrado resistirse a costa de canas a la liberalización de los 90, y que ahora ven llegado el momento de retomar el camino peronista. Y que también son -claro está-, “nosotros”, aunque ocupen cargos partidarios.

Con esos pocos -más todos nosotros-, llega el momento de resignificar el peronismo. Y el peronismo, para “nosotros”, es el Movimiento. Porque el Partido no nos sirve para nada si el movimiento no existe. Y el movimiento no nos servirá si no recobra las banderas de Justicia Social, Independencia Económica y Soberanía Política.
Si, ya sé que hay compañeros que han quedado deslumbrados con las elecciones, y que ya se sienten como si volviéramos al 46. Pero el mundo es otro. La historia ha cambiado, y las derrotas nos han aggiornado, tal vez más de lo conveniente.

Algunos gobernadores, como Mario Das Neves, Celso Jaque, Manuel Urtubey, han comenzado a reunirse con un concepto claro: los gobiernos deben servir a los pueblos. Inclusive, algún vocero de ese sector ya ha lanzado la noción de “poskirchnerismo”. Son aquellos que, al igual que “nosotros”, hemos atravesado las últimas décadas sin sumarnos activamente a los “ismos” internos, y defendiendo a rajatabla el “yo soy peronista”, en el convencimiento de que las jefaturas coyunturales son solamente partidarias, y que responden a un contexto histórico que, mientras el Movimiento no logre condicionarlas, siempre nos superará.

Para “nosotros”, ha llegado el momento de la verdad: si vamos a demostrar que el peronismo todavía existe, es la época correcta. Si queremos que este octavo gobierno peronista que se inicia el 10 de diciembre modifique definitivamente la realidad del país, convirtiéndolo en una Nación dentro de la Patria Grande Latinoamericana, debemos comprender que la responsabilidad de lograrlo no reside ni en Cristina Kirchner, ni en sus ministros.
Recae exclusivamente en los esfuerzos que podamos hacer para demostrar que eso es “lo que el pueblo quiere”. Y la única manera de hacerlo es con un peronismo movilizado y estructurado: ergo, no podemos seguir “haciendo la plancha”. Hay que nadar en el río revuelto.

“Ellos” sueñan con ser caballos de pura sangre, y acceder al Jockey Club. Pero las características del burro incluyen la fuerza, el empuje, la obstinación. “Nosotros” hemos sobrevivido siendo “burros” y tirando para adelante. Es el tiempo de hacerlo de nuevo.


Enrique Gil Ibarra

Volverá y será millones…

Me encanta tener razón. Y anoche pude ver a nuestra no suficientemente ponderada heroína de la civilidad anunciando su (potencial) retorno a las lides electorales -si el pueblo así se lo exige, por supuesto- para garantizar la vigencia de la REPUBLICA.
¿Han observado que Lilita ya casi no habla de Democracia? Lo que le importa es la República. No desespero de escucharla en pocos meses citando a Alberdi (probablemente mal).

Nuestros “repúblicos” históricos han sido siempre conservadores (es decir, liberales). Siempre preocupados por la vigencia de los “valores” por sobre las “necesidades”. Defensores de la “libertad” mientras no sea “libertinaje”. De la democracia, mientras no les joda el bolsillo. De la moral, mientras las putas que se cojen sean las mujeres de otros.

A Lilita le pasa algo similar. Cuando era “nadie”, parecía (casi) de izquierda. Hoy, que se siente respaldada por “millones” de votantes, la hilacha se le despunta de la sotana blanca, y su auto promocionado cristianismo a la violeta se le ha perdido en los vericuetos de la globalización capitalista, porque ahora ya no le parecen injustas las injusticias del sistema con las que hace (tan pocos) años se llenaba la boca.

“Sin el ‘saqueo’ de boletas hubiéramos ganado”, dicen que dijo, y la mentira desvergonzada no la puso ni un poquito colorada, mientras protegían sus amplias espaldas próceres de la talla de Osvaldo Cortesi, Ricardo Urquiza, Alfonso Prat Gay y Patricia Bullrich.

Pero no se engañen, Carrió está convencida de que triunfará, por las buenas o por las malas. La ventaja de los “repúblicos” es que su ética personal les permite obviar nimiedades como las decisiones populares y afirmar muy sueltos de cuerpo que el gobierno que votó el pueblo “carece de legitimidad”. Vamos, que la democracia sólo es útil cuando nos da la razón a nosotros, y si no, pues lo que importa es la República, que casualmente somos también nosotros y no esos negros de mierda que no saben votar.

Lo que me asusta un poco es que si, hay que reconocer que la votaron demasiados para un pensamiento como ese. Lo que me consuela es que no, que no es lo mismo Hermes Binner que Patricia Bullrich, y que la gatería arrejuntada en la dirigencia de la “Coalición Cívica” ya empezó a mostrar las uñas.

¿Le surgirán apoyos externos? No me asombraría que, después de las internas del Partido Justicialista, los perdedores obligados (Menem, Rodríguez Saa, y los etcéteras), también descubran bruscamente su vocación “republicana”.

Después de todo, no puede ser casual que a nuestros recurrentes gorilas internos les hayan surgido solidarios apoyos electorales de “históricos dirigentes” del golpismo tucumano como el Dr. Pablo Roberto Calvetti: “Los republicanos y bussistas tenemos que votar al Dr. Alberto Rodríguez Saa porque es la única alternativa posible para sacar a los Montoneros del poder”.

En fin. Que como dirían los chinos, viviremos tiempos interesantes.


Enrique Gil Ibarra (noviembre del 2007)

¿Qué es un gorila? ¿Qué es un peronista?

Las elecciones han provocado reacciones curiosas. Algunos peronistas (que sin duda son gorilas), alertan sobre futuros ataques de los gorilas (algunos de los cuales merecerían ser peronistas); por su parte, los gorilas (que jamás querrán ser peronistas), se indignan por el accionar de los peronistas que no lo son.

Otros gorilas, que no saben porqué lo son, asumen irrazonablemente que todos los peronistas son, en realidad, lo que los peronistas en serio llamamos gorilas. Y los peronistas (los que somos peronistas) observamos el descalabro sin comprender cómo es posible que no comprendan nada.

Mientras tanto mi vieja, que ya tiene 85, afirma: ¡así anda el país! Y la verdad es que el país no anda tan mal, pero andá a explicarle a gorilas-gorilas, gorilas-peronistas y peronistas-peronistas, que las cosas no son soplar y hacer botellas.

En principio, es evidente que la cuestión es confusa. Digo, que me parece que se nos han mixturado tanto las bebidas, que los que creen que son algo, actúan como si fueran lo otro y viceversa, mientras que los que creen que no son nada, al no actuar, piensan que salvan sus papeles del incendio, mientras en realidad están trocando su DNI por un chupetín de menta.

Y entonces escuchamos a gorilas-gorilas que siguen insistiendo en que Evita era puta, pero en verdad les digo que ésos importan menos que una aceituna pasada.
Y vemos a peronistas-gorilas aullando sus loas al General y a la Santa, mientras regalan los recursos naturales, confían en el derrame capitalista y nos meten por la oreja que sí, que el peronismo es Justicia Social, pero que no hay que exagerar porque tampoco queremos ser Cuba, che, y después de todo pobres hubo siempre.
Y les comento que prefiero a algunos peronistas-fundamentalistas cristianuchis (antes se los llamaba peronistas-fachos), porque al menos esos tienen claro que con la Nación no se jode, y aunque está claro que pueden odiar a “los marxistas”, en realidad lo que proponen (aunque no lo sepan) es un socialismo con Jesús como Presidente Vitalicio pero (inevitablemente) Honorario, lo que en última instancia no es tan jodido como parece, o por lo menos a mí no me saca ni me pone nada.

Pero entonces: ¿Si hay peronistas-gorilas, qué cornos es un gorila? ¿Es realmente una antinomia demodé digna de mi tía vieja? ¿O es que lo demodé es el término, pero lo seguimos usando a falta de otro mejor? Dejando a Delfor de lado, lo cierto es que un Gorila-gorila es aquel que sigue insistiendo en que TODOS los peronistas somos tontitos que defendemos al General que nos cagó a lo largo de décadas. Que TODOS los peronistas somos tontitos que creemos en un peronismo que “evidentemente” ya no existe aunque una buena cantidad de gente (observen que no escribo “pueblo” para no incomodarlos) siga diciendo muy suelta de cuerpo “yo soy peronista”. Y que sigue afirmando que Menem, Duhalde, Cafiero, Grosso, y miles de otros “son” el peronismo, negándose a escuchar que no, que son “el partido”, que el peronismo es otra cosa. Pero no nos confundamos: esos no son los que no saben porqué son gorilas. Son los que no quieren saberlo, porque si lo averiguaran dejarían de ser gorilas-gorilas para convertirse (por lo menos) en gorilas-peronistas ¿se entiende?

“A ver, papá –me interrumpe mi pibe que tiene diez años y está leyendo de ojito- pero si hay gorilas-gorilas, y gorilas-peronistas, y peronistas-fachos ¿Qué carajo es un peronista-peronista?”
Como comprenderán, no acostumbro permitirle a mi hijo tamañas insolencias, pero por respeto al tema no puedo menos que explicarle:

-Un peronista-peronista es aquel que tiene claro que el peronismo representa más que su simple historia política, y que mientras esto siga siendo así, es la identidad nacional y popular del pueblo argentino. ¿Entendés?

- No.

- A ver: un peronista-peronista sabe que Perón no quería romper el sistema, sino lograr una sociedad más justa. Sabe que con eso no alcanzaba, pero entiende que era lo máximo que el pueblo argentino podía hacer en esa época, y por eso lo rescata. Sabe que el General penduló permanentemente entre el capitalismo y el socialismo y que en su tercera presidencia se definió equivocadamente por el capitalismo porque estaba viejo, porque había perdido parte de sus facultades y de su empuje, pero que eso no lo invalida ni para el pueblo ni para uno, porque a partir de las bases sentadas por el peronismo se puede continuar el camino. ¿Entendés?

- Nnno.

- Ufa. El peronismo-peronismo sabe que con “más Justicia Social” no basta, porque “más” o “menos” es una cuestión de “más o manos explotación”, o “más o menos injusticia”. La Justicia es Justicia, no puede medirse en plata. Pero además, el peronismo-peronismo tiene claro que no puede haber Justicia Social si no hay Independencia Económica, y eso significa que el país no puede estar atado a los designios de ningún otro país que quiera sacar ventaja de lo que nuestra gente produce. Y finalmente sabe que para que haya Independencia Económica tiene que haber Soberanía Política, que permita a los gobernantes tomar las decisiones económicas correctas. Por eso, la soberanía política nacional significa que el gobernante tiene que tener el poder para defender esas decisiones contra cualquiera, y para eso necesita al pueblo movilizado y preparado. ¿Entendés?

- Ah, ¿Como Fidel?

- No hijo, no. Porque Fidel es socialista, y entonces es marxista, no peronista.

- ¿Y?

- ¿Y cuántos países conocés en los que el socialismo haya triunfado y se pueda vivir en ellos?

- Cuba. Es linda.

- Si, bueno, pero también es peligrosa. Los peronistas-peronistas preferimos hablar de socialismo nacional.

- ¿Y la diferencia cuál es?

- No tengo la menor idea. Andá a dormir, que es tarde.

-Bueno, más o menos entendí lo del peronismo, y entiendo que haya gente que no quiera el socialismo nacional porque no les conviene. Pero ¿porqué hay gente que sí quiere el socialismo pero también es “gorila” como vos decís?

- Bueno, te lo explico, pero después te vas a dormir que yo tengo que terminar la nota. Resulta que el socialismo nuestro, el “socialismo” peronista es de negros brutos. En realidad, no sabemos cómo ni cuando, ni de qué manera vamos a cambiar el país. Solamente queremos cambiarlo, y vamos caminando para eso, y creemos que cuantos más seamos, mejor. Eso incluye, muchas veces, caminar con gente que no te cae bien. Gente que sabés que te puede traicionar, pero mientras tanto te sirve. ¿Entendés?

- Si, es como en los juegos de estrategia en internet.

- Exacto. Pero hay otros compañeros, que se dicen socialistas, que prefieren tener todo clarito antes de dar un paso. Entonces se juntan y discuten todo, y deciden cómo van a caminar, para qué lado, con quienes van a hacerlo, dónde van a descansar y quienes pueden acompañarlos y quienes no. Cuando tienen todo clarito, avanzan.

- ¿Y siempre se ponen de acuerdo?

- Casi nunca. Por eso es que para ellos nosotros no somos una buena compañía. Ellos piensan que dejamos muchas cosas para discutirlas después porque no las entendemos o no las sabemos.

-¿Por eso es que dicen que los peronistas son tontitos como vos escribías?

- Bueno, no lo dicen así, pero en realidad ellos creen que si uno no ha estudiado, no puede hacer una revolución. Y lo que pasa normalmente, no siempre, es que cuánto más estudiás, menos pueblo te sentís, menos entendés a los que no han estudiado y entonces los que no han podido estudiar no te dan bola. Eso es lo que les pasa.

- ¿Entonces puedo dejar de estudiar?

- No te hagás el pelotudo y andá a dormir, que mañana hay colegio.


Enrique Gil Ibarra (noviembre del 2007)

El pueblo no se equivoca

Un día después de las elecciones nacionales, los rechazados (por ese pueblo) en la elección, cubrirán su decepción con frases de la mayor “corrección política” del estilo de “el soberano ha manifestado su voluntad”, e inmediatamente surgirán las muy veladas críticas al “soberano”, que “no sabe votar”. Es complicado y difícil asumir que uno es el equivocado cuando pierde. Me tocó aprenderlo en 1983, cuando fuimos (correctamente) derrotados por Alfonsín. Pero lo aprendí bien, y no lo olvidé jamás.

Cuando un pueblo vota, funciona una especie de “corriente masiva de comprensión” que le permite, más allá de los medios, de las publicidades, de los engaños, elegir lo que entiende colectivamente como lo más correcto y beneficioso en la coyuntura que vive hoy. Porque los pueblos votan para hoy y para mañana, no para la década que vendrá.

Hay muchos, inclusive dentro de nuestro propio movimiento, que no logran comprender este “fenómeno cultural”. Que insisten en pretender que el pueblo debe votar como quieren ellos, o prefieren suponer que tienen razón, más allá de la evidencia flagrante. Entonces aparecen las calculadoras de bolsillo y las cuentas al revés: “Si la votó el 40%, quiere decir que el 60% no la votó”. Ergo, tengo razón, y el pueblo está equivocado.

Bueno. Pero no es así. Porque la realidad no funciona con lo que a mí me gustaría que hubiera. Funciona con lo que hay. Y el pueblo, que no es ni mago ni fantasioso, vota lo que más le conviene dentro de lo que hay, sabiendo que eso le permite seguir presionando para lograr lo que le gustaría que hubiera. ¿Parece un trabalenguas? Sin embargo es muy simple. Basta con querer comprenderlo.

Los que votamos a Cristina Kirchner podemos reiterar hoy que quedaron algunas cosas claras (ayer también lo estaban, pero hoy se pueden firmar):

a) El peronismo sigue siendo la única alternativa válida para la clase trabajadora argentina al día de hoy.

b) Una gran parte de las clases medias, concentradas en los principales centros urbanos, (y el ejemplo más claro es la Capital Federal), es capaz de votar cualquier cosa, mientras no tenga olor a peronismo. (¿Macri hace 60 días y Lilita Carrió ayer? Caramba).

c) La antinomia imperialismo/nación está más vigente que nunca.

d) Ninguno de nuestros dirigentes nacionales tiene todavía un proyecto nacional que pueda consensuarse mayoritariamente.

Luego de estas obviedades, confirmadas por los hechos, y que ya no merecen discusión, pensemos en mañana:

La oposición no existe organizadamente. La coalición de Lilita no es un partido, ni siquiera un frente, y está cohesionada sólo por la “imagen” de la gorda, pero en realidad es una bolsa de gatos. Esto es: el ARI no salió segundo, ni de lejos, y la Coalición Cívica se partirá en cuatro pedazos en cuanto empiecen a pelear por la supremacía.

El radicalismo está partido en dos, y esto seguirá por largo tiempo: los radicales que fueron con Lavagna lo abandonarán mañana mismo (es un decir) y se reacomodarán en una especie de “Renovación y Cambio”, en tanto que los “radicales K” dejarán de ser “K” en cuanto puedan, para empezar a acumular poder por sí, y generarán una especie de “Renovación sin cambio”.

El sector político del peronismo ortodoxo pejotista ha fenecido junto a Menem, el Adolfo y el Alberto. No así el sindicalismo peronista ortodoxo, que saldrá bruscamente a intentar recuperar laureles; es posible que asistamos a una insospechada y combativa convergencia táctica entre la CGT y la CTA, que dará lugar, como corresponde, a nuevos reacomodamientos políticos pejotistas, y así hasta el hartazgo.

La izquierda tradicional ha demostrado nuevamente que le encanta correr hacia su extinción, y que se opondrá activamente a cuantos esfuerzos se hagan para salvarla.

La “Nueva Derecha” (Sobisch, Blumberg, López Murphy), aún no se anima a decir públicamente que con los militares estábamos mejor, pero si les damos un poco de tiempo lo harán, no desesperemos.

Queda esa entelequia que los peronistas llamamos el “campo popular”, que afronta el desafío de transformar una democracia formal en un gobierno popular real, y que, digamos la verdad, aún no tiene la más puta idea de cómo hacerlo.

Los próximos 4 años serán difíciles. El ciclo económico de crecimiento lleva ya varios años, y no durará para siempre. Será en ese momento cuando se acabarán los juegos, y nuestra flamante presidenta deberá adoptar uno de los senderos que se bifurcan irreconciliablemente.

La eterna tragedia del peronismo son los segundos gobiernos. En ellos, cuando ya no existe “la herencia recibida”, es cuando el pueblo nos recuerda cuántos pares son tres botas. Allí se acaban las coyunturas personalistas, y es cuando se ve si los proyectos son peronistas (Justicia Social, Soberanía Política, Independencia Económica), o bien no pasan de “una sociedad un poco más justa”, que es casi lo mismo que decir “peronismo, las pelotas”.

El peronismo en serio excede los gobernantes. El problema sobreviene cuando los peronistas dejamos de entenderlo así. Hablamos entonces de “menemismo”, “duhaldismo”, “kirchnerismo” o ¿”cristinismo”? Coyunturas.

Si pensamos que ganamos porque ganamos la elección, perderemos a corto plazo, y otra vez a remar en seco.

El Proyecto Nacional depende del pueblo. Si no creamos dentro del peronismo una Tendencia Nacional y Popular que galvanice al Movimiento, apoyando a este gobierno para “ayudarlo” decididamente a ir por mucho más, habremos perdido otra oportunidad y estaremos (¡otra vez!), en el horno.


Enrique Gil Ibarra (29 de octubre del 2007)

¿Por qué fracasa la izquierda argentina y el peronismo sobrevive?

Aclaración: El objeto de este análisis NO ES denostar a los compañeros de la izquierda marxista nacional, sino ver hasta qué punto el motivo de sus fracasos reiterados en nuestro país no se produce por su ideología, sino por una errónea aplicación práctica. Siempre subsiste en los planteos y cuestionamientos el propósito honesto de dilucidar las instancias político-organizativas para el desarrollo de una herramienta popular que tienda a la Liberación Nacional y Social de nuestro país. Creo que este es un debate necesario y, por lo que sé, se está produciendo en todos los ámbitos, en todas las agrupaciones, partidos y organizaciones de todo el país, peronistas y no peronistas, se desprenderá la concepción revolucionaria que (seamos optimistas) podrá llevar adelante esa construcción.

1. El esquema marxista ortodoxo

Dentro de la estructura doctrinaria del marxismo-leninismo ortodoxo, la herramienta central es el Partido Revolucionario: Una organización de cuadros altamente preparados, con un total conocimiento de la ideología, organizados en células estancas, con una jerarquía preestablecida y basada en el grado de identificación con la línea estratégica fijada por el Comité Central.
El Partido Revolucionario constituye una pirámide con su vértice conformado por los miembros de la conducción (Comité Central) y una base estrecha constituida por los “camaradas” de menor nivel (células de base). Entre ambos niveles suele haber entre cuatro y seis instancias jerárquicas.
Inmediatamente debajo de la estructura partidaria, y conducidas por los camaradas de base, se sitúan las células de “amigos” o “simpatizantes” del Partido, conformadas por aquellos “compañeros” cuyo nivel de compromiso militante o su conocimiento de la línea y –fundamentalmente- la aceptación de la disciplina partidaria aún no alcanzan el nivel mínimo establecido para una completa integración.
Estos “amigos” del Partido suelen ser referentes barriales, dirigentes de estructuras de superficie del Partido, dirigentes de agrupaciones estudiantiles, intelectuales, comerciantes, empresarios, etc. Estos sectores conforman lo que el Partido Revolucionario marxista ortodoxo denomina “Movimiento de Masas”.
A partir de aquí, la estructura se torna difusa. Idealmente, ese “Movimiento de masas” debería conducir el embrión de lo que el marxismo ortodoxo denomina “Frente popular revolucionario”, estructura bastante amorfa que supuestamente realizará la revolución. Esta revolución puede darse de dos maneras (siempre según el marxismo ortodoxo):

a) A través de una huelga general revolucionaria por tiempo indefinido, que provocará la crisis terminal del sistema y obligará al traspaso del poder al pueblo.

b) A través de una insurrección popular que desemboque en una guerra civil (que puede ser prolongada o no, de acuerdo a las variables conceptuales: leninistas, trotskistas, maoístas, stalinistas).

En ambas variantes se establece una condición indispensable, que es la fractura de las fuerzas armadas y que un sector importante de éstas se vuelque al campo popular.
La alternativa electoral no es considerada por los Partidos Revolucionarios marxistas como una opción de acceso al poder, ni tampoco al gobierno. Su participación en elecciones (si confiamos en la honestidad moral de sus dirigentes, por supuesto), tiene como único objetivo la “denuncia” del fraude que representa el régimen democrático, y obtener si es posible una tribuna (cargos legislativos) desde la cual hacer escuchar sus propuestas y críticas.

1.1. Ventajas de la estructura marxista ortodoxa

a) La centralización. La construcción piramidal les permite lograr una cohesión de sus fuerzas muy elevada, así como una muy buena disciplina militante.

b) La línea estratégica es conocida y admitida por todos sus cuadros en su totalidad. Las instancias tácticas y coyunturales no representan así problemas organizativos, ya que se enmarcan dentro de un plan general.

c) Las disidencias internas son inmediatamente detectadas y expurgadas, conservando el Partido el control absoluto de sus cuadros leales (ascensos, promociones).

1.2. Desventajas de la estructura marxista ortodoxa

a) La centralización. La estructura del Partido Revolucionario marxista ortodoxo y sus organizaciones representan una pirámide en la cúspide de otra pirámide. El control absoluto sobre sus integrantes, si bien garantiza la cohesión, elimina la creatividad de sus cuadros, limita totalmente la improvisación y todo desarrollo político que no sea el previsto.

b) La ortodoxia marxista -debida a que los Partidos Revolucionarios en la Argentina han reemplazado de hecho la ideología (materialismo dialéctico) por el dogma (determinismo histórico)-, les impide considerar y evaluar alternativas que se aparten de los preconceptos teóricos fijados. (Ejemplo: la incapacidad de comprender el fenómeno peronista). Por lo tanto, su ligazón con el pueblo siempre ha estado condicionada al concepto teórico de lo “revolucionariamente correcto”, desechando totalmente la teoría de “lo posible”.

c) Su concepción partidaria es a final de cuentas elitista en lo político, y conduce obligatoriamente a la deformación de “vanguardia esclarecida”, lo que provoca la declamación permanente del carácter marxista-leninista de su estructura y les impide convertirse en referentes reales de las masas populares.

d) Su apego a la ortodoxia les produce permanentes disidencias que, al no poder saldarse internamente debido a la férrea y necia conducción, se resuelven en escisiones y fracturas, con la consiguiente creación de nuevos y minúsculos “Partidos Revolucionarios”, que indefectiblemente recorren el mismo camino una y otra vez.
(Nota: debe reconocerse que este error fue cometido también por la organización Montoneros al asumirse como Partido Montonero, incorporando todos los errores de concepción del marxismo dogmático).


2. El esquema peronista


Desde su aparición en la escena política nacional, el peronismo fue definido por Perón como un Movimiento Nacional, que englobaba un sector social denominado “clase trabajadora”. Este apelativo, que inicialmente fue un eufemismo utilizado por el General para distinguir su concepción “nacional y popular” de los criterios marxistas “proletarios”, se convirtió en un breve lapso en una definición doctrinaria que afirmaba para el peronismo la oposición a la lucha de clases. En ese marco, el Movimiento Peronista comprendía (idealmente) a todos aquellos que podían coincidir con los conceptos de Justicia Social, Soberanía Política e Independencia Económica. Esta interpretación de Perón posibilitó el inesperado crecimiento de su estructura política y la llevó a niveles de representatividad popular que jamás se habían alcanzado en América Latina.
Sin embargo, para mantener esa situación era necesario concentrar permanentemente la posibilidad de generar doctrina, ya que la masividad del movimiento exigía contentar y contener a sectores con intereses contradictorios. La interpretación de la realidad no podía entonces quedar en manos de una estructura colegiada, que obligatoriamente hubiera generado conflictos y disidencias internas y externas reduciendo a mediano plazo el caudal de poder del Movimiento. Perón concentra sobre sí esa tarea con exclusividad, generando un Consejo Superior del cual era, en la práctica, el único integrante con voz y voto. Asimismo, si entre el Consejo Superior y las bases del Movimiento existieran intermediarios, la doctrina sería mediatizada por ellos y adecuada a sus intereses sectoriales, lo que terminaría encorsetando al propio Perón. Se adopta entonces el modelo de comunicación directa entre el líder y las masas: un movimiento absolutamente horizontal, con un único emergente.
Para confirmar este análisis, surge claramente el ejemplo de Evita, que en poco tiempo comienza a cumplir ese rol de intermediaria entre el conductor y el pueblo. El discurso y el accionar de Evita mediatizan la doctrina hasta tal punto que el movimiento se sectoriza rápidamente. Comienza a generarse la división de intereses que Perón procuraba evitar. La absoluta inclinación de Evita hacia “los grasitas”, “los descamisados”, genera resquemores, miedo e indignación entre los militares, la iglesia y la clase media, que inicialmente aceptaban al General, en tanto su proyecto fuera difusamente humanitario y “justicialista”.

2.1. Partido y movimiento

El movimiento, en tanto masivo, garantiza el poder. Pero ese poder se formaliza en el gobierno y, por consiguiente, en una estructura capaz de ganar elecciones. Esa estructura no puede ser un partido tradicional -en la medida que sus integrantes (generalmente de clase media) empezarían a definir políticas-, ni un partido revolucionario, porque obligaría a adoptar una ideología obrera (y el abandono de la “tercera posición”). Surge así la concepción peronista del partido como “herramienta electoral”. En la práctica, un engendro informe que no conduce a nadie, que no genera cuadros, que sólo existe para presentar una lista de candidatos, todos ellos integrantes del Movimiento, todos ellos leales a Perón. Se limita de esta forma la posibilidad de que el “partido” genere conflictos internos, o intente determinar la estrategia de poder.
Pero, si el movimiento (que garantiza el poder) está conducido sólo por un individuo, y el partido (que garantiza las elecciones) no conduce a nadie, es suficiente eliminar al individuo (o que este traicione al pueblo) para descabezar al movimiento y al partido.
¿Y porqué sobrevive el movimiento luego de la Revolución Libertadora? Pues simplemente porque para mantenerlo vivo Perón se vio obligado a aceptar esos “intermediarios” que antes rechazaba. Se crea así un Comando Táctico, que conduce la política en el territorio, y que es encabezado por un “Delegado Personal” de Perón. La mediatización de la doctrina es inevitable y el movimiento se sectoriza: Combativos, Dialoguistas, Participacionistas, todos “interpretan” a Perón.
Si “la organización vence al tiempo”, esta modificación debiera haber cambiado sustancialmente la realidad horizontal del movimiento. Pero ocurre que todos los “intermediarios” carecen, desde el punto de vista del pueblo, de poder personal. Su poder es ejercido por “delegación”, y es otorgado o retirado de acuerdo al parecer exclusivo del “Comando Superior”. Y cuando existe un conato de oposición, se produce la intervención sumaria (Vandor-Isabel/1965).
Es así que el Movimiento Peronista llega al 73 sin estructura organizativa global. Existen, si, sectores internos que luchan por el poder delegado suponiendo que “su” interpretación de las intenciones del conductor es la correcta. Desde luego, esto no es posible. Perón no era “interpretable” y su muerte en el 74 deja al movimiento peronista sin estructuras, sin proyecto de poder y en manos de un partido político manejado por esos sectores de “clase media” cuyo único objetivo es mantener sus privilegios personales.
El resultado es que el Movimiento se fractura en la práctica, convirtiéndose en un agrupamiento de sectores que, con diferentes concepciones estratégicas de país, comparten una identificación política táctica: el Partido Justicialista.
Mantener viva esta identificación fue un objetivo central para el conjunto del justicialismo (no para el peronismo), ya que al haberse perdido el objetivo común de poder del Movimiento Peronista, lo único que resta es el proyecto partidario de alcanzar el gobierno. La clase media partidaria se lanza entonces a la lucha interna para reducir el poder de los “movimientistas” civilizando al partido, haciéndolo “aceptable” para el establishment.
Con la derrota electoral del 83 (Luder/Bittel) termina de quebrarse el movimiento. El partido, desde la “Renovación”, asume definitivamente el control político (y los métodos de conducción liberales) y esta situación desemboca en 1989 con el triunfo de Carlos Menem como emergente de una situación interna en la que las declamaciones supuestamente justicialistas han reemplazado al peronismo revolucionario.
Luego de la desaparición orgánica del Movimiento, el partido puede cumplir finalmente con su mayor aspiración: convertirse en un reducto rentable para sus dirigentes. Se implanta definitivamente el clientelismo, la compra de punteros y se “alambran” los territorios convirtiéndolos en feudos de propiedad indiscutida. El que maneja el dinero, controla el partido. Los dirigentes intermedios, para crecer, deben corromperse a su vez. A través de Grosso, Cafiero, Menem, Duhalde y todos los dirigentes partidarios que hemos sufrido y soportado, llegamos al día de hoy.


2.1.1. Ventajas del movimientismo peronista

a) La ventaja principal del esquema peronista es la acumulación cuantitativa. Es evidente que la construcción de un movimiento de masas está basada en el “mínimo común denominador” del nivel de conciencia. Pero cualquier intento de elevación de ese mínimo, que no esté respaldado por un proyecto de poder aceptable para esas masas, disminuirá las posibilidades de acumulación.

b) La concepción del partido como “herramienta electoral” permite mantener bajo control político a los sectores vacilantes del movimiento (la burguesía nacional reformista) y proporciona una fachada aceptable a la construcción revolucionaria. Este esquema ha dado buenos resultados en otras experiencias (Ejemplo: el Sinn Fein y el IRA en Irlanda) pero para que funcione es imprescindible una correcta evaluación de las diferencias entre “gobierno” y “poder”.

2.2. Desventajas del esquema peronista

a) La horizontalidad no permite la generación de conductores que puedan remplazar al conductor único, y mucho menos permite la creación de una conducción colegiada. No hay de esta forma “organización que venza al tiempo”, ya que en verdad este supuesto “horizontalismo” no es otra cosa que un verticalismo extremo.

b) La construcción de un movimiento basado en el “mínimo común denominador” solo es rentable cuando la conducción es capaz de generar un proyecto de poder viable en el tiempo y transmisible a sus cuadros. De esta forma, puede elevarse el mínimo y llevar al movimiento a la “masa crítica”. De lo contrario, las tensiones internas terminan por desguazarlo o, lo que es peor, el movimiento transfiere sus esperanzas de poder al proyecto electoral, perdiendo su objetivo principal.

c) No existe una ideología estable. Al basarse en doctrina, las “verdades programáticas” varían de acuerdo a las realidades coyunturales. (Ejemplo: “para un peronista no existe nada mejor que otro peronista” vs. “para un argentino.....”). Esto se produce porque siendo la realidad la única verdad, la manera de modificarla varía según los objetivos del “interpretante” de esa realidad. Si el objetivo es el acceso al poder con un propósito revolucionario, las acciones a introducir (aún pudiendo ser reformistas en el corto plazo) adquirirán una categoría cualitativa. Si por el contrario el objetivo es sólo el gobierno, las acciones serán sólo cuantitativas y coyunturales.


3. ¿Por qué reconstruir el Movimiento de Liberación Nacional?


Tomamos como indiscutible la identificación de la Liberación Nacional y Social argentina como un proceso revolucionario, por lo que la expresión “revolución” debe entenderse en ese sentido.
Debería ser posible, para la construcción de una herramienta popular y revolucionaria en la Argentina, conjugar las ventajas de los distintos sistemas organizativos analizados, obviando sus desventajas. Insistimos en la identificación peronista (más allá del sentimiento personal) por una concepción racional de lo que actualmente puede ser aceptado por el pueblo argentino, manteniendo al mismo tiempo nuestro objetivo estratégico, que es, indudablemente, que el pueblo acceda al poder. Tener claras las diferencias entre las instancias de gobierno y poder es imprescindible.

3.1.

Las estructuras de un Movimiento de Liberación deben ser englobadoras, no segmentadas, y ser coherentes con el criterio conceptual de representatividad popular. Sabemos que no podemos construir un partido revolucionario con el esquema marxista porque no corresponde a las necesidades ni a la identificación política de nuestro pueblo. Sabemos también que no debemos repetir los errores del esquema peronista porque no nos permitirán trasponer el umbral entre el reformismo y la revolución.
Por esto, deberemos crear estructuras que nos posibiliten las siguientes condiciones:

a) La preservación del objetivo estratégico (el acceso del poder).
b) La acumulación de fuerzas cualitativas.
c) La acumulación de fuerzas cuantitativas.
d) La alianza estratégica con sectores que defiendan los intereses nacionales.
e) La alianza táctica con sectores que mantengan contradicciones con el imperio.


hendrix (septiembre del 2007)

La segunda posición

Sin ánimo de polemizar, sugiero el replanteo del tema de la “tercera posición”, ya que a la luz de lo sucedido en el mundo en las últimas décadas, me parece desactualizado.

La primera posición era el individualismo liberal, triunfante a través de la Revolución Francesa, sobre el que se desarrolló el capitalismo industrial. Su consecuencia inmediata fue la “proletarización” de los trabajadores y la generación de una natural reacción contra las formas de explotación inhumanas que había implantado en las relaciones laborales.
La segunda posición sería la que representó la reacción contra esa explotación: el llamado socialismo “científico” originado en los estudios y propuestas de Marx y de Engels, que convocaban a la lucha de clases y a la solidaridad internacional de los “proletarios” del mundo, sin barreras nacionales, para implantar la “dictadura del proletariado” y comenzar la construcción del socialismo hasta llegar al paraíso comunista, donde no habría más clases ni explotación del hombre por el hombre, y ni siquiera Estado, pues desaparecería por innecesario, al ser concebido como un simple instrumento de explotación, al servicio de la clase dominante: la burguesía capitalista
Al margen de los erróneos presupuestos sobre los que se desarrollaron ambas posiciones y de lo indemostrable de sus propuestas en el marco del devenir histórico; la realidad que generaron fue: la de la explotación del hombre por el hombre en la primera y la de la explotación del hombre por el Estado, con la consecuente pérdida total de la libertad individual, en la segunda.

Salvando la diferencia de que la tercera posición no es EL justicialismo, sino uno de sus postulados, a partir de la caída del muro de Berlín, la desintegración de la URSS y la conversión de China a un capitalismo de Estado, y al dejar de existir un mundo bipolar con potencias ideológicamente adversarias, no puede menos que reanalizarse nuestra posición como peronistas al respecto.

Occidente y Oriente hoy son aliados objetivos. Su pelea por la dominación mundial no es un problema de pretender diferentes caminos para el planeta, sino por predominio en el control de un único camino. Desde ese punto de vista, el planeta ya no se divide en países capitalistas o comunistas, sino en ricos y pobres y, dentro de esta última división, países pobres productores de materias primas/recursos naturales y países pobres carentes de los mismos.

Esos países pobres, (que ya no pueden ser denominados “tercer mundo”, puesto que uno de los dos primeros desapareció y se integró al primer mundo capitalista) sufren por esa división de posibilidades productoras dos diferentes destinos prefijados por el Imperio:

Los países pobres sin recursos naturales estratégicos (petróleo, agua, minerales) ni materias primas excedentes (commodities) tienen paradójicamente una superpoblación importante. La solución prevista por el stablishment de los países centrales es su extinción. No existe otra explicación para que continentes como Africa, por ejemplo, sean abandonados a su suerte desde hace décadas, sin más “ayuda” que la proporcionada por la ONU (aspirinas para el cáncer) o el Banco Mundial. Creo, aunque se me pueda acusar de paranoico, que el objetivo a largo plazo es obtener como resultado enormes extensiones casi vírgenes, que puedan utilizarse como nuevos graneros con tecnologías sofisticas, y utilizando a la población remanente (los sobrevivientes de las hambrunas, SIDA y sequías) como mano de obra cuasi esclava.

Los otros países pobres, (incluyo en esta categoría a aquellos países potencialmente ricos (como los países árabes, productores de petróleo) pero con pueblos pauperizados, estarían previstos por los países centrales como productores de alimentos hoy y como reservorios de recursos naturales en un mañana no tan lejano. Para ello, la necesidad imprescindible es mantenerlos como colonias o semi colonias disfrazadas.

Es en este marco obvio (y perdón por plantear lo evidente), que nuestra situación doctrinaria de “tercera posición” varía sustancialmente. Sabemos, como planteaba Perón, que la liberación definitiva de la Argentina es imposible sin que avance el criterio continentalista que permita unir, en una comunidad de intereses a aquellos países latinoamericanos que comparten nuestros problemas y que son, por lo tanto, aliados objetivos en esta lucha.
En el tiempo, nadie discute que podemos sacudirnos de encima el dominio o el peso del Imperio como país aislado. Pero ¿cuánto duraría esa “liberación nacional” si no pudiéramos apoyarnos en otras naciones?
La tercera posición de Perón significaba un equilibrio de poderes: al no optar ni por uno ni por otro imperialismo, el planteo estratégico del General se sustentaba en que podíamos mantener una independencia “negociando” con ambos sectores, ya que cualquier avance de uno de ellos, ocasionaba la respuesta del otro (esferas de influencia). Al desaparecer uno de los factores de poder, se impone un replanteo de la situación y de la estrategia.
Hoy, con un mundo globalizado por el capitalismo, un desequilibrio en América Latina, por ejemplo, se compensa en Afganistán, o en Turquía, o en Irak.
Nuestra tercera posición, entonces, implicaría desconocer esta nueva realidad.
Me parece que debemos reflotar la teoría de Fanon de países centrales y países periféricos, ya que es la que creo mejor se adecua a esta situación, y a partir de allí generar una nueva concepción de la ubicación y el rol que el peronismo (y por consiguiente la Argentina) deben jugar en el contexto geopolítico.
La división países pobres/ricos es la actual división del mundo, y esto implica la diferenciación ideológica. Las alianzas estratégicas actualmente están marcadas por esa línea, y no por otras.
Nos guste o no, estamos integrados en un segundo mundo dependiente. Nuestra “segunda posición” me parece ineludible.


Enrique Gil Ibarra

Sobre el infantilismo partidocrático

Durante las múltiples conversaciones que mantenemos con los compañeros de distintos lugares del país, se presenta nuevamente como problema aparentemente irresoluble el extremo fraccionamiento que sufre el campo popular, dividido actualmente en decenas de pequeñas organizaciones, cada una de las cuales convencida de la justeza de su accionar y de su correcto análisis que las llevará, sin duda, a encabezar el proceso revolucionario en Argentina.
En casi todas ellas, el desprecio hacia el peronismo es, si no expreso, latente. En casi todas ellas, existe la desesperación por una identificación marxista “sin fisuras”, considerando esta identificación pública como una confirmación práctica del “revolucionarismo” de sus miembros, en lugar de la adopción de un método de análisis que sirve para adecuar la teoría revolucionaria a la realidad.
En este marco, nuestro país está cubierto de sur a norte por una enorme cantidad de militantes honestos, bienintencionados y (creen ser) muy capacitados en materialismo dialéctico, que no pueden desentrañar el misterio de un pueblo que no los respalda ni los respaldará.

El mes pasado se han producido las mayores manifestaciones populares de los últimos años, debido al asesinato de Carlos Fuentealba en Neuquén. Cincuenta mil compañeros en Capital Federal y treinta mil en la mencionada provincia han sido las más importantes. ¿Ha quedado un rédito organizativo de esas movilizaciones populares? ¿Ha logrado alguna organización política revolucionaria capitalizar en estructura la justa indignación popular?
Si a esta altura de la reflexión alguno de los lectores piensa que es inmoral sugerir “capitalizar políticamente” el asesinato del compañero Fuentealba, debe volver atrás las páginas y replantearse severamente porqué está militando. (La ingenuidad no tiene lugar en la revolución, si existe un correcto camino de búsqueda de poder popular).
La proliferación del partidismo “revolucionario” en nuestro país no es nueva. Dejando de lado las distintas fracturas menores de la F.O.R.A. y las divergencias entre las distintas vertientes socialistas durante la primera mitad del siglo XX, la fractura importante de la izquierda argentina comienza en la segunda mitad de ese siglo. Sin ser históricamente estrictos, podríamos fijarla a partir de 1955, y del primer derrocamiento del peronismo.

Es en ese momento cuando definitivamente la izquierda nacional pierde el rumbo y, mezclando estrategias rígidas que responden a necesidades políticas de sus países referentes, con tácticas conspirativas antinacionales, se separa del nivel de conciencia del pueblo argentino. Por consiguiente, al negar la identidad política del pueblo (ya que ésta no coincide con las especificaciones teóricas prefijadas) y rechazar su integración al Movimiento Nacional y Popular (ya que éste no proclama la revolución proletaria), la consecuencia ineludible es la creación de un nuevo “partido revolucionario” que obligatoriamente debe llenar el supuesto vacío existente.
El problema es que, al no existir ese vacío en la conciencia popular, todos los “partidos de la revolución” fracasan sucesivamente, dando entones lugar a nuevas y múltiples fracciones minoritarias.

Citemos a Lenin: “El bolchevismo existe, como corriente del pensamiento político y como partido político, desde 1903. Sólo la historia del bolchevismo, en todo el periodo de su existencia, puede explicar de un modo satisfactorio por qué el bolchevismo pudo forjar y mantener, en las condiciones más difíciles, la disciplina férrea necesaria para la victoria del proletariado.
La primera pregunta que surge es la siguiente: ¿cómo se mantiene la disciplina del partido revolucionario del proletariado? ¿Cómo se controla? ¿Cómo se refuerza? Primero por la conciencia de la vanguardia proletaria y por su fidelidad a la revolución, por su firmeza, por su espíritu de sacrificio, por su heroísmo. Segundo, por su capacidad de vincularse, aproximarse y hasta cierto punto, si queréis, fundirse con las más grandes masas trabajadoras, en primer término con la masa proletaria, pero también con la masa trabajadora no proletaria”.

Caramba. ¿también con los no proletarios? Bueno, lo que sucede es que Lenin sabía que la tan mentada “dictadura del proletariado” viene después, cuando (y si) el proletariado (y esa masa no proletaria) estén dispuestos a asumirla, y no cuando un pequeño grupo de bolcheviques lo decidan y proclamen.
Fundirse con las “las más grandes masas trabajadoras” significa precisamente eso. Entiendo “fundir” como “reducir a una sola dos o más cosas diferentes” y en una segunda acepción como “unión de intereses, ideas o partidos”. ¿Han intentado realmente los partidos “revolucionarios” en Argentina esa fusión? ¿O se han limitado a proponerle al pueblo el abandono de su identidad política para asumir la de ellos? ¿No hubiera sido más “revolucionario”, más “marxista”, integrar la identidad popular y desde allí elevar el nivel de conciencia?
Por supuesto, para muchos compañeros peronistas esta disquisición es elemental. Para muchos de los que hace décadas decidimos abandonar la izquierda e integrarnos al peronismo también lo es. Pero resulta difícil de aceptar que esta noción tan simple aún deba ser discutida seriamente con los compañeros del campo popular que insisten en declamar un marxismo ortodoxo, sin comprender que niegan totalmente la base misma de la ideología que dicen profesar.

Anticipándome a las críticas furiosas, continúo citando a Lenin: “Tercero, por lo acertado de la dirección política que lleva a cabo esta vanguardia; por lo acertado de su estrategia y de su táctica políticas, a condición de que las masas más extensas se convenzan de ello por experiencia propia. Sin estas condiciones, no es posible la disciplina en un partido revolucionario, verdaderamente apto para ser el partido de la clase avanzada, llamada a derrocar a la burguesía y a transformar toda la sociedad. Sin estas condiciones, los intentos de implantar una disciplina se convierten, inevitablemente, en una ficción, en una frase, en gestos grotescos. Pero, por otra parte, estas condiciones no pueden brotar de golpe. Van formándose solamente á través de una labor prolongada, a través de una dura experiencia; su formación se facilita a través de una acertada teoría revolucionaria, que, a su vez, no es ningún dogma, sino que sólo se forma definitivamente en estrecha relación con la práctica de un movimiento que sea verdaderamente de masas y verdaderamente revolucionario”.

¿Me equivoco, o el compañero Lenin está recomendando no poner el carro delante del caballo?
La generación de una vanguardia revolucionaria no es un proceso volitivo de un sector esclarecido del campo popular. El rol del sector más conciente es, desde luego, contribuir a la creación de esa vanguardia, teniendo claro que, si triunfa en el cometido, posiblemente quede en el camino. Las vanguardias revolucionarias auténticamente populares no suelen tener demasiado respeto por los sectores intelectuales que han colaborado a formarlas. Se dan su propia práctica y elaboran sus propias teorías en base a la misma. Es inútil crear “un partido para el pueblo” desde una concepción de “vanguardia” ya que el pueblo genera su propio partido en el momento en que lo necesita. Lo que sí es necesario es contribuir a la lucha del pueblo contra su principal enemigo, que no es la “burguesía”, sino el imperialismo. Continuar discutiendo esto es absurdo. No comprender que en nuestro país periférico y dependiente un enorme sector de la clase media (empresarios nacionales, comerciantes, trabajadores de servicios, pequeña burguesía) son aliados objetivos en la lucha contra el enemigo principal, es otra carencia por parte de los compañeros de la izquierda ortodoxa.

Volvamos a Lenin: “Años de reacción (1907-1910). El zarismo ha triunfado. Han sido aplastados todos los partidos revolucionarios y de oposición. Desaliento, desmoralización, escisiones, dispersión, traiciones, pornografía en vez de política. Reforzamiento de las tendencias al idealismo filosófico; misticismo, como disfraz de un estado de espíritu contrarrevolucionario. Pero al mismo tiempo esta gran derrota da a los partidos revolucionarios y a la clase revolucionaria una verdadera lección sumamente saludable, una lección de dialéctica histórica, una lección de inteligencia, de destreza y arte para conducir la lucha política. Los amigos se conocen en la desgracia. Los ejércitos derrotados se instruyen celosamente.
“…De todos los partidos revolucionarios y de oposición derrotados, fueron los bolcheviques quienes retrocedieron con más orden, con menos quebranto de su "ejército"; con una conservación mejor de su núcleo central, con las escisiones menos profundas e irreparables, con menos desmoralización, con más capacidad para reanudar la acción de un modo más amplio, acertado y enérgico. Y si los bolcheviques obtuvieron este resultado, fue exclusivamente porque desenmascararon y expulsaron sin piedad a los revolucionarios de palabra, obstinados en no comprender que hay que retroceder, que hay que saber retroceder, que es obligatorio aprender a actuar legalmente en los parlamentos más reaccionarios, en las organizaciones sindicales, en las cooperativas, en las mutualidades y otras organizaciones semejantes, por más reaccionarias que sean”.

Parece ser que Lenin era (cuando convenía) un reformista de aquellos ¿verdad? Pero dejando de lado la chicana, lo cierto es que nadie puede acusarlo de no saber pensar y planificar una guerra revolucionaria.
Guerra revolucionaria que nuestros compañeros de la “vanguardia proletaria” no parecen saber conducir a la vista de los últimos 30 años, y hasta podría decirse que han caído en el error que nuestro también compañero Lenin llamaba “socialrevolucionarismo”: “El bolchevismo asimiló y continuó la lucha contra el partido que más fielmente expresaba las tendencias del revolucionarismo pequeñoburgués, es decir, el partido "socialrevolucionario", en tres puntos principales. En primer lugar, este partido, que rechazaba el marxismo, se obstinaba en no querer comprender (tal vez fuera más justo decir en no poder comprender) la necesidad de tener en cuenta con estricta objetividad, antes de emprender una acción política, las fuerzas de clase y sus relaciones mutuas”.

Se me dirá que estos partidos no rechazan el marxismo, pero insistiré en que no es lo mismo declamar que practicar. Sus planteos “revolucionarios” a ultranza, que les impiden realizar alianzas entre sí y con los demás sectores del campo popular, los alejan cada vez más de su supuesta ideología. Se refiere Lenin a la Paz de Brest, en 1918: “Les parecía que la paz de Brest era un compromiso con los imperialistas, inaceptable en principio y funesto para el partido del proletariado revolucionario. Se trataba, en efecto, de un compromiso con los imperialistas; pero precisamente un compromiso tal y en unas circunstancias tales, que era obligatorio (…) Figuraos que el automóvil en que vais es detenido por unos bandidos armados. Les dais el dinero, el pasaporte, el revólver, el automóvil, mas, a cambio de esto, os veis desembarazados de la agradable vecindad de los bandidos. Se trata, evidentemente, de un compromiso. Do ut des ("te doy" mi dinero, mis armas, mi automóvil, "para que me des" la posibilidad de marcharme en paz). Pero difícilmente se encontraría un hombre que no esté loco y que declarase que semejante compromiso es "inadmisible en principio" y denunciase al que lo ha concertado como cómplice de los bandidos (aunque éstos, una vez dueños del auto y de las armas, los utilicen para nuevos pillajes). Nuestro compromiso con los bandidos del imperialismo alemán fue análogo a éste (…) La conclusión es clara: rechazar los compromisos "en principio", negar la legitimidad de todo compromiso en general, es una puerilidad que es difícil tomar en serio.”

Para completar esta visión, me parece interesante transcribir una parte de un folleto de la fracción “espartaquista” del Partido Comunista alemán:

“…En todo caso, la hegemonía del Partido Comunista es la forma última de toda hegemonía de partido. En principio, debe tenderse a la dictadura de la clase proletaria. Y todas las medidas del Partido, su organización, sus formas de lucha, su estrategia y su táctica deben ser adaptadas a este fin. Hay que rechazar, por consiguiente, del modo más categórico, todo compromiso con los demás partidos, todo retorno a los métodos de lucha parlamentarios, los cuales han caducado ya histórica y políticamente, toda política de maniobra y conciliación. Los métodos específicamente proletarios de lucha revolucionaria deben ser subrayados enérgicamente. Y para abarcar a los más amplios círculos y capas proletarias, que deben emprender la lucha revolucionaria bajo la dirección del Partido Comunista, hay que crear nuevas formas de organización sobre la base más amplia y con los más amplios marcos. Este lugar de agrupamiento de todos los elementos revolucionarios es la Unión Obrera constituida sobre la base de las organizaciones de fábrica. La Unión debe agrupar a todos los obreros fieles al lema: ¡fuera de los sindicatos! Es ahí donde se forma el proletariado militante en las más vastas filas combativas. Para ser admitido basta el reconocimiento de la lucha de clases, el sistema de los Soviets y la dictadura. La educación política ulterior de las masas militantes y la orientación política de las mismas en la lucha es misión del Partido Comunista, que se halla fuera de la Unión Obrera. . ."

¿Es necesario aclarar que esta posición fue duramente criticada por Lenin por su “infantilismo”? ¿Y no suena conocida hoy?
Finalmente, me parece adecuado insistir en que no hay posibilidad de liberación en nuestro país sin unidad táctica de las fuerzas del campo popular. Esa unidad sólo se producirá si las conducciones de las distintas organizaciones comprenden (aceptan comprender) que si realmente se persigue la liberación nacional y social, ha terminado la hora de las “quintas personales”. Esa herencia individualista que heredamos de la década del 90 y que se ha infiltrado hasta en los reductos más “izquierdistas” del espectro político. Decíamos con algunos compañeros que, lamentablemente, la mayor parte de los dirigentes “revolucionarios” argentinos prefieren ser cabeza de ratón antes que cola de león. Pues me parece que no hay nada de malo en ser cola de león, si el león es el pueblo argentino, y la cola ayuda a espantarle las moscas molestas. El partido de la revolución no existe hoy. Probablemente no exista por mucho tiempo. Pero cuando (y si) surge un partido así, no lo hace porque un grupo de compañeros lo deciden, sino porque la masa popular lo asume como tal, participa del mismo y lo fortalece con su práctica. En su momento, eso sucedió con el peronismo, e hizo posible la resistencia. No creo que hoy, en la inexistencia de un proyecto de Nación claro, un partido revolucionario sea viable. Es hora de acuerdos básicos, no de estrategias detalladas. Estas podrán cocinarse y purificarse en el calor de la lucha popular, nunca en congresos minoritarios. Asumir el nivel de conciencia del pueblo, integrarse a sus estructuras existentes, darles contenido, resignificarlas, es la tarea de todo aquel que pretenda cumplir un rol en la liberación nacional. Oponerse a ello, en aras de un “revolucionarismo” purista, es hacerle el juego al enemigo. El camino sigue siendo el movimiento nacional.


Enrique Gil Ibarra


Nota: Las citas son de las Obras Escogidas de Lenin en dos tomos, publicadas por ediciones en Lenguas Extranjeras, de Moscú, en 1948, confrontado con la versión china, publicada por la editorial del Pueblo, Pekín, en septiembre de 1964, y consultado el original ruso de las Obras Completas de Lenin, t. XXXI.

¿De qué hablamos?

(Publicada poco antes de las elecciones 2007 en Capital Federal)

Me parece que estamos perdiendo el eje de la cosa. ¿De qué kirchnerismo me hablan? ¿Qué es el kirchnerismo? ¿Qué es el anti kirchnerismo? Yo soy peronista.
Constantemente el campo popular ha permitido que lo desvíen del camino nacional con este tipo de disquisiciones, que enmascaran el punto central:

El proyecto de país sólo puede ser impulsado por el peronismo, en la medida que no existe en este contexto histórico otra fuerza que logre subsumir en su estructura interna varias condiciones:

- Un concepto nacional de comunidad organizada
- la aceptación popular del “objetivo nacional”
- Un movimiento (no partido) que ha demostrado que logra sobrevivir pese a la desaparición de su líder, las acusaciones de “caudillismo” y las diferentes concepciones ideológicas de sus integrantes.

Los sucesivos “líderes” del movimiento peronista son coyunturales. No otra cosa que la explicitación emergente de los conflictos internos del movimiento. No modifican el proyecto ni lo representan en sí y por si, sino que descubren (evidencian) los variables equilibrios de poder dentro del mismo.

Pero no han “creado” un proyecto nacional. En realidad, todos los peronistas sabemos cual es el proyecto nacional. Lo que no podemos resolver son los matices del mismo. Si yo digo Independencia económica, Soberanía política y Justicia social, tanto Jerónimo como Mazorca, el Pampa y Horacio me entienden. Lo que seguramente no tenemos es el contexto exacto de la definición, porque ésta corresponderá a la coyuntura de poder que vayamos enfrentando.

Sabemos que la Independencia económica y la Soberanía política implican la desarticulación de los poderes pro imperialistas y oligárquicos en nuestra patria. ¿Cuál será el límite de esa desarticulación? La realidad nos lo indicará en la medida de las necesidades, la conciencia y la lucha populares. Es tan absurdo pensar que yo (desde mi posición de “zurdo peronista” reclame hoy la expropiación de las multinacionales, como que Jerónimo (desde su posición de “facho peronista”) se oponga a ellas. En última instancia, no seremos ni yo ni Jerónimo los que decidamos. Será el consenso nacional, el Movimiento organizado y un Gobierno Popular los que establezcan esos límites, que irán variando en la justa medida del poder alcanzado.

Lo mismo ocurre con la Justicia Social. ¿Nos preocuparemos hoy por saber si corresponde al pueblo un 48% del PBI? ¿Diré yo que “menos del 51% es reformismo”? ¿Asumirá Jerónimo que estoy exagerando? ¿O nos dirá el pueblo lo que considera justo en la medida que vaya avanzando en la conquista del poder?

Porque ése y no otro es el tema. La conquista del poder por el pueblo es lo que tiene que ver con el peronismo. Lo estratégico no es Kirchner, y tampoco Macri o Filmus. Las disquisiciones de la democracia liberal sirven para el pataleo de los intelectuales. En la práctica, una elección en Capital Federal (o una nacional) ni cambia ni modifica el sistema. Y es el sistema lo que debe ser cambiado por el peronismo.
Podrá alegarse, correctamente, que cada acción coyuntural representa un avance o un retroceso en el camino. Por supuesto. Pero no “es” el camino. Así como la historia no es lineal, cualquier coyuntura representa tanto una crisis como una oportunidad. Putear por la “no perfección” de la coyuntura responde a una de dos posiciones incorrectas:

a) Seguimos sin comprender (en la práctica) que la realidad la modificamos los pueblos, y no los líderes.
b) Seguimos pensando (en la práctica) que la agudización de las contradicciones es un ideal revolucionario.

En cualquiera de ambos casos, perdemos de vista las necesidades y objetivos del protagonista principal, que sigue siendo el pueblo argentino.

El equilibrio “forma parte” necesariamente de la construcción de poder popular y, por consiguiente, de la liberación. Nuestra tarea es modificar ese equilibrio, para que la balanza empiece a pesar más de nuestro lado. En ese marco, y en la medida en que nuestra opinión (aún) no puede modificar la realidad general, tanto uno como otro resultado de la elección capitalina no es importante. En cualquiera de ambos resultados nuestro trabajo no varía, simplemente se adecuará a las distintas opciones.

La tarea del adversario es convencernos de que el resultado es lo importante, para disfrazar el objetivo real. Como Kirchner, yo no pongo la mano en el fuego por nadie (tampoco por él). No es mi función defenderlo personalmente, ni criticarlo personalmente. No es mi simpatía ni antipatía personal lo que importa. Las políticas que implementa el Gobierno Nacional pueden ser “correctas”, “incorrectas” o “más o menos”. En la construcción del Proyecto Nacional, apoyaré lo correcto, criticaré lo incorrecto e intentaré que se arregle lo “más o menos”.
Si ganan Macri/Filmus en Capital, los compañeros peronistas deberán hacer lo mismo.

Porque lo importante no es “quién hace qué” sino nuestra concepción del resultado. Supongamos que Macri es un hijo de puta (certeramente): inevitablemente adoptará medidas que criticaremos. Supongamos que además puede “equivocarse” y adoptar alguna medida “correcta”. ¿La criticaremos porque es Macri? Lo mismo vale para Filmus.

Ninguno de los “líderes” coyunturales que puede ofrecernos una democracia liberal-burguesa podrá conformarnos, porque, si lo lograra, habríamos dejado de ser peronistas. Explicar y explicar y explicar porqué no nos conforman, es una pérdida de tiempo. Explicárnoslo a nosotros mismos es una autosatisfacción masturbatoria (con todo respeto).

La tarea –a mi juicio- es clara y concreta: reconstruir poder popular, en la medida que podamos. En nuestros ámbitos laborales, en las charlas de amigos, en los lugares de estudio o de cátedra.
¿La forma? Explicar qué es el peronismo. No lo que “no es”. Que sean los interlocutores los que decidan si Kirchner (o cualquiera) es o no peronista. Nuestra función no es criticar a los burócratas, a los “aggiornados”, a los liberales o a los gorilas, sino contribuir a marcar un rumbo nacional y dejar que ellos se opongan al mismo. Si el rumbo que marcamos es correcto, el debate redundará en nuestro beneficio.

El contexto histórico en el que nos hallamos es el de remontar el retroceso, recuperar el terreno perdido. No me pararé a pensar en lo hijo de puta que puede ser “el otro”, porque eso ya lo sé. Me detendré a elaborar políticas para aprovechar sus errores, sus vacilaciones y sus traiciones en beneficio del pueblo peronista. Si acertamos en ello, avanzaremos y, por consiguiente (en política no hay escaques vacíos) “el otro” deberá retroceder.
En última instancia, el triunfo no dependerá de lo “malo” o incapaz que sea el enemigo, sino de lo capaces que seamos nosotros (los peronistas) de demostrar que nuestra opción es la correcta y que representa el camino nacional y popular.

Saludos

hendrix